Jesucristo, el Hombre Nuevo.

12. febrero 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

El apóstol San Pablo desarrolla en sus cartas un pensamiento que hoy nos puede resultar muy interesante. Habla de Jesucristo, contraponiéndolo al Adán del paraíso, y lo llama El nuevo Adán…, El Hombre Nuevo.
Siguiendo el mismo pensamiento, quiere que el cristiano, para ser en todo igual a Cristo, se revista de Cristo, y así será también él un hombre nuevo, con la gracia y las cualidades de Cristo, dejadas atrás y para siempre las miserias morales del viejo Adán.

¿Es éste un ideal para nuestros días? Seguro que sí. En un mundo que cada vez se seculariza más y se va alejando de Dios, surgen muchos espíritus selectos, clarividentes, profetas verdaderos, que proclaman el advenimiento de un Mundo Nuevo, de un Mundo Mejor. El proclamado y propuesto por el Concilio Vaticano II, o por Puebla para nuestra América Latina. Y se conseguirá, cuando el mundo se decida a aceptar la salvación que le ofrece Jesucristo.
Nosotros miramos al Hombre Nuevo, que es Jesucristo, para que Él nos inspire y nos aliente.
Conformados con Jesucristo, sabremos ofrecer al mundo la imagen que necesita para trabajar por ser un Mundo Mejor.

El Mundo Nuevo habrá de arrancar de una era de paz. Mientras no haya paz de las armas, no habrá tampoco paz de Dios. Jesucristo vino al mundo cuando el mundo romano, en el que Jesús se insertaba, estaba totalmente en paz. Fue todo un signo.
Hoy queremos empezar por eliminar la injusticia social, causa de las guerras.
Habrá que eliminar la inmoralidad, destructora de la salud de los pueblos.
Tendremos que renovar al individuo, librándolo de todo aquello que lo esclaviza al enemigo: como es la falta de fe en Dios, el egoísmo, el ansia de placer…

Todo esto exigirá lucha. Ya lo sabemos. Pero Jesucristo, que es el Príncipe de la paz, se presenta como el gran luchador contra todo lo que se opone al Reino de Dios.
En el desierto, le responde con desprecio a Satanás en la triple tentación:
– ¡Fuera con la comodidad y el placer! Yo no quiero comer el pan que me ofreces…
– ¡Fuera con la vanidad, el lujo y el despilfarro del consumismo! Yo no me tiro abajo, para que todos me alaben inútilmente…
– ¡Fuera con el orgullo y la independencia! Yo no me alejo de Dios por el ansia del poder político y económico…

Sobre ese Jesucristo que lucha contra el demonio y no acepta ninguna de las sugerencias engañosas del tentador, está el Jesús que revela al hombre perfecto.
Al caballero sin tacha, que ama con ternura a los niños y cautiva castamente a la mujer.
Al que tiene un dominio de sí mismo admirable.
Al que es todo bondad, que se gana todos los corazones. Al que es al mismo tiempo tan fuerte como humilde.
Al que vive obsesionado por la piedad hacia Dios su Padre, Dios tiernamente amado.

Este Jesús nos ofrece así una imagen tan cabal de perfección humana, que si es insuperable es a la vez tan atrayente y tan imitable.
¿Un Jesucristo como éste no va a entusiasmar hoy? Muchos no lo querrán, naturalmente. Más, le harán toda la guerra posible, porque ven que será inútil querer ganar para su causa a un Jesús de esta categoría.
Pero los mejores, los valientes, los que suspiran por un Mundo Nuevo, se unirán a semejante líder y le darán el voto a la primera, sin pensárselo dos veces… Porque ven que es un Jefe distinto.

Fue divertida la encuesta que un periódico o una revista de Italia lanzó hace ya muchos años, cuando el comunismo amenazaba tan seriamente y engañaba a tantos incautos. La encuesta pedía, nada más, que los lectores señalasen a uno de los grandes líderes del Comunismo que hubiera trabajado y no estuviese viviendo con más lujo que un rajá… Ante la insinuación de la maliciosa encuesta, se barajaban nombres, los más sonados de los grandes secretarios del Partido en Francia e Italia, o entre los exilados de España…, los cuales quedaron en el mayor ridículo, porque toda la gente conocía su vida.
En nuestros países americanos donde se metió también el comunismo, nos enteramos bien pronto de las mansiones —robadas, eso sí— en que vivían los grandes jefes del gobierno o de la guerrilla. Lo primero que hacían, instalarse ellos bien. Después, llevar al pueblo como carne de cañón a luchar…

Y, caído ya el comunismo, ¿qué pasa en el Primer Mundo, en la sociedad de consumo y del bienestar?… Aquí, en el mundo rico, cambian los modos, pero el fin que se persigue es el mismo: gozar, pasarla bien, disfrutar, aunque alrededor existan grandes contingentes de desposeídos, a los que les falta todo en la vida.

¿Quién ofrece la solución eficaz al problema? ¿Quién es capaz de ponerse al frente, para conseguir el Mundo Nuevo en que soñamos?… Lo sabemos muy bien: sólo Jesucristo, el Hombre Nuevo.
El que no engaña a los que le siguen.
El que lucha primero, para hacernos luchar a nosotros sin miedo.
El que nos quiere, como Él, hombres nuevos, capaces de dar un vuelco a la Historia… Sin más armas que el amor, la esperanza firme, la entrega personal, y el apego a un Dios al que no abandonamos por nada…

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