Compromiso y complicación

9. noviembre 2012 | Por | Categoria: Reflexiones

Uno de los hombres del siglo veinte que pasará a la Historia —a la Historia sobre todo de los Estrados Unidos— es ciertamente Martin Luther King, el valiente luchador por los derechos humanos y civiles de los de su raza, los hombres y mujeres de color. Antes de morir mártir de su causa gloriosa, dejó escritas estas palabras de oro:

Todos pensamos en el día en que seremos víctimas de ese algo que llamamos muerte. Todos pensamos en ello. Y yo me pregunto a mí mismo: ¿Qué querría yo que se dijese de mí el día en que yo muera?  Y hoy lo voy a decir. Me gustaría que en es día alguien pudiera decir:
Martin Luther King trató de dar su vida en servicio de otros.
Si queréis decir que fui un abanderado, decid que fui un abanderado de la justicia. Decid que fui un abanderado de la rectitud.
Y añadía, abriendo su alma: Todas las demás cosas superfluas no me importarán. Y acababa su confesión con esta declaración de renta:
– No tendré dinero que dejar detrás de mí, pero sí quiero dejar tras de mí una vida de compromiso.

Este compromiso que quería establecer un hombre tan insigne empieza para nosotros con una reflexión seria en este día: ¿Es nuestra vida una vida de compromiso? ¿Nos hemos enrolado en algo que nos comprometa de veras?

Hay muchas personas que son buenas, muy buenas. Así lo piensan ellas, y así lo decimos también nosotros. Pero, si nos ponemos a reflexionar, pronto caemos en la cuenta que la bondad de que hacen gala no interesa para nada al mundo. Son almas que no hacen ningún mal, pero son incapaces de hacer el bien, porque no se quieren complicar la vida para nada. Y una vida que no se complica, suele ser una vida de poco valer.

Recuerdo, a título personal, lo de aquella amiga que trabajaba en nuestro grupo. Su comercio modesto, pero suficiente para llenarle la jornada laboral; su familia, seis hijos como seis soles; el trabajo en la Iglesia, porque estaba entregada con denuedo al apostolado; y, por si todo eso fuera poco, siempre dispuesta a sacar de un apuro a quien acudiese a ella. Pero, ¿cómo lo haces para llegar a tanto?, le preguntábamos los compañeros. Y ella, moviendo la cabeza: Pues, no lo sé. Sólo sé decir que cuando en aquella clausura del Cursillo de Cristiandad dije que me iba a dar a Jesucristo en los hermanos, no sabía cómo me iba a complicar la vida.

La vida de compromiso empieza con el Evangelio. Si hemos aceptado a Jesucristo, nos hemos comprometido con su causa, y su causa es el Reino, el cual nos tiene en la Iglesia con una misión que cumplir.
– Mientras haya en el mundo tantos hombres que no conocen a Cristo, los hijos de la Iglesia estamos comprometidos con el mundo infiel. ¿En qué y cómo trabajamos por él?…
– Mientras haya en la Iglesia tantos hermanos nuestros sumidos en la ignorancia religiosa, en el abandono de sus deberes con Dios, alejados de las fuentes de la Vida como son los Sacramentos, nosotros estaremos comprometidos con ellos, porque tenemos la obligación de llevarlos a Jesucristo y a su salvación.
– Mientras haya a nuestro lado tantos hermanos necesitados, víctimas de la injusticia, los del Reino estamos comprometidos con ellos para sacarlos de su situación dolorosa.
– Mientras veamos a nuestro alrededor pobres, enfermos, o víctimas de algún mal —culpable o inculpable, es lo mismo—, nosotros estamos comprometidos a practicar la clásica y tradicional caridad cristiana con ellos.
– Mientras veamos hogares deshechos y nos encontremos con personas destrozadas por los avatares de la vida, nosotros estamos comprometidos a llevarles un consejo o una sonrisa para arreglar o aliviar las situaciones dolorosas en que se hallan.
– Mientras percibamos algún gran bien que hay que conseguir para la sociedad —puede ser la política— y nosotros estamos capacitados para trabajar en un campo importante, nos sentimos comprometidos a hacer algo por el mundo en puestos quizá de mucha responsabilidad.

¿Más situaciones de compromiso, que complicarían nuestra vida, pero que la convertirían también en una vida provechosa y le quitarían la malicia de una vida vulgar?…
Jesucristo el —gran comprometido y el gran comprometedor—, dijo de Sí mismo: Yo doy mi vida por mis ovejas… Yo, que no he venido a ser servido sino a servir. Y nos dijo a nosotros: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos (Juan 10,15. Mateo 20,28. Juan 15,18)
No se nos presentará normalmente a nosotros la ocasión de dar la vida, pero sí que será continua la ocasión de negarse a muchas cosas y comodidades por servir a los demás.

En una furiosa tempestad, el caminante se encuentra con una chica delgadita y demacrada, que lleva a un muchachito en las espaldas.
– ¿Qué tiene el muchacho?
– Se ha fracturado una pierna y no puede caminar.
– ¿Y has de ir todavía muy lejos?
– No, media hora nada más. Llevo ya con él más de una hora.
– Pero, ese muchacho es demasiado peso para ti, no puedes con él
     – ¿Demasiado peso? ¡Es mi hermano!…

La muchachita caminante y fatigada nos da la clave de la cuestión difícil. Cuando se ama a Jesucristo y al hermano, no pesan ni el compromiso ni la complicación…

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso