Las “caras” de Jesús

29. febrero 2024 | Por | Categoria: Oración

¿Cuántas caras tiene Jesús? Una solo, por de pronto… La que recibió de su Madre con los trazos que dibujó el Espíritu Santo y que ahora está radiante en el Cielo con la gloria de la Resurrección. ¡Cuidado que debe ser bella la cara de Jesús Resucitado!… Una cara que no está reservada para ser contemplada sólo en el Cielo, sino que debe correr también por la tierra…

Sin embargo, me aferro a mi pregunta: ¿no tiene Jesús más que una cara?… Y la respuesta me la han dado ya todos ustedes con su silencio complaciente. No; Jesús no tiene una sola cara. Jesús tiene miles, millones de caras: tantas cuantos somos los bautizados.

Y si no las tiene, las debe tener. Porque todos debemos reflejar la imagen del Cristo que llevamos dentro y que nos sale fuera por la mirada, por la sonrisa, por ese no sé qué indefinible que aparece en el rostro de los que debemos ser santos, según nos dice siempre Pablo en sus cartas… Jesús tiene tantas caras cuantos somos los cristianos. ¿Con qué cara le hacemos aparecer?…

A un gran artista se le preguntó con mucha intención:
– ¿Qué le parece Cristo?
Y el interrogado, tan buen cristiano como buen artista, respondió profundamente convencido:
– ¿Cristo?… Es el alma de mi alma (Langbehn, llamado el Rembrand alemán)
Y porque Cristo estaba muy adentro de su alma, que se asomaba siempre a una cara sonriente y llena de paz, se reflejaba también en los lienzos que todos admiraban. Cuando Jesucristo está dentro de nosotros, cuando de verdad lo llevamos dentro, nuestro rostro revela por fuerza el rostro inigualable de Jesucristo, ese rostro que hace las delicias del Cielo.

Esto quiere decir que el cristiano se esfuerza por aparecer ante el mundo con la alegría de la resurrección. Los que nos llamamos y queremos ser cristianos de verdad somos por vocación portadores de paz, de alegría, de felicidad para todos. Porque sabemos prestarle nuestra cara a Cristo, para que Cristo luzca la cara suya ante el mundo entero.

Recuerdo a este propósito la muerte del esposo de una gran amiga. Como era una familia tan querida, las visitas en la clínica eran continuas. Desahuciado el enfermo, médicos y enfermeras se hacían la vista gorda y nos dejaban pasar a todos. La alegría del amigo, joven todavía, era contagiosa. Llevamos con nosotros a un sacerdote de nuestro grupo y, al salir, tuvo prisa en copiarnos para todos las últimas palabras del moribundo, y que figuraron después en el bonito recordatorio del funeral:
– ¿Sabe por qué cuento chistes y me muestro tan feliz? Porque quiero demostrar a todos que, viviendo en gracia, uno se ríe de todo, hasta de la misma muerte.
Era decir, con otras palabras, que la alegría del Resucitado llena por completo la vida del cristiano.

Este punto de la alegría cristiana ocupa hoy un puesto de honor entre los temas que se nos proponen en la Iglesia como norma de conducta. Cuando esparcimos alegría estamos dando testimonio de nuestra fe. Si apareciéramos con cara triste estaríamos pregonando a todos que nuestro Dios no nos llena el alma; que le servimos sólo por miedo; que eso de la salvación futura es para otros, para nosotros no. Porque indicaría que no tenemos esperanza, puesto que quien espera con seguridad se siente tan feliz como si tuviera ya en la mano los bienes que le han de venir un día con una certeza total.

Aquel impío filósofo y escritor alemán decía que buscaba inútilmente caras de resucitados entre los cristianos (Nietzsche). Mentía, desde luego, pero a lo mejor no le faltaba algo de razón cuando miraba la cara de muchos, que parece han nacido sólo para estropear cualquier fiesta…. La tristeza —que es muy diferente del dolor— no debe tener lugar en nuestra vida. Si ayudamos muchas veces a Cristo a llevar su cruz como cirineos, debemos también ayudarlo a llevar el premio de la cruz, como es la alegría de la Resurrección.

Un convertido que se hizo notable nos contó lo que fue su rostro. Tuvo dos caras en su vida, la de antes de su conversión y la de después. Y así, nos decía:
– ¿Quieren saber lo que era la primera cara? Mejor para ustedes si no la vieron. Metido en el vicio, yo estaba sobre un lecho de flores, nadando en todas las delicias, y aquella cara mía era un espanto de vergüenza a pesar de mis risotadas… Hoy me hallo postrado en cama, con una enfermedad incurable, sufriendo lo que no se imaginan, ¡y vengan ustedes a ver si mi cara es diferente de la de Cristo!… (Clement Roux, acomodado y dialogado)

Metido entre niños, un Obispo famoso de nuestros días oyó que la gente decía:
– El Obispo es aquel que hace sonar las campanas.
Al Prelado le entusiasmó una definición tan humana, aunque tan poco teológica, y comentó:
– Qué hermoso sería si la gente dijera de todos nosotros que somos los que hacen repicar las campanas de la Pascua, las campanas de la esperanza (Mons. Tonino Bello)

Al mirarnos en el espejo, todos venimos a hacernos inconscientemente un examen:
– ¿Estoy bonita?, se pregunta la mujer siempre …
Y él se pregunta: -¿Soy un hombre capaz de atraer a una mujer?…
Pero el mejor examen de todos los que nos hacemos, sería éste:
– Mi cara, esta mi cara, ¿es la cara bella de Cristo, el alegre Cristo Resucitado?…

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