Un solo corazón

29. diciembre 2017 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Pocas páginas de la Biblia serán tan leídas, comentadas y que tanto lleguen al corazón, como los capítulos segundo y cuarto de los Hechos de los Apóstoles sobre la vida de los primeros cristianos.

Vivían todavía los Apóstoles que se escogió Jesús.
Estaba entre ellos, guardada como el tesoro más grande, la Madre del Señor Jesús, María, que en la intimidad contaba muchas cosas, aquellas que sólo Ella sabía.
Eran muchos los que querían saber cosas de aquella Iglesia apostólica. Anotaban lo que veían y oían, y lo anotaban cuidadosamente.

Hoy, vamos a leer el reportaje de aquel que entrevistó a uno de nuestros primeros hermanos en la fe, y que comienza preguntando:
– ¿Quiénes son ustedes, de los que tanto se habla por todas partes?
– Ya lo ve usted: los mismos habitantes de Jerusalén. No venimos de otro mundo. Entre nosotros mataron a Jesús. Nosotros sabemos y confesamos que es el Hijo de Dios. Murió crucificado, pero resucitó y se subió después al Cielo, donde nos espera a todos al final de nuestra vida.

– Sí; una vida que no se explica. ¿Cómo es que se aman ustedes tanto?
– Porque nos lo mandó el Señor. Nos envió su Espíritu Santo desde el Cielo, y Él anima toda nuestra vida y toda nuestra actividad. Digamos que es el corazón de nuestros corazones.

– ¿Y quiénes son sus jefes? ¿Quiénes les mandan? ¿Quién se los impone o quién los elige?
– Se llaman los Apóstoles. Los escogió el mismo Señor. Ellos presiden nuestras asambleas. Ellos, que fueron testigos de todo lo que hizo el Señor Jesús, nos cuentan sus hechos, nos enseñan su doctrina, y nos gobiernan conforme a lo que mandó el mismo Señor.
Por lo demás, no son nada especiales. Son unos hermanos de tantos. El más grande entre nosotros se hace el más pequeño para servir.

– ¿Y por qué ustedes se reparten los bienes, y, según se corre por ahí, hasta venden sus campos y propiedades para darlo todo a los demás?
– Eso les nace a algunos del corazón. Como a José Barnabá, llegado de Chipre, que ha vendido su campo y entregado el dinero a los Apóstoles, para que lo repartan entre los más necesitados.

– ¿Y qué hacen cuando se reúnen, a qué se dedican, cómo se desarrollan sus asambleas?
– Ya le he dicho lo principal: escuchar a los Apóstoles, que nos narran los hechos y las enseñanzas del Señor Jesús.
Para nosotros, el único Maestro es el Señor, que nos sigue hablando por los Apóstoles, a los que no se cansa uno de escuchar, porque no hablan más que del Señor Jesús.

– Pero, siguen yendo al Templo…
– Sí, vamos a la oración, como todos los judíos. Aunque nuestra oración principal la hacemos en nuestras reuniones. Allí oramos mucho, sin cansarnos nunca. Somos muy asiduos a la oración.

– Más que nada, me refería al culto de los sacrificios. Dicen que ustedes ya no matan corderos ni otros animales en el altar, sino que se contentan con llevar pan y vino. Y esto es muy extraño.
– Nosotros repetimos lo que el Señor nos mandó antes de morir: que hiciéramos lo que Él hacía en aquella su última cena. Partimos el pan y bendecimos el vino. Es el Señor que se hace presente entre nosotros.
A ustedes les cuesta entenderlo, pero nosotros lo comprendemos todo muy bien. La Fracción del Pan es para nosotros lo más importante de nuestra vida. Es el único culto que ofrecemos a Dios. Nos comemos ese Pan de bendición, y sabemos que es el mismo Jesús quien entra en nosotros.

– Dice usted bien que no entiendo. Pero, así debe ser, cuando ustedes lo creen y lo dicen. Vuelvo a aquella pregunta primera. ¿Y cómo se aman tanto? ¿Y por qué se ayudan de esa manera?
– Nosotros nos amamos como nos amó el Señor, que llegó a dar su vida por todos. Y así como Él se nos da en el Pan, así nosotros nos damos a los hermanos pobres en el pan que les damos cuando lo necesitan.
Nos dijo el Señor que nos iban todos a distinguir por el amor que nos tuviéramos. Y lo procuramos cumplir. El fruto principal de nuestras asambleas es amarnos y ayudarnos. No queremos que nadie padezca necesidad. Los que nos ven, dicen que no existe entre nosotros más que un solo corazón y una sola alma. No buscamos que nadie nos alabe, pero de esto estamos orgullosos. El amor lo queremos mantener como el principal mandamiento que nos encargó el Señor y como distintivo y contraseña de la Iglesia que Él fundó.

– ¿Durará mucho entre ustedes esta manera de ser y de vivir?
– Sí, sabemos que durará siempre. Porque el Señor Jesús nos prometió que estaría de manera permanente con nosotros, hasta el final del mundo. Y es su mismo Espíritu Santo el que lo realiza todo.

– Como sigan ustedes de esta manera y así enseñen, el mundo va a cambiar…
– ¡Ya lo ve usted! Y sin la filosofía de Grecia ni las legiones del Emperador. Sólo con la fuerza de un Crucificado que resucitó. No queremos imponernos a nadie. Pero podemos asegurar a todos que la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo llegará a establecerse en el mundo de manera definitiva.

Acabó la entrevista. El reportero se fue pensativo. Dicen que pudo ser un médico y que debió llamarse Lucas… El caso es que un tal Lucas, médico de profesión, unos cuantos años después nos escribió en un libro llamado Hechos de los Apóstoles las mismas bellezas que nos ha contado el periodista de hoy…

 

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