Los héroes de la Cruz

15. abril 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

Repetimos muchas veces en la Iglesia que la Cruz de Cristo está clavada en el mundo como un signo de contradicción: unos en pro, otros en contra. Este es el significado que el anciano Simeón le puso a la virgen María delante de sus ojos cuando presentó a Jesús en el templo:
– Este Niño ha sido puesto como señal o bandera controvertida. Unos lo amarán, otros lo odiarán…
Estas palabras del Evangelio las vemos confirmadas a cada paso en la Historia de la Iglesia.

En la Revolución Francesa se dio un caso muy hermoso de amor a Jesucristo. Los terribles soldados de la Convención apresan a Zacarías, un valiente muchacho católico, campesino vigoroso, lo colocan delante de una Cruz, plantada en medio de la campiña, le ponen un hacha en la mano, y le ordenan:
– ¡Derriba esa cruz!
– ¡No quiero!
Le apuntan con las armas:
– ¡Derríbala, te decimos!
– ¡He dicho que no quiero! Esta es la Cruz que bendice nuestros campos, la que recoge nuestras miradas cansadas en medio del trabajo y la que mantiene nuestra fe…
Sigue el valiente joven en su arenga, y comienza a blandir el hacha. Los soldados, temiendo que les va a arremeter, descargan sobre él todas las balas, y lo dejan tendido sobre su propia sangre, al pie del madero santo. Los vecinos de la comarca lo entierran allí mismo, y sobre su tumba colocan una lápida con esta inscripción:
– Aquí reposa Zacarías, el héroe de la Cruz (En Briasé, de la Vandée)

Un caso como éste vale por todos los comentarios que nosotros podamos hacer a las palabra de Jesús:
– El que quiera venir conmigo, que tome su propia cruz y que me siga (Lucas 9,23)
O bien a las de San Pablo:
– Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gálatas 6,14)

Cualquiera diría que expresiones como éstas, tomadas de la misma Palabra de Dios, son para poner miedo en nuestras venas. Cuando son, por el contrario, las que más nos pueden estimular en la vida.
La Cruz nos recuerda de la manera más viva el inconcebible amor de Dios al hombre.
La Cruz nos descifra el misterio del dolor en nuestra vida, y lo sublima hasta las alturas de Dios.
La Cruz nos dice que nada, ni la misma muerte, es espantable para los que han aceptado a un Dios que por ellos ha muerto en ese madero.
La Cruz señala el camino de una felicidad que, consciente o inconscientemente, todos vamos buscando en un más allá, felicidad que será nuestra, como lo es de ese Jesús que pendió del madero, y que por la ignominia y el dolor de la Cruz entró en la gloria de la resurrección.
Quitar de la vista el signo de la Cruz es un verdadero error.
Si la ley de la vida fuese gozar, gozar siempre, pasarla bien, no sufrir nunca nada, entonces podríamos decir que no vale la pena mirar la Cruz. Dejémosla para Jesucristo, que tuvo a bien escogerla como lecho de su muerte…

Pero nos encontramos con que la ley de la vida es todo al revés. El trabajo, las preocupaciones, el cansancio, los deberes propios, la enfermedad que sobreviene el día menos pensado, la pobreza tal vez, la lucha por la virtud y por mantenerse fieles a Dios…, y tantas molestias que se pueden echar encima, son realidades de las que nadie se ve libre.
El instinto cristiano las ha llamado acertadamente la cruz de cada día. Para llevarla con fuerza y con gallardía, se ha mirado siempre a Jesucristo sobre la cima del Calvario.
Y su recuerdo y su ejemplo es el resorte más poderoso para no rendirse, para no caer bajo el peso del deber y de las condiciones duras que tantas veces impone la vida.

La vida se torna entonces llevadera y hasta fácil.
Así lo entendió uno de los astrónomos más afamados. Después de escrutar con el telescopio las profundidades del universo, y de gastar sus ojos sobre el papel trazando fórmulas y más fórmulas, clavaba su vista en el Crucifijo, como diciéndole:
– Mirando el firmamento y siguiendo las órbitas de los astros, he descubierto un nuevo planeta. Contemplándote a ti, oh Cristo, clavado en un madero, veo que eres Tú quien traza la trayectoria de mi existencia, sin dejarme ir solo por las mías. No me sueltes. Atráeme continuamente hacia ti. Y engánchame de manera definitiva a tu Persona adorable en la visión de tu gloria (Le Verrier, descubridor de Neptuno) .
 
¿Qué hace la Cruz, cuando se le mira así un día y otro día, cuando su contemplación se ha convertido en una costumbre arraigada y connatural, como quien no sabe prescindir de ella?…
La Cruz pende de la pared en el cuarto. La Cruz se lleva colgada al pecho. La Cruz es el signo obligado al empezar el trabajo y al iniciar la oración. La Cruz llena de sólida devoción la jornada entera.

Siempre así con la Cruz, y sin darse cuenta casi, el cristiano viene a ser, como el muchacho valiente, un héroe de la Cruz.
La Cruz le ha llenado la vida. La Cruz le ha estimulado y fortalecido. La Cruz ha sido el vigor de su existencia. La Cruz le habrá metido, como a Jesucristo, en lo más hondo de la gloria de Dios.

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