Con las manos llenas

18. marzo 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

Cuando consideramos la grandeza de Dios, la sublimidad de nuestra vocación cristiana, la altura de santidad a la que Dios nos llama, y, al mismo tiempo, nuestra pequeñez y la impotencia del mundo para salvarnos, es muy posible que nos venga el desaliento:
– ¿Cómo nos podemos presentar ante Dios con las manos tan vacías?…
Sin embargo, Dios mismo nos ofrece una salvación segura.

Durante la Guerra Mundial, aquel bombardeo sobre la ciudad indefensa había sido demasiado intenso y cruel. Las baterías antiaéreas no podían hacer nada ante los mil aviones que descargaban sin compasión bombas inmensas, las cuales convertían todo en hogueras altísimas y en ruinas espantosas, mientras dejaban entre ellas cadáveres incontables y heridos que lanzaban gemidos desgarradores…
Un sacerdote, que salía con vida del refugio, al querer auxiliar a los que se debatían contra la muerte, se encuentra con un hombre desesperado:
– ¡Padre, estoy para morir! He perdido todo. He perdido a mi familia. Y ahora me voy a perder yo para siempre.
El sacerdote no entiende las palabras, y así que le contesta:
– ¡Quién sabe! A lo mejor aún hay tiempo de trasladarlo a un hospital del sangre. Espere, que voy a buscar…
Ahora se explica el herido:
– No, no se trata de eso, Padre. Yo he sido muy malo. Y después de perder todo lo de este mundo, mi casa, mis seres queridos, y ahora mi vida, me voy a perder yo para siempre, porque para mí no hay perdón.
El sacerdote se conmueve, y responde rápido:
– ¿Qué dice? ¿Que para usted no hay perdón? ¿Es que quiere ser usted más poderoso que Jesucristo?… Agarre este Crucifijo, guarde silencio, mírele a la cara cubierta de sangre, como la de usted ahora, y escuche las palabras que Él está dirigiendo a Dios por usted: “¡Padre, perdónale!”.
El hombre, destrozado por la metralla, se calló. Pero el sacerdote iba repitiendo, igual que un eco, siempre las mismas palabras, como si fuese el mismo Jesucristo clavado en la cruz:
– ¡Padre, perdónale! ¡Padre, perdónale! ¡Padre, perdónale!…
El herido comenzó a llorar, mientras el sacerdote le daba la última puntillada:
– Dígame, ¿quién puede más, las culpas de usted o las palabras de Jesucristo?…
Al herido se le empieza a escapar la vida. El sacerdote se da cuenta, y se apresta a darle la absolución, mientras el agonizante muere haciendo lentamente esta confesión de fe, muy lentamente:
– Sí; las palabras de Jesucristo pueden más que mis culpas. ¡Dios mío, perdóname!…

El ejemplo puede resultar conmovedor, si cada uno se lo aplica a sí mismo cuando no se siente con la conciencia en paz.
Pero ahora, nosotros no nos vamos a fijar en ese aspecto, sino que vamos a mirar al mundo.
Este mundo, bello y trágico, necesita salvación.
Lo estamos repitiendo continuamente, al contemplar tantas guerras, asaltos, asesinatos, injusticias, crímenes, inmoralidad desbordada…
Y nos preguntamos todos: Pero, ¿es que no tenemos remedio? ¿no contamos con algo que nos libere de tanto mal? ¿que no surge alguien en nuestra sociedad, como un líder indiscutible, que nos saque de este abismo en que nos hemos metido por culpa nuestra?…
Y la respuesta es únicamente: JESUCRISTO. Lo dijo Él mismo valientemente pocas horas antes de morir:
– ¡Confiad! Al mundo lo tengo yo vencido.

Jesucristo —sobre todo Jesucristo enarbolado en la Cruz, y uso palabras de San Juan María Vianney—, es el libro más sabio y profundo que se puede leer. Los que no conocen este libro son unos ignorantes, aunque se sepan de memoria todos los demás libros. Los verdaderos sabios son los que aman este libro que es Jesucristo, lo consultan y lo profundizan.  Cuanto más se asiste a su escuela, tanto más se quiere seguir en ella. El tiempo se pasa en ella sin aburrirse por nada. Se aprende todo aquello que se quiere saber y nunca se queda uno harto de lo que tanto le gusta.

Todos los creyentes nos hemos de apiñar en torno a Jesucristo, sabiendo que la salvación la ha puesto Dios solamente en sus manos.
Mienten todos esos que se presentan hoy como nuevos mesías. El único Salvador es Jesucristo.
Lo que nosotros, y todos los hombres de buena voluntad, hacemos por la salvación del mundo, está muy bien, Dios lo bendice y produce ciertamente sus frutos.
Pero sin Jesucristo no haremos nunca nada.
Con Jesucristo, que puede más que todo el mal del mundo, lo podremos todo…

Señor Jesús, el mundo no puede salvarse si no lo salvas Tú. ¡Sálvalo!
Señor Jesús, el mundo no puede salir de tanta metralla en guerras fratricidas. ¡Sálvalo!
Señor Jesús, el mundo está sufriendo el bombardeo de una inmoralidad desbordada. ¡Sálvalo!
Señor Jesús, el mundo grita como Tú le enseñaste: ¡Padre, perdóname!… Tú, ¡sálvalo!
Señor Jesús, yo, como todo el mundo, necesito tu salvación y tu perdón. ¡Sálvame, Señor!…

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