El Anillo de la vida

17. noviembre 2020 | Por | Categoria: Nuestra Fe

Un sacerdote famoso y santo de París, que tuvo una influencia enorme en la espiritualidad cristiana de su siglo, viajaba por España tras las huellas de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz. Las comunicaciones de entonces no eran demasiado buenas, el camino había sido fatigoso, y no había podido visitar ninguna iglesia. ¡Cuidado que se había cansado aquel día! Y el estómago vacío… Quienes le acompañan, le preguntan angustiados:
– Pero, Monseñor, ¿por qué no come? ¿es que se encuentra mal?…
– ¡Oh, no, no! Me encuentro muy bien. Pero hoy no he podido comulgar. ¿Y cómo quieren que coma el pan de la tierra si no he comido el Pan del Cielo?…
Toda una lección impartida por aquel santo varón (Cardenal Berulle)  

La Eucaristía es el alimento normal del cristiano, un alimento del que nos dice el mismo Jesús que perdura hasta la vida eterna, al revés de los alimentos materiales que llenan nuestras mesas, los cuales en sus efectos no pasan las fronteras de este mundo. Comemos para vivir; vivimos por lo que comemos, pero al fin moriremos. No ocurre así con el Pan del Cielo, la Eucaristía. Comemos a Dios, vivimos de Dios, y, muriendo en Dios, resucitamos por la fuerza de este Pan y ya no morimos más. Las palabras de Jesús son contundentes:
– Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto y murieron. Pero quien coma de este pan que yo daré, no morirá para siempre, porque yo lo resucitaré en el último día (Juan 6,58)

El misterio de la Eucaristía, tal como lo trae Juan en su Evangelio sobre el Pan de Vida, se ha explicado por el llamado el anillo de la vida. ¿De dónde venimos y a dónde vamos? Jesús nos describe la rotación de este anillo divino. Para mejor captar el pensamiento de Jesús, miramos esto por pasos.

Primer paso. Tiende Jesús la mirada al Padre, a su Padre celestial, y encuentra en El la fuente de la vida. Dios es la vida misma, y todo lo que vive procede del Dios viviente.

Segundo paso. Dios Padre comunica toda esa vida divina a su Hijo, al Verbo, que tiene desde toda la eternidad la misma vida de Dios.

Tercer paso. Dios no se quiere reservar esa vida para Sí solo. La quiere comunicar, la quiere dar. Quiere que sea también vida de los hombres. Que los hombres tengan la vida misma de Dios. Y entonces manda al mundo su propio Hijo, que pasa a la carne mortal, asumida en el seno de María, toda la vida de Dios.

Cuarto paso. Jesús, con carne nuestra, se entrega a la Cruz para destruir el pecado, muerte de las almas y de los cuerpos. El Redentor arrebata a Satanás el dominio sobre la muerte y nos da el derecho a la vida.

Quinto paso. Pero antes de morir, Jesús promete y da en la Ultima Cena esa su carne en envoltorios y apariencias de pan: Esto es mi Cuerpo. Da además el encargo preciso: Haced esto como memorial mío. Y añade Pablo: Hasta que el Señor vuelva.

Sexto paso. Mete así Jesús en nosotros la vida que El tiene de Dios su Padre. Jesús nos ha metido a nosotros en su propia vida, y así nos introduce también en la misma vida de Dios.

Séptimo y último paso. Falta sólo la consumación. El mismo cuerpo mortal nuestro va a participar de la vida eterna e inmortal de Dios, conforme a la promesa de Jesús: Quien come de este pan tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Así se ha cerrado el “anillo de la vida”:
de Dios Padre a Dios Hijo;
de Dios Hijo a la Humanidad de Jesús, asumida en el seno de María;
de la Humanidad de Jesús, al Pan de la Eucaristía, que es el mismo Jesús en ella presente;
de la Eucaristía a nosotros, que llegamos resucitados a la misma gloria de Dios.

Vinimos de Dios; vamos a Dios por Jesucristo el Redentor, mediante el Pan de la Vida, que nos mete en la vida inmortal de Dios.
Al hablar así, ¿hablamos con lenguaje de la tierra, o estamos ya en el Cielo?…

Cuando se nos dice tanto y tanto que la Eucaristía es lo primero, lo más importante, lo más grande que hace la Iglesia, lo que centra nuestro culto, lo que más nos une a Dios, porque es la fuente de donde dimana y la cima en que termina la vida cristiana, ¿se nos exagera o se nos dice la verdad más pura?…
Si se nos insiste en que recibamos la Comunión con frecuencia —¡ojalá fuera diariamente!—, ¿se nos da un buen consejo o se nos propone lo máximo que podemos hacer por nosotros mismos?…

El primer biógrafo del Duque y Virrey Francisco de Borja, sabía bien lo que pensaba aquel gran hombre sobre la Eucaristía. Pues se le podía preguntar:
– ¿Qué es para usted la Comunión?
Y la respuesta la hubiera tenido a flor de labios:
– ¡Oh! Lo que fue mi esposa querida, lo que son mis hijos, todo lo que me ha ofrecido en tanta abundancia la vida, todo eso que me ha dado Dios, a pesar de ser tan bello y tan bueno, todo eso no sabe más que a agua malsana de cisterna rota, en comparación de una sola gota de este licor divino que me embriaga con deleites celestiales (Padre Rivadeneira, interpretando el sentir del Santo)

Con la reforma conciliar, y la facilidad de las Misas vespertinas, sobre todo en vista de los obreros y campesinos, la recepción de la Eucaristía ha cobrado un impulso extraordinario. ¡Qué suerte la nuestra si no sabemos, si no podemos prescindir de una sola Comunión!…

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