Primer derecho del niño: un hogar

2. abril 2024 | Por | Categoria: Familia

Empiezo el mensaje de hoy con la noticia que un día cualquiera recorté del periódico, Se trata de un hecho muy doloroso, pero que me impulsa a dedicar nuestra reflexión de este día a ese primer derecho del niño, como es un buen hogar. Se dio el caso en un correccional de menores. Un jovencito de quince años lloraba desesperado, mientras le preguntaban delante de la policía, a la que habían llamado con urgencia:
– Pero, ¿cómo hiciste eso de golpear con un hierro en la cabeza a tu compañero, y tan fuerte que casi lo matas?
El chico dio una respuesta aún más desesperante:
– Porque mi papá le pegaba también muy fuerte a mi mamá cuando peleaban.

A nosotros, dotados de gran sensibilidad humana y cristiana, nos duele mucho un caso como éste. Y quisiéramos poner remedio eficaz a males semejantes. Para eso, vamos a la raíz. Al mundo le hacemos el mayor de los bienes cuando trabajamos denodadamente por el sano bienestar de los hogares.

El hogar es la primera escuela en que se forma el hombre, el cual saldrá para la sociedad con el bagaje de conocimientos, de sentimientos, de costumbres, que haya aprendido en el hogar. La escuela del Estado o un Colegio particular no llenarán nunca el vacío que haya podido dejar en el alma del muchacho o la muchacha lo que ha visto en su propio hogar. Esa escuela estatal podrá estar al cuidado de educadores responsables. Ese centro educativo particular contará con los mejores profesores. Ese colegio de religiosos o religiosas lo llevarán hombres y mujeres de lo mejor que tiene la Iglesia…

Pues bien, como el niño o la niña, el joven o la muchacha, no lleven dentro de sí mismos desde el hogar bien grabados los principios de educación y de moral, y no hayan vivido el amor, el respeto y la honestidad en su propia casa…, esas escuelas y colegios habrán servido de poco a pesar del enorme esfuerzo de los formadores, tan celosamente elegidos por los papás.

¿Qué es lo primero que el niño debe contemplar en el hogar? Ante todo, que su hogar sea estable, firme, seguro. Esto exigirá, desde luego, que la unión de los esposos tenga esa estabilidad que sólo da el matrimonio único e indisoluble, ordenado así por Dios, y, para nosotros, católicos, bendecido por la Iglesia.

Sin esa firmeza del contrato matrimonial, caben dos preguntas:
– ¿Se asumirá, entre los dos, marido y mujer, la responsabilidad de la formación del niño? No. Se dejará para el otro lo que cuesta. El triunfador será probablemente el egoísmo…
– ¿Se amarán los esposos de modo que el niño suba, también él, en un ambiente de amor? Será muy difícil… Cuando se ve en perspectiva la posibilidad de una ruptura, la fuerza de las dificultades resulta más poderosa que el amor calculado, pasional solamente, cobarde tal vez, porque no sabe comprometerse para siempre, y al que no se le cierra del todo la puerta, por si acaso…

El niño quiere contemplar amor, vivir rodeado de amor, ser tratado con amor. La salud mental del pequeño dependerá del mimo espontáneo que le prodiguen los papás, abuelos, hermanitos mayores y todos los miembros de la familia.

El niño verá también cómo por él se desvela la madre con tierna solicitud. Y cómo el padre, con amor quizá muy austero, pero fuerte y abnegado, trabaja sin cesar porque nada le falte al pequeño, desde la alimentación sana y abundante hasta el juguete imprescindible.

Al hablar así del padre, se me ocurre el caso de aquel soldado que hubo de ir al frente durante la guerra. Herido de muerte en plena batalla, es llevado al hospital de sangre, y, al quitarle la ropa y acomodarlo en la cama, le encuentran la fotografía de su padre con esta consigna detrás: -¡Que yo sea digno de ti!
Este elogio, envidiable de verdad, no se puede recibir sino de un hijo que ha visto en sus papás una pareja unidísima y del todo ejemplar.

La sociedad, con gobernantes conscientes, puede legislar, fomentar, dar medios, facilitar todo para la formación del niño y del adolescente… Pero todos sabemos que esos empeños sociales resultan inútiles, y hasta son objeto de rechazo por los alumnos, si en el hogar no hallan después el seguimiento de una educación, muy esmerada tal vez, que les han impartido maestros responsables.

Si hemos comenzado hoy con un hecho doloroso, quiero ofrecerles el recuerdo de una anécdota bella, que me tocó presenciar en una familia muy amiga. Aquella tarde estaba el matrimonio, unido cien por cien, con sus cinco hijos disfrutando de la playa soleada. Los cuatro mayorcitos, zambulléndose a placer en el agua. La pequeña, con sus dos años encantadores, no hacía más que entrar y salir. Y todo, para entablar con su madre el mismo diálogo siempre:
– Mamá, ¿me quieres?
– Sí, reina.
– ¿Hasta dónde?
– Hasta el cielo.
Otra vez a correr, otra vez a jugar, y hasta la visita siguiente…
¿No habrá diferencia el día de mañana entre el muchacho aquel del hierro y esta muñeca feliz?…

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