El misterio de la Infancia

26. febrero 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

No hace falta estar en Navidad para tener casi la obligación de pensar en el misterio de la Infancia de Jesús. Estaremos o no estaremos en tiempo de Navidad, pero nos detenemos ante la cunita de Belén para abismarnos en el misterio más encantador que Dios nos ha revelado.
El Catecismo de la Iglesia Católica (526) viene a respondernos a esta pregunta:
– ¿Por qué Dios, al hacerse hombre, ha tenido que nacer niño y en esas circunstancias de pobreza, de humildad y de pureza? ¿No podía haber sido todo de manera más brillante, algo más digna de Dios?…
Así hubiéramos pensado nosotros. Pero, aquí más que nunca, se cumple aquello de la Biblia:
– Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son los míos…
Jesús nos dirá más tarde que para entrar en el Reino de los Cielos hemos de hacernos niños. Y, mejor que con discursos, empieza a enseñar la lección haciéndose niño Él mismo y actuando como un niño.

¿Se ha aprendido esta lección en la Iglesia? Valga por todos los casos el de Juan de la Cruz, sacerdote y religioso muy grave, aparte de un insigne doctor. Ve en la mesa la imagen del Niño Jesús, lo agarra en un arrebato y comienza a bailar incontenible con el Niño en los brazos. Los presentes se preguntan:
– Pero, ¿se ha vuelto loco?
Y aquel hombre tan serio sigue danzando mientras canta:
– Si amores me han de matar, ahora tienen lugar.
 Esto es entender el Evangelio: siendo una persona grave, seria, sabia, importante y todo lo que queramos, saber hacerse niño y abajarse a la humildad de los pequeños.

Jesús —sigue diciéndonos el Catecismo de la Iglesia Católica— nos avisará un día que es necesario nacer de lo alto (Juan 3,7). En otras palabras, que tenemos que haber nacido por el Bautismo como hijos de Dios y que hemos de mantener esta condición celestial a la que nos ha elevado el mismo Dios.
¡Nacer de lo alto! ¡Vivir del Cielo! ¡Pues, no nos dice nada Jesús!…
Y, sin embargo, esta es la realidad que nos trae Jesús desde Cielo, haciendo un intercambio para nosotros ininteligible:
– Jesús era Dios, y se hace hombre;
– nosotros somos hombres, y llegamos a ser Dios;
– Dios no tenía nuestra naturaleza, y la toma del seno de María;
– nosotros no teníamos la naturaleza suya divina, y nos la da a cambio de la que nosotros le hemos dado a Él;
– Aquel que era Dios se convierte en hombre verdadero;
– y los que no éramos más que hombres llegamos a ser verdaderos hijos de Dios, porque Jesús nos hace participar de su misma naturaleza divina;
– Jesús es Dios y Hombre verdadero, y nosotros somos hombres verdaderos y verdaderos dioses también por participación de la vida de Dios.
¡Oh admirable intercambio!, sigue cantando la Iglesia, pasmada ante semejante maravilla…
Y todo esto —nos preguntamos—, ¿para qué, en definitiva? La respuesta puede parecer muy trivial, pero es la única que se puede dar. Dios hizo esto sólo para ganarse el amor del hombre.
Una persona mayor no se gana el amor de los demás así como así; ha de ser muy buena y hacer demasiadas cosas para robar un corazón… Pero un niño chiquitín, ¿qué tiene que hacer? ¡Nada! Sencillamente ser niño, y no hay hombre, por duro que sea, que no lo agarre para besarlo, jugar con él y llenarlo de caricias…

Un rey muy católico de la Edad Media tenía un noble de su corte que era muy frío en religión. Dios no le decía nada y no cumplía con ningún deber cristiano. El rey le pide un día:
– ¿Qué le parece si le doy un encargo? Prefiero que me lo haga usted y no un criado.
– Encantado, mi señor. Mande.
– Pues vaya al taller de mi pintor y tráigame el cuadro que le encargué y que ha terminado.
El artista tenía acabada su obra —un retrato del Niño Jesús— y, bien envuelta, la da al enviado real. Al recibirlo el monarca, se lo devuelve al portador:
– Tenga, es para usted. Me he querido adelantar a su cumpleaños. ¡Que lo pase feliz!
El noble lo desenvuelve, mira, empieza a emocionarse…
– ¿Quién este Niño? ¿Este Niño que me sonríe es para mí?…  
No puede con su emoción. Aquel cumpleaños significó su vuelta definitiva a Dios. Resistía siempre ante los ejemplos de su rey. Pero cedió ante los encantos del Niño Jesús…

Volvemos a nuestro pensamiento del principio.
Esto de pensar en Jesús Niño, ¿es propio solamente del tiempo de Navidad? No; porque lo es de todos los días del año.
Jesús nos pidió hacernos niños ante Dios, y esa niñez espiritual nuestra es cosa de cada día (Mateo 18,3). Así es también cosa de cada día el tener ante los ojos diariamente al Dios hecho Niño para nuestra salvación.

Humildad y amor vividos en la Gracia que nos hace hijos de Dios: aquí está todo el misterio de la Infancia del Señor, que el cristiano la vive no sólo el 25 de Diciembre, sino todos los días del año, porque Dios es todos los días un Niño encantador para nosotros…

Comentarios cerrados