¡Y se esconden de Dios!…

12. enero 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Cuando se tiende la mirada por el mundo de las almas, nos extrañamos profundamente al contemplar un fenómeno por demás extraño: ¿Cómo es posible que haya personas que huyen expresamente de Dios? Le tienen miedo, y se escapan de Él. ¿Por qué será?… ¿Es que se puede uno portar así con un Padre que ama de verdad, y que espera siempre con los brazos abiertos hasta al hijo más ingrato, desleal, pervertido y cargado de crímenes, con tal que vuelva arrepentido?…

La Biblia se hace eco de esa actitud del hombre y nos cuenta cómo Adán, al perder la inocencia, se escapó de la mirada de Dios, que le preguntaba:
– Adán, ¿dónde estás?
Y Adán, escondido entre las frondas de los árboles, sin atreverse a salir, respondía con voz lejana:
– Oí tus pasos en el huerto, tuve miedo y me escondí.
Aquí estaba la clave de todo: en la mala conciencia (Génesis 3,9; 4,7-14)
Lo mismo le pasaría después a Caín, al que le dice Dios:
– Si obraras bien, caminarías con la cabeza bien alta; pero, si actúas mal, el pecado acecha a tu puerta, te acosa. ¡Tú, sin embargo, ¡domínalo!
Pero Caín se obstinaba:
– Tengo que ocultarme de tu vista; y seré un prófugo que vaga por la tierra.

No pensemos que esto son mitos de la Biblia.
La experiencia nos dice que el bien obrar es fuente de paz en la vida, porque la conciencia está en paz con Dios y con nosotros mismos, tal como les ocurría a Adán y Eva inocentes.
Mientras que la conciencia turbada por la culpa no trae más que desasosiego, malestar, tortura callada…
Hace ya algunos años, se cometió un asesinato en las selvas chocoanas de Colombia. Por defender a sus indios, el celoso Misionero fue ultimado con un tiro de escopeta. El asesino, a pesar de tantos testigos, lo negaba todo. Pero no podía con el peso de su conciencia. No dormía, por el terror que le dominaba. A cada momento del día y de la noche, se le oía decir:
– ¡Ahí viene el Padre Misionero!… Lo veo constantemente… ¡Padre!… ¡Qué horror, la casa del Padre!… ¡Ay, sus ojos me ven…, ay!… (Padre Modesto Arnaus, asesinado en 1947)
El pobre asesino huía de Dios, último disparate que podía cometer.
Digo disparate, porque esa actitud es el error máximo que se le ocurre al hombre.
Las palabras de Dios a Caín, antes citadas, nos lo dicen bien:
– El pecado te acosa, pero puedes dominarlo.

Ante un Dios lleno de amor con el hijo rebelde, ¿cabe una actitud semejante?… ¿No sería mejor dirigir la puntería de todos los esfuerzos a eliminar esa culpa, causante de semejante desgracia?…
Por la Sangre de Cristo, Dios perdona los crímenes más horrendos. Por lo mismo, cualquier cosa de parte nuestra, antes que tener miedo a Dios y huir de Él.
Nosotros, naturalmente, seguimos con Dios una política muy distinta, vamos a hablar así. Nuestra manera de tratarlo es lo más opuesto a ese huir de Dios.
Al contrario, nosotros buscamos a Dios con verdadero ardor. Nos queremos hacer encontradizos con Dios en todas las esquinas del mundo y en todos los momentos de nuestra existencia.
Nuestra vida es de Dios, es para Dios, y no estamos contentos sino cuando descansamos en Dios.

El fenómeno del hombre que huye de Dios, será todo lo extraño que queramos, pero es un hecho que se da. ¡Que no se dé con nosotros, por favor! Porque vemos que aún no se ha cerrado la lista de los Judas que se echan la soga al cuello. En vez de huir hacia Cristo y arrojarse a sus brazos salvadores, siguen descendiendo torrente abajo hasta dar con el árbol en que colgarse…

Las palabras de la Biblia respecto de esta huida de Dios son muy significativas. Y un salmo nos anuncia el resultado de ese escaparse suicida:
– Los que de ti se alejan, perecerán… Serán abandonados lo que abandonaron al Señor (Salmo 72)
Por el contrario, otro salmo canta la felicidad del que busca a Dios, porque lo encuentras en todas partes, ya que Dios lo llena todo: -Si subo al cielo, allí estás tú; si bajo hasta el abismo, allí te encuentro (Salmo 138)
Dios, el que a unos les da miedo, a otros, más prudentes y sabios, les da toda seguridad.

Nosotros queremos actuar de modo muy diferente al de aquellos que se escapan de Dios, pues sabemos de Quién nos fiamos. Creemos en un Dios, que es todo bondad. En un Dios que ama. En un Dios que si ama, perdona. En un Dios que si perdona, olvida. Y si Dios olvida, ¿por qué vamos a ser nosotros los tontos que nos empeñemos en recordar lo que nos podía haber perdido?…

¡Señor Dios nuestro!
¿Cómo es posible tenerte miedo a ti? Si eres amor, y das amor, y nos llamas al amor, ¿hasta dónde puede llegar y llega la grandeza de tu generosidad y de tu perdón?… A los que te tienen miedo, les decimos con seguridad y con gozo, echándoles una apuesta: -¡Prueba! Si Dios te rechaza, yo pago por ti. ¿A ver quién gana?…

 

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