¡Acércate! ¡Cree!…

16. noviembre 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

Un estudiante joven —muy buen matemático, creyente, pero poco piadoso, aunque sí muy honesto—, empezó a nadar en la duda:
-¿Cómo es posible eso del Cuerpo y la Sangre de Cristo en un trocito de pan, en unas gotas de vino?…
Un compañero de universidad, también muy capaz, le suelta un día furioso:
-¡Es que no es pan ni es vino, sino Cristo en forma de pan y de vino, que es algo muy diferente!…
Eran los dos muy buenos amigos, pero en este punto no se entendían. Un día en la Iglesia, el coro cantó una letra preciosa, que al final ponía en labios de Jesús, sentado a la mesa con los dos de Emaús, estas palabras severas:
-¡Ay, ay de aquel que no crea al partir yo el Pan!…
Hubo bastante. El joven medio incrédulo empezó a temblar, pues, como era muy listo, se puso a discurrir:
-Sí; por fuerza Jesucristo, el que perdona cualquier pecado, no podrá perdonar éste: el de negar su inmenso amor cuando se nos quiere dar en comida y en bebida, para meterse en lo más íntimo de nuestro ser. Si se peca contra el amor, ¿a qué se va a recurrir? ¿a la justicia?… Sería el peor de los remedios.

Otra joven, una judía rusa, acepta el Evangelio, se convierte, se bautiza, es una enamorada de la Eucaristía, y explica con pasión lo que ella entiende de este misterio de amor:

Jesús, judío, de mi mismo pueblo, el hombre más noble que haya vivido jamás, ¿podía ser loco al llamarse a Sí mismo “pan vivo” que desciende del cielo? Su promesa de la Eucaristía —“y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”— tiene que ser verdad. Eran difíciles de aceptar las palabras de Cristo al anunciar la institución de la Eucaristía… Pero, al aceptarlas yo, había llegado mi hora de creer y conocer que Él era el Cristo (Raquel María)

En este joven universitario y en esta judía convertida está plasmada la actitud de nosotros los católicos respecto de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. ¿Qué es difícil de entender? ¡Claro que sí! Por algo se le llama el “misterio de la fe”. Pero cuando se cree en el amor de Jesucristo, la fe encuentra muy allanado el camino para creer.
Es lástima lo que le pasaba a aquel protestante, que decía con toda seriedad y convencido:
 -Si yo pudiera creer en la presencia de Cristo en el sacramento, de pura adoración no dejaría ni un momento de estar de rodillas (Lavater)
¿Dónde estaba la equivocación de este noble protestante al hablar así? Miraba a su propia devoción, a su propio amor, que eran muy grandes; pero no miraba, para creer, al amor de Cristo. Lo que no le cabía a él en la cabeza, le cupo con mucha amplitud a Jesucristo, y, como le sobraba poder en sus manos divinas, pudo decir y dijo en la Ultima Cena: -Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo… Tomad y bebed, porque esta es mi sangre.

La realidad de la Eucaristía —Cristo presente, que se nos da en comida y en bebida— no se mide por nuestro amor a Cristo, sino por el amor de Cristo a nosotros. La Eucaristía es misterio de amor. Si creemos en el amor, creeremos también en la Eucaristía. El Catecismo de la Iglesia Católica, con palabras del anterior Catecismo Romano, lo viene a decir así, con estas palabras, que son memorables:
– El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su vuelta, constituyéndolos entonces sacerdotes del Nuevo Testamento (1337)

Lo que hizo Jesús una vez, en la Ultima Cena, lo sigue repitiendo innumerables veces sobre nuestros altares. Ni Jesús puede pasar sin darse a su Iglesia, ni la Iglesia puede aguantar sin recibir a Jesús. Son el Esposo y la Esposa que se buscan porque se aman. Jesucristo convida y sirve espléndidamente a los suyos, a quienes ama tanto que no puede vivir si ellos. El gran Catecismo lo expresa con estas palabras: -Ya el Bautismo es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía (1617)
Un sacerdote les expresaba esto a sus alumnos en un gran seminario del Sur de Italia. -Padre, le decían, ¿cómo es que pone usted tal calor en esa antífona de la Comunión? Y él, humilde y lleno de gozo:

Pero, ¿es que ustedes no han analizado lo que dice?
“¡Oh Sagrado convite!”. A ver, a ver si ustedes sueñan en sentarse algún día en una mesa más opulenta y mejor servida…
En ésta, “¡se come nada menos que a Cristo!”. A ver, a ver, invéntense ustedes un plato mejor y más exquisito…
“¡El alma se llena de gracia!”. A ver, a ver, señalen ustedes un alimento más nutritivo y que produzca un efecto comparable a éste: rebosar de la vida de Dios…
“¡Y se nos da la prenda de la vida futura!”. A ver, a ver, indiquen ustedes algo con que alguien se asegure la salvación mejor que quien comulga siempre y cuantas más veces mejor…

Le damos plenamente la razón a ese sacerdote santo. Porque la Eucaristía fue y sigue siendo la mayor corazonada que ha estallado en el pecho de Cristo. San Agustín, en un arrebato sublime, grita con estas palabras encendidas: -¡Oh sacramento de la piedad! ¡Oh signo de la unidad! ¡Oh lazo del amor! Quien quiera vivir, tiene de dónde sacar la vida, tiene dónde beber. ¡Que se acerque! ¡Que crea! ¡Que se haga un solo cuerpo con Cristo, y se llenará de vida!…

Si en la vida se aprendiera a conocer el amor de Jesucristo, que le ha llevado a extremo semejante como el de la Eucaristía, no nos daría miedo aquel grito ¡Hay de aquel que no crea!… Más bien, nos haría felices el pensar: ¡Qué feliz soy, porque creo!…

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