El Espíritu del Señor Jesús

6. marzo 2024 | Por | Categoria: Gracia

Casi podríamos empezar este mensaje haciendo una pregunta curiosa:
– ¿Cuántos templos, cuántas iglesias, hemos visto consagrados al Espíritu Santo?
En muchas partes, ni uno siquiera. En ciudades muy grandes, a lo mejor encontramos algún templo que otro con su nombre. Y, a la verdad, que no estaría mal decir alguna vez:
– Me voy a la iglesia del Espíritu Santo… Vengo de la Iglesia del Espíritu Santo… En la iglesia del Espíritu Santo hemos tenido una Vigilia bien bonita…
Esto —la palabra iglesia con minúscula, es decir, el templo— nos haría recordar que el Espíritu Santo es el animador de la Iglesia   —así, Iglesia con mayúscula—, y que la Iglesia es el Templo vivo del Espíritu Santo.
La Iglesia de Dios se congrega en esa iglesia y templo materiales, en que nos reunimos para celebrar el culto, para hallarnos con más facilidad con el Espíritu Santo. La iglesia a la que acudimos es una manifestación de la Iglesia de Cristo, animada siempre por el Espíritu Santo, el Espíritu del Señor Jesús.

Todo eso estaría muy bien. Pero, aceptando el hecho de que hay pocos templos dedicados al Espíritu Santo, ¿no podríamos pensar en sustituirlos con más y mejores templos vivos, que somos nosotros? Si nos gustaría contar en nuestra ciudad grande o en nuestro pueblo humilde con un templo grandioso consagrado al Espíritu Santo, ¿no podemos esforzarnos en hacer cada día más suntuoso y más rico el templo del propio corazón, morada verdadera del Espíritu Santo?…

Se dice que el hombre es cuerpo y alma, y que el cristiano es cuerpo, alma y Espíritu Santo. Es muy cierto. Porque el Espíritu Santo, sin quitar nada a nuestro ser humano, se ha posesionado de tal modo de nosotros que nos ha elevado a la vida de Dios. Somos hombres y mujeres totalmente divinizados.
El cuerpo impide ver lo que llevamos dentro, lo que lleva el mismo cuerpo, lo que lleva el alma. El día en que el cuerpo se desmorone y se destruya, aparecerá radiante toda la belleza que nos invade. El alma y el Espíritu Santo estarán reclamando la resurrección del mismo cuerpo, para ser todo nosotros, todo lo que somos, la irradiación de la gloria de Dios.

El Espíritu Santo llenó por completo a Jesús. Y Jesús, una vez resucitado, derramó sobre nosotros ese Espíritu Santo que a Él lo colmaba.
Salido de las aguas del Jordán, Jesús ve cómo los cielos se abren sobre Él y cómo desciende y lo llena el Espíritu Santo.
Momentos antes de subirse al Cielo, les encarga a los apóstoles:
– Aguardad en Jerusalén el Don que os tengo preparado. Vais a ser bautizadas con Espíritu Santo.

Las expresiones del Evangelio son bellísimas (Hechos 1,8. Juan 1,16. 7,39)
Juan empieza su Evangelio diciéndonos que de la plenitud de Jesús hemos recibido todos nosotros la vida de Dios.
Jesús nos dirá después:
– Del seno del creyente manarán ríos de agua viva, agua que no es otra que el Espíritu Santo.

Ahora no vemos a Jesús Resucitado, porque la nube lo ocultó a nuestra mirada. Pero lo sentimos presente y nos damos cuenta de que vive en nosotros. Percibimos su aliento. Notamos dentro de nosotros el rumor del agua viva. Nos percatamos de que somos hijos de Dios. Soltamos la lengua en alabanzas divinas. Suspiramos por encontrarnos con el Señor.
Todo esto no es sino acción del Espíritu Santo dentro de nosotros, que nos mueve y no nos deja parar. Porque el Espíritu Santo está en nosotros como el motor de todas nuestras acciones que llamamos espirituales. Y son “espirituales” no porque sean del espíritu o del alma, y no del cuerpo, sino porque proceden todas del Espíritu Santo que está en continuo movimiento dentro de nosotros e impulsa todas las obras del cristiano, haciéndolas dignas de Dios.

A esto obedece lo de San Pablo: Sea que comáis, o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
Así, como suena: las acciones más triviales son glorificadoras eminentes de Dios.
El mismo Pablo nos dice que somos unos regenerados y renovados en el Espíritu Santo (Tito 3,5. 1Corintios 10,31)
¿Regenerados? ¿Nacidos de nuevo?… Entonces, somos algo más que meros hombres y mujeres. Somos hijos de Dios.
¿Renovados? ¿Hechos cosa nueva?… Entonces, ya no somos los pecadores de antes, sino las imágenes vivientes del mismo Jesús, deslumbrantes de belleza.

Un Santo de la antigüedad cristiana instruía así a su auditorio:
– Si el fuego, penetrando en el duro hierro, lo transforma todo en fuego, y hace ardoroso el frío metal; si vuelve brillante lo que era negro y oscuro; si penetra todo el hierro y actúa en él sin ningún impedimento, ¿por qué te asombras de que el Espíritu Santo pueda penetrar todo tu ser…,  cuerpo y alma, todo lo que eres tú?… (S. Cirilo de Jerusalén)

Volvemos a estar en una nueva era del Espíritu Santo. ¿No nos sentimos felices con Él?
Ciertamente que sí. Porque el Espíritu del Señor es gozo y paz.
Por eso le repetimos tantas veces esa llamada que la Iglesia le hace continuamente: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos la llama de tu amor”…

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