Por el camino de Cristo

20. marzo 2024 | Por | Categoria: Gracia

Con frecuencia escuchamos en la Liturgia de la Iglesia, pero sobre todo por la Navidad, el grito del profeta Isaías, que nos señala Jerusalén como el monte de Dios hacia el cual correrán en tropel todas las gentes, ilusionadas con el Dios de Israel que les trae la salvación y todos los bienes del Cristo prometido:
– ¡Venid, subamos al monte del Señor, para que nos señale sus caminos y caminenos  por sus sendas (Isaías 1,3)

Nosotros conocemos bien esa carretera espléndida trazada por Dios para que lleguemos hasta Él. Carretera que no es otra sino Jesucristo, el cual nos lleva hasta el Padre y hasta su morada santa de la Gloria. Es cierto. Pero, ¿no nos desviamos  nunca y nos salimos de esa carretera para tomar otra equivocada?

Hace ya siete siglos —era en el año 1300— que el Papa establecía el primer Año Santo, cuando toda la Cristiandad acudía desde todos los rincones de Europa a Roma, en peregrinación penitente, para reconciliarse con Dios y ganar la indulgencia plenaria. Había que rectificar el camino de la salvación, del que muchos se habían apartado. Y fue entonces cuando Dante, el mayor de los poetas cristianos, escribió su obra inmortal, La Divina Comedia, que comienza así:
– En medio del camino de la vida me encontré con una senda oscura, pues había perdido el camino recto, dentro de la selva enmarañada y terrible.

El poeta era preciso. Había que dar un giro en la vida. Era cuestión de escapar de la perdición del Infierno, evitar el Purgatorio y meterse decididamente en el Cielo.
Lo que Dante decía con tanta poesía había sido ya proclamado por Jesucristo en el Evangelio. Al terminar de exponer su doctrina en aquel sermón de las bienaventuranzas, Jesús emplea una parábola que será fundamental en la enseñanza de la Iglesia:
– Entrad todos por la puerta estrecha, y caminad por la senda angosta. Porque la puerta que conduce a la perdición es ancha, la senda es espaciosa, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida! ¡Y qué pocos son los que van por ese camino y dan con semejante puerta!… (Mateo 7,13)
Es natural que todos preferimos la carretera asfaltada antes que la senda fastidiosa. Pero los accidentes graves se producen en la carretera y no en la senda humilde…

Cualquiera diría, al oír esas palabras de Jesús, que el cristianismo va a ser la religión de la tristeza, de la angustia, del temor, del miedo… El Catecismo de la Iglesia Católica, al proponerlas, dice expresamente que sí, que las exigencias del camino de Jesucristo son fuertes, pero nos hace ver también el gozo de este camino trazado por el Señor.
Gozo que da la paz del corazón.
Gozo por la compañía del mismo Señor y de los hermanos, que van con nosotros siempre, como en aquel caminar de Emaús.
Gozo por la liberación de tanto lazo tendido por el mundo engañoso.
Gozo, en fin, por la salvación prometida y esperada, que la sienten segura los que no pierden atolondradamente la senda recta (1696-1697)
El escrito más antiguo de la Iglesia, de cuando vivían aún los Apóstoles, lo expresa así:
– Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero hay una gran diferencia entre los dos (El librito de la Didajé)

La experiencia cristiana nos lo atestigua a cada momento.
Los únicos felices son los que viven en paz con Dios, los que cuentan con Jesucristo en su vida, los que son fieles al dictamen de su conciencia.
Mientras que la tristeza es el patrimonio de los que viven en el desorden moral, de los que no rompen nunca las ataduras que los ligan al mal, de los que caminan por las suyas sin la compañía del amigo Jesús.  

Al mundo que se angustia y que padece tristezas tan hondas, nosotros le damos el testimonio de nuestra vida feliz, tranquila, serena. Es muy posible que a nosotros también nos apriete el dolor y nos sobrevenga la prueba. Pero, como sabemos contar con Dios y caminamos con Jesucristo en medio de las dificultades, nadie nos arrebata la dicha que llevamos en el corazón.
¿Cómo no vamos a ser felices con el Espíritu Santo dentro de nosotros?
¿Cómo no vamos a ser felices viviendo en la Gracia de Dios?
¿Cómo no vamos a ser felices si nos lo está diciendo Jesucristo en las bienaventuranzas: dichosos, dichosos, dichosos?…
¿Cómo no vamos a ser felices si Dios nos ha otorgado su perdón?
¿Cómo no vamos a ser felices si Dios, al darnos su ayuda para practicar la virtud, nos coloca entre los mejores?…
¿Cómo no vamos a ser felices, si vamos alumbrados por la fe y nunca a oscuras, y nos amamos unos a otros igual que Dios nos ama y amamos a Dios?…

Jesucristo dijo de Sí mismo:
– Yo soy el camino.
Caminando con Cristo no nos descarriamos. Caminando con Cristo, llegamos seguros al final. Con Cristo como compañero, la andadura por el mundo discurre feliz, aunque dejemos de lado la autopista y vayamos por la senda pedregosa…

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