Jesucristo, metido en el hogar

23. abril 2024 | Por | Categoria: Familia

Queremos hablar hoy sobre la salud espiritual y moral de la familia, y para comenzar me voy a remontar a las elecciones presidenciales de una de nuestras repúblicas. Basta que cambiemos los nombres de los candidatos para que el caso valga para cualquier otro país.

Pues bien, se acercaba el Congreso del Partido para elegir el candidato de las próximas elecciones presidenciales, y aquellos dos amigos, magníficas personas, amantes de la Patria y muy buenos católicos los dos, discutían animadamente sobre quién debería ser seleccionado. Uno de los dos, que era médico, hablaba con lo que tenía en la cabeza y con su lenguaje de siempre, porque al hablar no distinguía política y medicina:
– Mira, hay que sanear el organismo de la familia, que está con la sangre infectada. O purificamos esa sangre, o estamos perdidos. La República es lo que es la familia. Hay que meter en ella buenas dosis de vitaminas escogidas. Y, si se ha de llegar a un cambio total de la sangre, ¡pues no hay otro remedio, hasta la diálisis que aplicaremos!
El compañero no entendía esa manera de hablar, y le replica:  
– ¿Y por qué piensas en  Molinero para Presidente? ¿Qué tiene que ver Molinero  con la medicina?
Pronto lo entiende todo, al escuchar el razonamiento claro y expresivo del médico, que explica:

Por eso mismo. Porque Molinero no tiene en la cabeza más preocupación que el saneamiento de la familia.
Empezando por el problema económico, pues con tanta gente sin trabajo, no pidas estabilidad en el hogar. El marido tiene que ganar más, y con los sueldos actuales es imposible mantener una familia.
Hay que empeñarse en desarraigar, todo lo que se pueda, esos vicios tradicionales nuestros, como la bebida y otros.
Hay que pensar hoy en la droga, a la que tanta facilidad de acceso tienen los jóvenes. Con la droga, no sólo sufre el hombre y la familia de mala salud espiritual; es que se arruinan los mismos cuerpos.
Hay que fomentar —tú sabes que yo pienso así, aunque nosotros no tenemos que meternos en la Iglesia— todo aquello que facilite la práctica de la Religión, porque sin Dios con nosotros no hacemos nada… Dios metido en el hogar es la única garantía  y segura y estable. Así piensa Molinero, y como yo pienso igual que él, por mi parte él es el candidato del Partido.

Siguieron los dos en su discusión, y votaron por Molinero, por la única razón de que estaba empeñado en sanear la familia…
Nosotros pensamos igual: Sin Dios en la familia, no vamos a hacer nada. La sangre impura que pueda tener el organismo familiar, sólo Dios la podrá cambiar por otra incontaminada. Y sólo Jesucristo, el que dio su sangre para la salvación del mundo, tiene en sus venas esa sangre purificadora que necesitamos. Por eso, Jesucristo puede y debe entrar en el hogar de mil maneras.
Empezando por una cosa tan sencilla como es hacer que estén manifiestos en el hogar los signos cristianos. Dicen que en muchos hogares de Europa, antes profundamente religiosos, ya cuesta ver el Crucifijo pendiente de la pared. Los cuadros devotos, antes imprescindibles y que recogían tantas plegarias, han sido sustituidos por obras de arte moderno, que ni educan ni son capaces de elevar el espíritu. Por sus adornos, una casa cristiana ya no se distingue de otra pagana.

Los que así obran, podrían recordar la frase de un escritor francés (Proudhom), muy poco ejemplar, bastante descreído, pero sensato al fin y al cabo:
– ¿Creen ustedes que voy a quitar el Crucifijo colgado encima de nuestro lecho conyugal, ese Crucifijo en que Cristo extiende sus brazos para bendecirnos?…

En nuestros países conservamos la costumbre, tan cristiana, de ostentar a Jesucristo y su Madre en cuadros o imágenes, que indican la presencia viva del Señor entre nosotros.

Naturalmente, que esos signos son eso: signos. Son la señal de que a Jesucristo se le ha metido en el hogar. Se le ha invitado como en la boda de Caná, para recurrir a Él en cualquier apuro. Para pedirle que nunca nos falte el vino nuevo del amor, siempre renovado y siempre creciente.

A Jesucristo, se le invita al hogar como lo hacían los amigos de Betania, para que Él se encuentre bien entre nosotros, ante la frialdad e indiferencia que forzosamente encuentra en tantas partes. En nuestra casa encuentra calor. Se le sirve, como lo hacía Marta. Se le escucha, igual que María, cuando nos dirige su Palabra. Con la compañía de Jesucristo nos sentimos muy bien…

Y en nuestros hogares, se le hace vivir a Jesucristo lo mismo que vivía en Nazaret. La casa será rica o será pobre, pero será para Él acogedora, porque encuentra en ella la honradez de José y el amor y la solicitud de María. Al resplandecer en nuestro hogar la vida cristiana, le traemos a Jesús los mejores recuerdos de su paso por la tierra…

¡Señor Jesucristo, que te dignaste vivir en un hogar como el nuestro!
Entra en nuestros hogares, y quédate con nosotros como en aquella casita de Nazaret. En un hogar donde no estás Tú se siente mucho frío, y con frío excesivo no se puede vivir.
Necesitamos calor, ese calor que sólo tu Corazón nos puede comunicar.
Haz en nuestros hogares lo que sólo Tú puedes hacer. Conserva sanas y robustas nuestras familias, con sangre siempre renovada y siempre pura…

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