Con Jesús en su Pasión

4. marzo 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

En un mensaje anterior analizamos a varios personajes de la Pasión del Señor: a los malos, vamos a llamarlos así. Los antiguos y los actuales. Hoy nos preguntamos: ¿Y los buenos? ¿qué hicieron los amigos de entonces, qué hacen los amigos de hoy? ¿No hay nadie que acompañe hoy a Jesús cuando va hasta el Calvario?… Lo vamos a ver ahora.

Los Apóstoles, en primer lugar. Cobardes, todos abandonaron a Jesús. Eran amantes sinceros, pero débiles. Juan rectifica, y llega después hasta el Calvario. Pedro niega, se arrepiente, y dirá al fin: ¡Señor, tú sabes que yo te quiero! – Los pobres apóstoles de la Pasión son la estampa de muchos de nosotros. Traicionamos a veces el amor de Cristo, pero reaccionamos, y Jesús sabe que puede seguir contando con nosotros…

La mujer de Pilato nos hace pensar. Es un corazón femenino muy bello. Intuye. Teme. Avisa: Pilato, no condenes a ese hombre santo. Si Pilato nos resulta antipático, porque vio claro pero fue un cobarde ante su deber, la buena de la mujer nos cae bien a todos y de todos se hace querer. – Esta mujer de Pilato, pagana, es la imagen de la conciencia, naturalmente recta, que nos previene a cada uno: ¡Cuidado! Salva a Jesús. No lo vuelvas a crucificar en tu corazón…

El Cirineo es uno que acepta forzado la cruz de Jesús. Pero, tampoco se niega a ayudar a ese pobre condenado. Y el Señor se lo recompensa: será el padre de dos distinguidos cristianos de la primera Iglesia. – El Cirineo es otro magnífico retrato nuestro. No nos gusta la cruz que nos viene encima: ni el trabajo, ni la enfermedad, ni la pobreza, ni el fracaso, ni nada que nos moleste… Pero, aceptamos la cruz de Jesús sobre nuestras espaldas. Y el Señor nos recompensa con gracia, santidad y gloria inmensas.

Las mujeres de Jerusalén se compadecen de Jesús. Lloran. Y llevan al corazón de Cristo un consuelo que tanto necesita. Jesús les corresponde con su mirada comprensiva y su palabra: ¡No lloréis por mí!… – ¿Pensamos que hoy el mundo no ofrece a Jesús más que incredulidad, indiferencia, persecución y dolor, en su Persona y en su Iglesia, la cual atraviesa el mundo como una Calle de la Amargura?… Es  cierto. Pero también se le ofrendan lágrimas, cariño, comprensión y ayuda grandes.

María, la Madre, merece naturalmente una especialísima mención. Ahí está, al pie de la cruz, con fidelidad única, con valentía inimaginable, con fe incomprensible, con un sentimiento del deber más que heroico. Es la nueva Eva, la Madre de todos los vivientes, que recibe el encargo más grandioso de Jesús, cuando le dice señalando con la mirada a Juan: Ahí tienes a tu hijo. Y María nos acepta a nosotros, los pecadores, sus nuevos hijos, confiados a su Corazón de Madre. – Con la Virgen, que nos arrastra consigo ante la Cruz, Jesús no se hallará nunca solo en medio de su dolor. Como Ella, sabemos hacer compañía al Crucificado, y con nuestra propia crucifixión le ayudamos a salvar al mundo, a los hermanos que nos necesitan.

Las mujeres amigas demuestran una valentía y un amor a prueba de bomba. ¿Fallarle a Jesús en esta hora?  No. Ahora, más que nunca a su lado… – Como siempre, la mujer fiel —decimos la fiel— es buena hasta llegar a los mayores heroísmos. El hombre cede y huye muchas veces. La mujer no abandona nunca. Su amor es lo más sacrificado que existe. La mujer es en el momento del dolor el apoyo más fuerte en que podemos confiar.

El Buen Ladrón. Le da a Jesús un gozo insospechado. Su grito de fe y confianza: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino, es correspondido por Jesús con una promesa que no ha escuchado jamás otro mortal: -¡Hoy, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso! Un ladrón, un criminal, un pecador… – ¿Podemos nosotros dudar de nuestra salvación, si sabemos acudir a Jesús?…

Nicodemo y José de Arimatea. Dos jefes del pueblo que no se rinden ante sus camaradas hipócritas. Sin respetos humanos y con valentía, piden el cadáver de Jesús para darle honrosa sepultura, y cargando ellos con todos los gastos…  – Estos son los católicos que hoy necesita Jesús. Y no digamos que no los encuentra, porque en su Iglesia tiene muchos como estos dos valientes…

El Centurión. Un militar pagano, de Roma, que cree y confiesa: ¡Sí! Éste era Hijo de Dios.  – Hoy el mundo pagano pide a gritos la salvación. Y el Evangelio va avanzando y abriéndose camino entre el mundo infiel. Jesucristo ve cómo su Sangre no fue inútil, ni mucho menos, sino que es la salvación de cuantos creen y esperan. Al final, la cosecha habrá sido inmensa…

Los convertidos. Nos dice Lucas: Muchos de los espectadores se volvían dándose golpes de pecho… – La historia sigue igual. ¡Cuántos, al fin, se rinden a Jesús y se salvan!… Nadie se pierde por haber pecado, pues la Sangre de Jesucristo sigue implorando piedad y perdón. Quien se pierde es por no reconocerse pecador, como los escribas y fariseos, que marchaban del Calvario orgullosos de su vergonzosa hazaña.

Mientras que los que se golpeaban el pecho y lloraban, se alejaban de allí, sin darse cuenta, con la sonrisa de Dios prendida en sus almas. Dios no miraba ya el pecado del hombre, sino la Sangre bendita de su Hijo, con la cual cancelaba todas las culpas de la Humanidad culpable. Pensar en la Pasión del Señor no es sólo para la Cuaresma y la Semana Santa. Es para todos los días.

¡Señor Jesús! Tú me quieres entre el puñado de valientes que te siguieron hasta el fin y que hoy reinan contigo en tu gloria. Abrazado a tu cruz, sé que por tendré parte en la gloria de tu Resurrección…

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