El Beato Carlos Manuel Rodríguez

17. febrero 2017 | Por | Categoria: Santos

¡Qué orgulloso está Puerto Rico con su primer hijo elevado al honor de los altares! Un laico comprometido de nuestros días, el Beato Carlos Manuel Rodríguez, “Charli”, porque no era conocido con otro nombre.
Había venido al mundo en Caguas, dentro de una familia pobre, pero rica de fe. Dos hermanas se casarían; una sería religiosa; Pepe llegaría a sacerdote, monje benedictino y Abad del Monasterio. Charli permanecerá soltero, un seglar siempre dado a la piedad y al apostolado, hasta que morirá el 13 de Julio de 1963, a los 44 años, dechado de todas las virtudes cristianas.
En Abril del año 2001, los muchos portorriqueños llegados a Roma —con hermanas, sobrinos y amigos de Charli emocionados—, oían cómo el Papa Juan Pablo II proclamaba Beato y ensalzaba a este hijo tan querido de la Iglesia en nuestra América.

La niñez, transcurrida toda en el seno del hogar, con un incidente que traería consecuencias muy serias para Charli. Tenía trece años, y junto a la casa había unos vecinos que tenían un perro feroz. Aquel día estaba suelto, y, sin advertirlo Charli, que sostenía con su mano a un primito de un año, la fiera salvaje se le tira encima a la criaturita. -¡Auxilio, auxilio!… Charli no lo duda un instante, y se interpone entre el perro y su víctima. Salen los familiares, asustados:
– ¿Qué ha pasado?
– ¡Oh, nada, nada! El niño está un poco herido, pero nada más!…
Un acto heroico de Charli. Como consecuencia, un “schoc” nervioso, que le produce unos desarreglos intestinales de los cuales ya no va a curar y que, al fin de la vida, acabarán en el cáncer que lo llevará al sepulcro. Esta va a ser la dura cruz que Charli cargará durante toda la vida, y que, sin embargo, no le impedirá cumplir sus deberes, con abnegación ejemplar.

Cursa los estudios elementales. Después, el bachillerato. Ingresa en la Universidad. Pero su quebrantada salud le impide continuar. Y entonces, se da al trabajo con que ganarse la vida. Se desempeña como oficinista. Traduce documentos. Y en medio de sus actividades —que son las de un empleado cualquiera—, se da al estudio en privado con una tenacidad indomable. Es un lector voraz. Y con ello adquiere unos conocimientos envidiables, que lo van a autorizar para el apostolado al cual quiere consagrar su vida.

¿Y cuál será su apostolado característico? ¡Quién lo iba a decir en aquellos días! Aún no se había celebrado el Concilio, y Charli, con una intuición casi inexplicable, se da cuenta de que la renovación de la Iglesia había de empezar por la vida de la Liturgia, por el Culto desempeñado dignamente en la Parroquia y en los grupos de apostolado, como en los que milita él, de los Caballeros de Colón y la Sociedad del Santo Nombre. Está convencido:
– ¡La Liturgia es la vida de la Iglesia! La Oración, la proclamación de la Palabra, la Eucaristía y los demás Sacramentos han de ser nuestra ocupación primaria y el medio de toda la renovación cristiana.

Charli, un simple laico, con sus pequeños ahorros compra libros para formarse, saca mimeografiados los cuadernos “Liturgia y Cultura Cristiana”, organiza un “Círculo de Liturgia”, que se transformará en el “Círculo de Cultura Cristiana”. Y todo, bajo un lema que él se inventa y que resume toda su espiritualidad:
– ¡La Noche pascual! VIVIMOS PARA ESTA NOCHE.

Lleva una vida sobria. Estudia música, para mejor actuar en las funciones del Culto. Hace duras penitencias, a las que nadie le obliga. Pero así la Cuaresma le prepara seriamente a la Noche Pascual.
Funda también el Coro Parroquial “Te Deum laudamus”. Con su actividad y ejemplo, arrastra a alumnos y profesores a sus célebres “Días de vida Cristiana”.

¿Es posible todo esto en un simple muchacho laico? Una famosa Doctora de la Universidad lo definió con amor enorme: -Este muchacho es lo que mi amiga Gabriela Mistral llamaba un “hijo del Espíritu santo”. Sí; pues sólo el Espíritu Santo podía sugerirle en aquellos días el popularizar entre sus compañeros tanto el Misal como el rezo asiduo del Salterio. Y citaba documentos de los Papas, muy estudiados por él, como estas palabras de San Pío X: “La fuente primaria e indispensable del verdadero espíritu cristiano es la participación activa del pueblo en la oración oficial y pública de la Iglesia”.

Todo lo hacía con naturalidad grande, sin tirárselas de doctor. Era un simple compañero que, a pesar de su natural timidez, bromeaba al hacer el bien a los demás. Como con aquella amiga, que le dice cuando se proyectaba la controvertida película “La Dolce vita”:  -Sí, voy a ir a verla. Me siento preparada y madura. Y Charli, con bastante humor: -¿De veras? Oye, ¿te tomarías un veneno porque sabes cuál es su antídoto?…

La enfermedad de Charli avanzaba implacable. Al fin, postrado en cama con un cáncer tan doloroso, Dios le permite una prueba terrible. No ve nada. Como Jesús cuando gritaba en la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado”… Charli llegó a decir:  “¿Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío?… ¿Dulce Corazón de María, sé mi salvación?… ¡Vah, pura palabrería!”… ¡Qué horror de martirio!… Hasta que Dios le visita, se le presenta claro, y el enfermo lo adivina cuando Dios le pregunta: -¿Quién eres?… Entonces  Charli, emocionado: -¡Oh…, soy Tú mismo…, porque mi vivir es Cristo! Todo se ha transformado en luz.

Está la mamá presente, y le asiste su hermano Pepe, el sacerdote benedictino, que, conocedor de las ilusiones pascuales de Charli, le entona el ¡Aleluya! Le canta después el pregón pascual latino Exultet, y, al acabarlo, Charli cierra los ojos para abrirlos a la gloria del Señor Resucitado. El Concilio estaba para celebrar la segunda sesión, en la que se publicaría la Constitución sobre la Liturgia. Hubiera sido —¡no la llegó a leer por cuatro meses!— el gozo supremo y el triunfo de Charli sobre la tierra…

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