La aventura de un lector

3. octubre 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Al mirar hoy los anaqueles de una biblioteca muy selecta, en la que todos los libros son verdaderas joyas, me he dicho: -¡Cuánto que se escribe para nuestro bien! Dados asiduamente a la lectura, ¿sabemos el bien que sacamos de ella?…
Y, como confirmación de mis convicciones, he recordado un caso que tenía leído desde hace mucho tiempo.

Argentina, un país tan singular de nuestra América que ha recibido a tantos y tantos emigrantes, acogió una vez a un muchacho francés sobre el que nadie podría haber profetizado nada bueno. Tenía dieciocho años y no llevaba ni un centavo en el bolsillo. Después de buscar inútilmente colocación, probando suerte acude a un paisano suyo. Se conserva el diálogo desarrollado entre los dos, iniciado por el inmigrante llegado hacía poco:
– ¿Me puede orientar para encontrar algún trabajo? -Miremos. Pero, ¿no hablas español? -No, nada. Sólo sé francés. -Mal asunto. ¿Y sabes hacer alguna cosa? -No, nada tampoco. -¿Cómo que nada?… -Sí, bueno. Quiero decir nada en concreto. -Pero tendrás algún título al menos… -Hice el bachillerato en Toulouse antes de venir. -Esto ya es algo. Con un título la cosa cambia…
A fuerza de buscar, el amigo encuentra al fin una colocación para el flamante bachiller: ¡pastor de ovejas en la pampa!…

Había para desesperarse, ¿no es verdad?… Sin embargo, el muchacho toma las cosas tal como se presentan y con la calma debida.
Al frente del rebaño, con el libro abierto todo el día —un libro en español, desde luego—  y con una constancia casi heroica, solo, perdido en la llanura inmensa, aprende con paciencia su nuevo idioma. Y lo aprende tan perfectamente, que puede enfrentarse a aquel medio loco que a principios del siglo veinte invitaba a los jóvenes porteños a independizarse de la lengua española.
– ¡Deja esos desatinos, que la lengua de Argentina es el español!…  (a L’Abeille)
Nuestro joven, habiendo alcanzado una cultura muy superior, acabó siendo Director de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires (Groussac, +1929)

Solemos recordar la memoria de los grandes hombres con monumentos dignos de sus hazañas. ¿Qué monumento se merecería un hombre así, por su valer inmenso y por el servicio que ha prestado a la patria?… Podríamos hablar de esto, del valer personal que el buen amigo francés ha demostrado con su conducta. Pero nuestro pensamiento ahora va por otros derroteros, y volvemos a la pregunta que nos hemos hecho al principio: ¿Sabemos lo que vale y lo que nos forma la buena lectura?…

La lectura de un buen libro es una siembra abundante que se deposita en el campo de nuestra memoria y que un día u otro da una cosecha colmada de grandes pensamientos, de ideas felices, de resoluciones magníficas para la vida.
La lectura buena, escogida, nos forma el criterio para saber discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo provechoso y lo inútil, entre lo que nos conviene o lo que nos resulta perjudicial.
La lectura selecta desarrolla el gusto por la estética, por la belleza, y hace saborear las delicias del arte en todas sus formas, porque un libro ilustrado lleva a la poesía, a la música, a la pintura…
La lectura, especialmente la de un libro religioso, nos conduce suavemente a Dios, a conocerlo mejor y a amarlo más intensamente.

En un país del Norte, hacía mucho frío aquel invierno, y el dueño de la casa estaba encendiendo la hoguera para calentarse. De repente, la esposa que no sabía de dónde estaba saliendo la leña, se lleva las manos a la cabeza y empieza a gritar asustada, como si el marido hubiese perdido la cabeza
– Pero, ¿qué estás haciendo? ¿Es que no puedes traer unas ramas secas del campo en vez de hacer fuego con los libros de nuestra biblioteca?…
El marido estaba muy sano mentalmente. Y aquel día, más que nunca. Por eso, y quizá exagerando un poco, responde frío a la mujer aterrada:
– Los libros y revistas malos, al fuego antes de que me hayan de quemar a mí en otra parte; y las revistas y libros inútiles, también al fuego, pues así me sirven al menos para quitarme el frío que hace…
Felicito al inventor del cuento, porque nos enseña la lección de manera muy bonita…

Hablando de su tierra italiana, el famoso convertido y escritor Papini, decía muy atinadamente:
– La mayor parte de las casas suelen tener un libro de Misa, un libro de cocina, un almanaque, algunos libros de texto ya gastados por el uso, algún diccionario, algunas novelas y el directorio de teléfonos…. Lo demás que se lee son algunos semanarios ilustrados, buenos para una lectura rápida y superficial, que nada deja en el alma.
No podemos negar que el célebre escritor retrata no sólo las casas italianas de su tiempo, sino también las nuestras de hoy. ¿Y qué libros hay que tener?… Pensamos y seleccionamos.

¡Qué bien que cae la Biblia en la casa!… Esto siempre, desde luego. Jamás aprobaremos la ausencia de la Biblia en un hogar cristiano. La Biblia es por antonomasia el libro de la familia.
Y junto a la Biblia, un buen Catecismo de la Doctrina cristiana, un devocionario u oracional selecto y otros libros que nos hayan de llevarnos a Dios. .
Después…, la serie de libros que mejor nos formen humanamente y nos ilustren mejor.

A aquel joven magnífico, gloria después de la patria, el libro le llevó hasta la Biblioteca Nacional. A cualquiera de nosotros, el libro bueno puede llevarnos, y nos llevará, a una formación exquisita humana y religiosa. ¡Vale la pena ser muy amigos del libro bueno!… 

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