Jesucristo, ¡éste, sí!

11. marzo 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

Nunca discutiremos el que Jesucristo sea el primero en todo, empezando por ser el primero en nuestros ideales. Siempre resonará con fuerza en nuestros oídos la palabra enérgica con que San Pablo termina su primera carta a los de Corinto:
– Sea maldito quien no ame a nuestro Señor Jesucristo.

Pero esta lección me tocó aprenderla una vez de un modo muy original….
Éramos todos jóvenes, y al profesor se le ocurrió hacernos en la clase una encuesta sobre quién era el personaje del mundo que más nos interesaba. Debíamos, además, dar las razones de nuestra elección. El sobre con la respuesta, cerrado, debería llevar un eslogan como contraseña.
Varios días de discusiones entre nosotros, pues se nos dio una semana de tiempo, y, como pueden suponer, había respuestas para todos los gustos. Los muchachos se tiraban en general por los ídolos del deporte. Las muchachas, por las artistas de moda o por algunas top model. Los más serios de la clase escogían hombres de la política, del negocio o de la ciencia. Algunos, muy pocos, se decidieron por echar la mirada atrás y elegir a personajes de la Historia.
Llegó el día del escrutinio, y el Profesor, que era católico hasta los tuétanos, como decimos familiarmente, por poco nos suspende a todos. Suerte tuvimos de una compañera que fue nuestra salvación. Fue la única que tuvo la idea feliz de poner en la contraseña de su sobre: Jesucristo, ¡éste, sí!.

No había escrito esas palabras como un capricho sentimental. Lo había pensado mucho, y, abierto  el sobre, se encontraron bien especificadas sus razones, muy convincentes, y que resultaron aprobadas y aplaudidas por todos, Decía:

  • Estamos hartos de mentira, y Jesucristo es el único sincero y sin miedo a la verdad.
  • Nos cansa la debilidad de quienes nos deben dirigir, y Jesucristo es todo fuerza y valentía.
  • Da pena la frialdad y egoísmo hasta de los corazones que se dicen amigos, y Jesucristo es amistad y amor que no falla.

No hay que decir que la querida compañera se llevó el primer puesto en la clasificación, que desarrugó el ceño del profesor, y que nos dio además una lección inolvidable…

Al mirar nuestra relación personal con Jesucristo, creo que todos tenemos metidas en el alma, consciente o inconscientemente, estas tres características suyas que nos encantan, nos subyugan y nos atraen hacia Él irresistiblemente. Cualidades, además, que nosotros queremos ver en todos los demás con quienes tratamos.

Primero, queremos sinceridad. Detestamos la mentira, la simulación, el engaño. No se puede convivir con una persona que tiene dos o tres caras, o tantas caras como son las personas que trata…
Viene ahora Jesucristo y nos da una norma tajante:
– Vuestro hablar que sea sí, sí; no, no. Como yo, que llamo a Herodes ¡zorro! Contesto a los que vienen a buscarme en el huerto: ¡sí, soy yo! Y a Pilato le respondo: ¡soy rey!, sabiendo que me va a costar la vida y que pararé en la cruz…

Segundo, queremos valentía, la cual nunca estará reñida con la bondad. Papás, profesores, políticos, cualesquiera que tengan autoridad, deben darnos la seguridad necesaria para saber a qué atenernos y no andar a tientas.
Quien tiene responsabilidad ha de ser como Jesucristo, que es capaz de decir al mar: ¡calla!, y se amansan las olas. Y debe agarrar el látigo, si es necesario, para salir en defensa de los derechos de Dios y de los débiles.

Tercero, y sobre todo, pedimos a los demás y nos exigimos a nosotros mismos: bondad, amor, amistad. Sin amor no podemos vivir. Sin amor, el hogar es una tragedia. Sin amor, el trato social se convierte en una manada de lobos que se despedazan entre sí.

Y Jesucristo, que nos manda amarnos, es quien abraza a los niños enredones; el que se deja perfumar y besar los pies por una mujer perdida; el que se autoinvita y se hospeda en casa de un pecador público; el que deja a Juan que recline la cabeza sobre su pecho; y es el que llama a la Magdalena por su propio nombre: ¡María!…

No nos cansamos nunca de predicar a un Jesucristo así. Si Jesucristo es el Salvador, lo miramos no sólo como el Salvador que nos ha librado de una condenación sin remedio al fin de la vida y nos va a meter en su misma gloria.
Por muy importante que esto sea —y esto es lo principalísimo entre todo lo principal— nos importa también un Salvador, como Jesucristo, que ponga concierto en este mundo tan desconcertado.     
Un Jesucristo que con su doctrina de amor acabe con tanta guerra y nos traiga la paz.
Un Jesucristo que con su pureza eleve nuestras almas para que no se arrastren por el suelo.
Un Jesucristo que con su amor a todos acabe con tanta injusticia como nos oprime.

Viendo lo que nos va mostrando y enseñando la vida, cada vez doy más razón a aquella inteligente y magnífica compañera de clase, cuando escribía:
– Jesucristo, ¡éste, sí!…
Como decimos también de muchos cristianos sinceros, valientes, bondadosos y amigables, convertidos en pregoneros de Cristo, y testimonio viviente del Cristo que predican:
– ¡Qué cristianos! Éstos, sí…

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