Lecciones de una enfermera

9. mayo 2024 | Por | Categoria: Oración

Hicimos un día la visita al Hospital. Es una cosa muy común en nuestro grupo. Aquel día íbamos, como siempre, a dar algo de nuestro tiempo, de nuestros ahorrillos, pero, sobre todo, de nuestro amor, del que Dios ha metido en nuestros corazones.
Lo que no sabíamos era que nos íbamos a llevar una lección extraordinaria de generosidad, aprendida de una enfermera muy querida.
Vimos cómo la Jefe se le enfrentaba muy cariñosa, pero también muy firme:
– Pero, ¿no ve que usted se está matando?…
No era la primera vez que se lo decían. Sus ocho horas reglamentarias de trabajo se convertían, muchas veces, en diez, en doce, o en catorce si era preciso. Y nunca, ni por casualidad, cobraba los extras por tanto tiempo fuera de su horario. Ella respondía parodiando, humorísticamente, el consabido canto a la Virgen:
– ¡Sí; ya lo sé! Pero no puedo hacer otra cosa, aunque le digo mil veces a la Virgen: Madre de todos los hombres, enséñame a decir que NO.
Pero, hablando después en serio, añadía en la intimidad:
– ¿Para qué está la vida sino para gastarla, como lo hizo Jesús, en bien de los demás?…

Le contamos después a nuestro Párroco lo que nos había sucedido, y nos respondió muy satisfecho que aquel día le ahorrábamos elegir el tema para nuestra reunión. Como Jesús, nos dijo la enfermera. Y el Párroco nos comentaba: Así debe ser nuestra entrega, como la de Jesús. Y nos lo desglosaba de manera para nosotros imborrable.

En Jesús está el modelo de nuestra donación. ¿Y cómo se nos dio Jesús al mundo? Un bello himno de la Liturgia cantaba:
Al nacer se nos hizo compañero;
en la cena se nos ofreció como alimento;
al morir se nos entregó como precio de rescate,
y reinando se nos da como premio.
Así, Tan sencillo y tan profundo.
¿No serán los cuatro miembros de esta estrofa otras tantas normas de nuestra entrega a los demás?…

* Compañero. Hacernos compañeros de todos como Jesús. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se hizo compañero de nuestra peregrinación. Fue compañero de sus paisanos en Nazaret, de los apóstoles por los caminos de Galilea, y ahora, como está resucitado, es un compañero que llevamos a nuestro lado como aquellos dos privilegiados de Emaús. Y no vale el juego del escondite. Cuando se está en disposición de hacer el bien, la primera condición será estar siempre a disposición de quien tiene una necesidad que remediar. Será para hablar, para confiarse, para recibir aliento o un consejo, para no sentirse solos…
La soledad es una de las tragedias más graves que la Madre Teresa de Calcuta descubrió en las grandes ciudades modernas. Y se lanzó a esos pobres, los más pobres entre los pobres, que tienen destrozado el corazón porque no tienen nunca una compañía. El gesto de la monja famosa fue un grito de alarma lanzado a la conciencia de los buenos. Cristo compañero quiere compañeros para los que se sienten solos…

* Darse como compañeros es mucho. Pero es más darse a los otros como comida. ¿Comida? ¿Repartir comida material?… Jesús se sacó de sus manos prodigiosas el pan para miles de personas. Nosotros no podemos tanto, pero podemos mucho. ¡Y cuántas veces será necesario hacer algo por los hermanos hambrientos!
Pero, no se trata sólo de eso. Sino de hacerse de tal manera a los otros, que se nos coman, si es preciso, porque saben que no sabremos negarnos para nada en todo lo que precisen… Es ésta una de las características de la espiritualidad cristiana de hoy, especialmente entre los jóvenes: hacen saber a todo el mundo que la caridad es generosidad y es donación. Y saben hacerse pan, para que todos se los puedan comer…

* Jesús se nos dio como Precio para pagar nuestras deudas a Dios y alcanzar así la salvación.  Se puede ser muy pobre en este mundo. Pero sabemos que la persona más pobre vale mucho, vale más que todo el mundo material,  porque ha costado nada menos que la Sangre de un Dios.
Y por eso, no es para nosotros un precio demasiado alto el darnos a los otros para ayudarles en su salvación, llevándoles a Cristo. Somos precio de su felicidad, cuando nos damos a los demás para sacarlos a flote de cualquier apuro que los agobie y los quiera hundir….

* Como Jesús es y será Premio eterno para nosotros, así nosotros podemos ser ya aquí premio para los demás. Porque le caerá el premio a todo el que nos trate. Cuando se es todo amabilidad, servicio, amor, cariño…, se cae a los demás como un regalo venido del cielo. Cada uno de nosotros se convierte en un dador de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María, de la Iglesia, de la Gracia… Es avanzarles el premio que tendrán en el más allá, después de haber sufrido tanto acá…

No diremos que es imposible desarrollar este programa de amor y de generosidad en nuestra relación de cada día y en nuestras obras de apostolado. Hoy que hemos redescubierto el valor y la dignidad de la persona humana, vemos cómo muchos se dan así, sin medirse nunca. Porque se valora mucho más que antes eso de entregarse a los demás. De ayudarles. De alegrarles la vida. Como lo hizo Jesucristo. Como le vimos hacerlo a la enfermera querida…

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