La compasión en dólares

17. octubre 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

El bendito apóstol San Juan, ya muy anciano, escribió unas palabras sobre el amor, tan dulces y tan exigentes a la vez que casi dan miedo, palabras que leemos en la Biblia y escuchamos en la Iglesia muchas veces: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos”.
Esto es muy dulce. Pero viene lo exigente: “Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en ese tal el amor de Dios?…
Y saca la consecuencia, muy natural, pero también muy comprometedora: “No amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad” (1Juan  3,14-18)

Nada podemos contestar al más querido discípulo del Señor. Nos ha enseñado una buena lección y no hay más remedio que aprenderla. ¿Cómo?… A este propósito del amor de obras y no de palabras y sentimientos, se me ocurre un hecho de tiempos idos…

Había acabado la Primera Guerra Mundial y el suelo de Europa era un cementerio en el que yacían millones de soldados muertos en los campos de batalla. Muy triste, es cierto. Pero había otra desgracia también muy grande: la multitud de niños que podrían ir desapareciendo, no por las balas como los caídos en las trincheras, sino por el hambre atroz que se sentía en todas partes.
Uno que después iba a ser Presidente de Estados Unidos hace una jira por los países derrotados, regresa conmovido a América y lanza un poderoso grito de atención:
– ¡Hay que salvar a tantos niños alemanes, austriacos y húngaros que se están consumiendo por el hambre! ¡Hay que darles de comer, si no los queremos ver morir miserablemente!…
Una noche da una conferencia con aires de mitin en una ciudad del Estado de New York ante un gran público de doce mil personas. Y Hoover, el futuro Presidente, después de hablar de la tragedia de los niños en las naciones vencidas, hace una invitación desafiante:
– Quien no tenga lástima de esos niños hambrientos y enfermizos, que levante la mano.
Naturalmente, nadie la levantó. Hoover, jugando con mucha imaginación, vio que tenía ganada la batalla. Así, que prosiguió:
– Como nadie la levanta, puedo ver que a todos les conmueve esa situación dolorosa de las víctimas. Lo vamos a comprobar nombre por nombre.
Silencio total. Y prosigue:
– A ver, Compañía de la Goodyear, ¿a cuánto llega su lástima?
Y el presidente de la Compañía, después de pensar un momento:
– ¡A treinta y cinco mil dólares!…
El primer golpe resultó efectivo. Así que Hoover prosiguió:
– Muy bien. Señor Fulano de tal, y su compasión, ¿a cuánto sube?
 – A veinticinco mil dólares…
Hoover recogía aquella noche más de medio millón de dólares para ayuda tan humanitaria…
Es la misma lección de Juan, pero puesta en acción de manera tan curiosa y simpática, que nos dice lo que significa la ayuda prestada al necesitado?…

Jesucristo nos previno cuando nos dijo que a los pobres los tendríamos siempre con nosotros. Es una utopía, una irrealidad, un sueño, el pensar, como enseñaba el comunismo, que un día se acabará la pobreza en el mundo: los pobres —igual los del orden material que los del orden espiritual— los tendremos siempre con nosotros (Juan 12,7). Por eso también, el mandato del amor, traducido en obras, estará siempre en vigor. Mientras existan los pobres y se tenga algo que darles, habrá que tenderles la mano.
El amor que así se prodiga viene a ser el ángel enviado por el corazón del mismo Dios. La providencia de Dios nuestro Padre realiza continuamente el milagro de tocar los corazones cristianos, que se desbordan en caridad de manera efectiva sobre tantos hermanos en necesidad.  

Al decir que el amor nuestro se convierte en ángel, se me ocurre aquello tan bonito que le pasó a San Juan de Dios en el hospital que fundó en Granada para los pobres que no sabían a donde ir. Sale Juan por la mañana a mendigar como siempre para los asilados, recorre las calles de casa en casa, regresa con todo lo recogido, y se lleva una gran sorpresa: -¿Quién ha venido hoy a ayudar en el hospital? ¿Cómo es que están las camas tan bien hechas, la casa barrida, la vajilla limpia, el pan cortado y todo a punto para empezar la comida?…
No es menor la sorpresa de los enfermos ante las palabras de Juan: -¿Nos preguntas quién ha hecho esto? Pues, tú mismo; si has ido de cama en cama, arreglando a todos; si has tomado después la escoba y has dejado la casa como un sol; si lo has hecho todo tú…
 Juan de Dios comprende, levanta los ojos al cielo, y exclama: -¡Bendito sea Dios, que tanto ama a sus pobres! Ha sido Él quien ha mandado a sus ángeles, que han tomado las apariencias mías…

La ayuda que se presta al necesitado es una acción de Dios hecha por las manos nuestras. Y cuando ayudamos, somos nosotros los ángeles, los verdaderos enviados de Dios.
Hemos dicho muchas veces que Jesucristo está en el pobre. Y es muy cierto, porque el mismo Jesucristo se identificó con el pobre. Pero hay que pensar también lo otro: que es Jesucristo quien está en el corazón y en la mano de quien da su dinero o presta su ayuda. Entonces, se realiza lo que se ha dicho hermosamente: – Hay un momento en que está más alto el mendigo que el Rey, y es cuando se inclina el Rey para besar los pies del pobre.

Maravillas que nos descubre la fe. Maravillas que se realizan continuamente en el mundo. En el mundo hay ciertamente mucho egoísmo, pero hay también mucho amor. Todo está en saberse escabullir del campo de los egoístas y colocare en el bando de los generosos que saben darlo todo…
 

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