La última visita

24. abril 2024 | Por | Categoria: Gracia

Estamos llenos, colmados a rebosar, de los regalos de Dios. Nuestra vida entera es un rosario de favores que no conoce ninguna rotura, pues se nos da siempre gracia detrás de gracia, favor detrás de favor, sin que se rompa nunca la cadena. Y estos regalos son beneficios y prendas, porque cada uno es prenda de otra gracia mayor. Dios es así: a generoso y espléndido no le gana nadie.

Si esto lo decimos de todas las gracias que nos hace Dios, ¿qué debemos decir de la mayor que nos hace cada día, como es el venir a nosotros en la Sagrada Comunión? La Comunión es un punto de partida para gracias y más gracias después de ella, hasta la Comunión siguiente.
Pero, dejémonos de pensar así y vayamos a la gracia última que esperamos de Dios, como es la de una muerte cristiana, que es la gracia de las gracias y última que nos hace Dios en este mundo. Apenas hemos pasado la frontera, viene la primera gracia de la otra vida, gracia primera y última, ya que al darnos su Gloria, al darse Él mismo en visión eterna, a Dios ya no le queda nada más que dar.

Viene nuestra pregunta: ¿tiene que ver algo la Comunión con esa gracia de una muerte cristiana, que nos mete en la gracia definitiva de la Gloria? La respuesta se nos da mil veces en la Iglesia, cuando oímos decir al sacerdote después de repartir la Comunión:
– ¡Se nos ha dado la prenda de la gloria futura!…
Esto, con cada Comunión.

Pero es algo bello pensar en la última vez que habremos de recibir al Señor. Cuando ya los años nos digan que no podemos seguir…, cuando la ciencia se declare impotente…, cuando nosotros mismos queramos dar el paso definitivo…, entonces precisamente viene a hacernos una visita nada menos que Jesucristo en persona, para decirnos:
– ¿Te das cuenta? Yo pasé por este momento, y sé lo que es. Por eso vengo a verte, para echarte  una mano, para que no tengas ningún miedo, porque yo estoy contigo.
Y entonces ese Jesús, que es la delicia de los corazones, ¡hace tan dulce el paso de la frontera, y abre con tanta facilidad la barrera y la puerta de enfrente!…

Al hablar así, no estamos dejando correr nuestra imaginación más de la cuenta. Estamos simplemente analizando y aplicando las palabras del Señor.
¿Por qué ha venido a nosotros como el Pan de la Vida? Porque sabe lo que es ese momento último. Sabe lo difícil que sería el dejarnos solos en el tramo último del camino. Y repite ante cada uno lo que dijo antes de hacer el milagro de la multiplicación de los panes:
– Me da lástima esta gente, que no tienen que comer, y están fatigados del camino (Marcos 8,2-3)
Esto lo dice antes de multiplicar el pan, signo, como nos explica Juan, del Pan de la Eucaristía.
¿Y qué dice Jesús de quien come este Pan? La palabra del Señor no puede ser más contundente:
– Quien coma de este Pan, aunque muera, vivirá; y yo lo resucitaré en el último día (Juan 6,54)
Recibir la Comunión como provisión y reserva para ese tramo final del camino —eso significa viático— hace ver la resurrección como un hecho siguiente irremediable, necesario, seguro del todo.

Para esos cristianos que se ven preocupados por su salvación —y es natural que todos sintamos algo de preocupación por el primero de todos los problemas que tenemos que resolver—, podríamos decirles, y decirnos: ¿comulgo, comulgo siempre, comulgaré por viático antes de emprender el último viaje? No hay miedo que tener. La palabra de Jesús es cierta, segura: Quien me come, ¡tiene la vida eterna!…

Esta Comunión última en la vida del cristiano tiene un historial precioso en las vidas de los Santos a lo largo de la Historia, y se repite de continuo cada día en los hospitales y en el seno de los hogares.
A un San Juan de Avila, ante quien van a celebrar la Misa para que reciba la Comunión, le preguntan:
– ¿Qué Misa quiere que celebremos? ¿La del Santísimo Sacramento, del que ha sido tan devoto, o la de la Virgen, a la que tanto quiere?  
– Ninguna de la dos. Ahora quiero la Misa de la Resurrección, porque la Comunión me va a meter sin más en la Gloria.

Un San Felipe Neri, que al ver cómo le traen el Viático y le enseñan la Sagrada Hostia en el mismo día del Corpus, exclama el encantador viejecito de ochenta años:
– ¡Ahí viene el Amor mío! ¡Dadme mi Amor!…

Y una Santa Juliana de Falconieri, a quien no le quieren dar la Comunión porque no retiene nada que toma y lo devuelve todo, exclama angustiada en su agonía:  
– Aunque no la pueda recibir, ¡tráiganme la Sagrada Hostia, para que la vea y sea para ella mi última mirada!
Se la traen, en efecto. Se la ponen al lado y a su vista, pero la Hostia desaparece misteriosamente. Al amortajar a la difunta, encuentran impreso en su costado izquierdo un sello en forma de Hostia con la efigie de Jesús Crucificado en el centro…

Son casos de belleza sin igual. Y es lo mismo, lo mismo que nos pasará a nosotros, si en la cadena de gracias de Dios no falta, porque la queremos y pedimos, esa visita personal de Jesucristo, al que escucharemos que nos dice:
– ¡Vamos, que vengo por ti! Vámonos juntos, acompáñame a donde estoy siempre yo.

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