Una solución de fe

24. octubre 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Hemos oído más de una vez el cuento de aquel rey de la antigüedad, avaro a más no poder y que había amasado una riqueza fabulosa incluso a base de ahorros que desesperaban a su mujer. Hasta que un día, harta  la esposa de la tacañería del marido, y conocedora del apetito feroz que le devoraba, le prepara un gran banquete al que convida a muchos amigos y cortesanos.
Llegada la hora, y ante la sala llena de invitados, el rey empieza a echar sapos de maldiciones por la boca. Al dar la vuelta al plato, no encuentra sino un buen puñado de monedas de oro, plata y joyas muy valiosas. No se oían más que los gritos furiosos del monarca:
– ¡Comer! ¡Yo quiero comer! ¿De qué me sirve todo esto?…
Y la esposa, muy sosegada:
– Pero, cariño, ¿de qué te quejas? Si te he preparado lo único que tú quieres: oro, oro en abundancia…
Y el rey, cada vez más fuera de sí, y entre las risas disimuladas de todos:  
– ¡Sí; pero con oro yo no puedo comer, y lo que quiero es comer!…

¡Vaya! Un cuento de la antigüedad, que hasta le puso nombre al rey y al país que gobernaba… Pero un cuento que nos introduce en el mensaje de hoy sobre la actitud cristiana ante el hecho de la riqueza, ante la sed y el hambre de oro que devora al mundo.
Lo decía bien el rey del cuento: con oro no se puede comer, ni vivir, ni amar. Y si hubiera sido cristiano, hubiera añadido con mucha razón: ni salvarse…

No nos equivocamos cuando decimos que pobres y ricos, ricos y pobres será la eterna cuestión que van a tener los hombres mientras el mundo sea mundo, hasta que Jesucristo venga a instalar definitivamente su Reino de justicia y de paz en un mundo totalmente renovado.
Esta cuestión —que no es de hoy, sino que ha sido de siempre antes de nosotros— ha revestido modernamente características muy especiales. Ha sido la causa de guerras devastadoras entre las naciones, de guerras también civiles muy graves, y de tensiones dolorosas en el seno de la misma Iglesia.

¿Cómo enfoca este problema Jesucristo?  ¿Qué le dice al individuo, qué le dice a la sociedad?…
Bajo el punto de vista personal, ¿qué significa el afán de riqueza? Pues, que resulta una equivocación el matarse por acumular lo que no se va a necesitar nunca.
Es laudable y hasta un deber, eso sí, el trabajo honrado, tenaz, ingenioso, constante, que nos procura todo lo necesario y conveniente para llevar una vida digna y confortable. Esto no lo discute nadie, porque sería ir contra la misma razón y contra el sentir de la humanidad entera.
Bajo el punto de vista social, ¿qué soluciones se buscan para eliminar el desnivel existente entre la riqueza exagerada de unos y la pobreza intolerable de los otros, que son la mayoría?…
¡Bien por los que trabajan en la promoción social, hasta con peligro a veces de la propia vida!
Pero Jesús insinúa la única solución sensata: lo que no es eterno, tiene muy poco valor. No hay que preocuparse demasiado, aunque sea tan importante el hacer producir a los campos abundantes cosechas…
Jesucristo nos lo expuso con una parábola breve, sencilla, cuando nos pinta al avaro aquél que ha acumulado una cosecha tan enorme que no le cabe en todos sus almacenes. Oye la voz de Dios en su conciencia, mientras hace cálculos muy divertidos: -¡Necio! Esta noche te van a pedir la vida. ¿Y todo eso que has amontonado, de quién será?… Y saca Jesús la conclusión: -Así le sucede a quien atesora para sí, en lugar de hacerse rico ante Dios (L. 12,16-21)

Creemos pensar acertadamente cuando invocamos la FE como el arma primera que hay que esgrimir.
Solamente la fe nos esclarece en toda su dimensión el valor de la vida.
La vida en este mundo es un don de Dios y hay que servirla. Todo lo que es necesario y conveniente para la vida entra en el querer de Dios. Es digno del hombre trabajar por conseguirlo; y es lícito defenderlo por los medios justos a su alcance. Pero la vida de aquí se acaba, para empezar después otra vida que no terminará.

Y aquí está el nudo de la cuestión. Uno de los pensadores más conocidos de los últimos siglos nos lo dice con estas palabras, muy acordes con lo de Jesús sobre el rico avariento:
– Todas nuestras obras y nuestros pensamientos deben tomar caminos muy diferentes según que se esperen o no se esperen bienes eternos, y es imposible dar un paso con juicio y sensatez si no es dirigiéndose por esta pista (Pascal)
La fe, entonces, es la que descubre el valor del hombre, al que no se le debe tratar como un objeto, sino como a una persona, y una persona con destino eterno. No cabe por lo mismo con él la injusticia, pues merece todo el respeto y que se le trate con amor, viendo en él a un hijo de Dios y un heredero del Cielo.
La experiencia nos dice que todo pasa y todo se deja un día,  ¡y esto solo ya es cosa seria!… Pero la fe dice más: que después queda una eternidad, ¡y esto ya no es serio, sino serísimo!…

Un sociólogo preguntaba en una conferencia: -¿Saben ustedes quién me enseñó, mejor que nadie, dónde está la solución de la cuestión social, la solución para acabar con el asunto de ricos y pobres?
Y se respondía a sí mismo: -El Papa San Calixto, en los primeros tiempos de la Iglesia. Al frente de la Iglesia de Roma, allí estaba Calixto, predicando y presidiendo la Eucaristía, mientras llevaba marcada en la frente la señal, hecha a fuego, de su anterior condición de esclavo. Y era el Obispo de los ricos patricios y de los esclavos pobres. La fe les había unido a todos.
 La FE. La fe en el trato con el hombre es un don de Dios para el mundo. ¿Por qué no explotar más la fe, en vez de llenar las arcas —o el plato como el rey necio— con lingotes de oro?… 

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