Dos en uno

12. marzo 2024 | Por | Categoria: Familia

Si a esta charla de hoy la quiero llamar Dos en uno, ¿a que no hay uno solo de ustedes que no adivine a la primera que se trata del matrimonio?… Así es: dos en uno fue el ideal primero de Dios sobre el hombre:
– Y serán los dos una sola carne, una sola persona. A tanto debe llegar la unión del varón con la mujer.
Este ideal de Dios lo expresaron una vez de manera idílica dos esposos célebres. Enriqueta estaba en su jardín entrelazando dos tallos de un rosal. Se le acerca por detrás, callandito, su esposo Manzoni, el mayor escritor moderno de Italia, y le pregunta cariñoso:
– ¿Qué haces? ¿Qué significa esto?
Y Enriqueta, mimosa, dulce:
– ¿Ves? Estos dos tallos son nuestros dos corazones, unidos fuertemente entre sí.
Al gran Manzoni le saltaron las lágrimas a los ojos. Y mandó levantar alrededor del rosal un parterre, cuyo recuerdo ha perdurado hasta nuestros días.

Ahora nos preguntamos: ¿Por qué nosotros, hombres y mujeres por igual, nos empeñamos en echar a perder la obra más bella de Dios? Y nos encontramos, ante todo, con el enemigo que, mentiroso desde el principio, como lo llama la Biblia, se metió en medio de Adán y Eva. El demonio maldito sabía lo que se hacía, y el fruto primero de aquel pecado fatal fue el desorden que se metió en la primera pareja y en los primeros hijos, entre los cuales ya hubo un asesinato.

Hoy se añade a aquel mal primero una lista interminable de otros males que nos sabemos de memoria, los cuales echan a perder la institución conyugal y familiar: desde el amor libre, la infidelidad, el aborto y el lujo desmedido, hasta la incomprensión y la frialdad, que a tantos hogares convierten en una tragedia. Jesucristo, que venía a restaurar todas las cosas, no podía menos de tener muy en cuenta el matrimonio. Por un matrimonio hizo su primer milagro, como una introducción —como un ensayo, diríamos, de lo que Dios quería que fuese el matrimonio: amor, mucho amor y felicidad, simbolizados en aquel vino nuevo que alegraba el corazón de los esposos, siempre con Dios en medio de ellos.

A la luz de Jesucristo, nosotros sabemos mirar aquellos males como el trasfondo negro que hace resaltar más el esplendor del cuadro que tiene por artista al mismo Dios.
¿Algo más idílico que dos novios limpios, que se p—reparan con ilusión para ir ante el altar?…
¿Algo más sagrado y tierno que dos esposos que se aman con locura, en un enamoramiento que nunca pasa?…
¿Algo más generoso y formador que el negarse en todo los dos, él y ella, para que el otro, para que la otra, sea cada vez más feliz?…
¿Algo más encantador que dos papás volcados sobre los hijos, que Dios les ha dado como el mayor regalo de la vida?…
¿Algo más emotivo que darse al final un ¡Adiós!, el cual no es más que un ¡Hasta pronto!,  en el seno de Dios que los espera?…

Todos sabemos dónde encontrar el secreto para conseguir tanta belleza y una dicha tan grande. Se reduce, sencillamente, a poner a Jesucristo en medio de la pareja y en el centro del hogar, sin permitir que nunca se ausente. Como lo hizo aquel profesional, que le pregunta a su hijo, poco antes de ir al Altar:
– ¿Te acuerdas de lo que era este hogar hace sólo algunos años? Tu padre, nada ejemplar, dado a cualquier vicio, sobre todo a la bebida, había convertido esta casa en un infierno. ¿Lo ves ahora, desde que metí aquí a Cristo?… No tengo dinero que darte como regalo de boda. Pero te doy mi ejemplo de ahora y mi consejo: mete a Jesucristo en tu hogar. Te aseguro que vas a ser feliz.

Esto no es una bonita divagación nuestra. Sino que es repetir el gesto evangélico de la Boda de Caná. El ilustre invitado ofreció a los recién casados el vino nuevo del amor, que, cuanto más se añeja o envejece, tanto más delicioso se vuelve… Y, a este propósito, se me ocurre otro caso curioso. Hemos empezado con una anécdota de Manzoni, ocurrida en Milán. Pues en Milán también, y hace relativamente poco, se dio un caso singular.
Un esposo enamorado de veras, al cumplir 30 años de matrimonio, alquiló por varios millones de liras la página entera de un periódico para mandar un beso y un abrazo a la esposa adorada, en esta carta pública:

Los treinta años han pasado más rápidos que un relámpago, y soy más feliz que al principio. Hay cosas muy bellas que las puedo decir en voz alta, otras me las reservo para decírtelas mañana al oído. Gracias por estos 30 años que me has dado, gracias por tu sonrisa, gracias por tu cercanía, gracias por tu disponibilidad. Cuando pienso en ti, siempre te imagino a mi lado, en las buenas y en las malas, capaz de aumentarme la alegría y de restar importancia al dolor. Pidamos a Aquel que puede hacerlo, que nos deje todavía juntos por mucho tiempo”. (Noticia y texto Il Tempo, Roma, 3-VIII-1998)

Así, al pie de la letra, el texto de carta tan reservada —esto de reservada, júzguenlo ustedes— en la página entera de un periódico…

Dos en uno. Como dos tallos de rosal entrelazados… Así contempló Dios el primer matrimonio cuando lo instituyó en aquel jardín… Así soñamos en contemplarlo también nosotros…

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