El Cristo de nuestra América

6. mayo 2024 | Por | Categoria: Jesucristo

¿Podemos pensar en un Jesucristo propio de nuestra América Latina?… Es decir, ¿han de vivir nuestros pueblos el misterio de Cristo de un modo peculiar? ¿No tenemos nosotros unas maneras de ser que nos hacen mirar a Cristo según nuestra idiosincrasia, muy diferente de la de otras partes?
Nuestros Obispos lo reconocen en los Documentos de Puebla, y nos dan unas normas precisas para mirar, evangelizar y vivir a Jesucristo en nuestros pueblos (Puebla 175-181)

Vamos a seguir mirando a Jesucristo clavado en la Cruz, porque Jesucristo Crucificado es la fuerza de Dios. Nuestros pueblos miran al Santo Cristo con una especial devoción. ¿Por qué no va a poder seguir hablándonos, por ejemplo, el Cristo de Esquipulas o de Buga o de tantos otros santuarios famosos entre nosotros dedicados a Jesús paciente?…

El Niño Jesús tiene también un rinconcito muy caliente en el corazón de nuestras gentes cristianas, como lo demuestran las posadas con que se prepara a la Navidad. ¿Por qué no seguir con esta devoción tan tierna, que tiene tanta influencia en la vida religiosa de nuestras familias?
Y así podemos hacer con otras formas de conocer, venerar, amar y vivir el misterio de Jesucristo.

Pero nuestros Obispos quieren algo más. Ese Cristo en quien creemos y al que amamos, lo vamos a conocer y amar en toda la dimensión de su ser salvador. No queremos el Cristo que se ha pretendido ofrecer a nuestros pueblos en estos días, y lo decimos aquí con palabras de Puebla: un Jesucristo político, un líder, un revolucionario o un simple profeta. No; ese Jesús no es el Jesús del Evangelio. Ese Jesús no es aceptado por nosotros.
Nosotros queremos al Jesús de Nazaret, al que vivió en condiciones humildes, al que murió por nosotros en la Cruz, al que resucitó y hoy vive en su Iglesia con la fuerza de su Espíritu.
Queremos al Jesús que es verdadero Dios, y al Jesús que es verdadero hombre en toda su realidad salvadora.
Queremos al Jesús que nos hace amarnos los unos a los otros.
Queramos al Jesús que nos da ejemplo de trabajo y nos hace trabajar por el bien del mundo.
Queremos a ese Jesús que nos promete y nos da el Reino del los Cielos, por el que suspiramos después de esta vida.
Este Jesús —así, tan de carne y hueso como nosotros, al mismo tiempo que Dios— es el Jesucristo que nuestros pueblos latinoamericanos quieren conservar en su fe y en su culto. Otras formas de presentarnos a Jesucristo ni nos gustan ni las aceptamos.

¿Cómo debería ser entonces la Nueva Evangelización de Jesucristo en la Iglesia de Latinoamérica? No hemos de quitar nada de lo que tenemos en nuestras tradiciones populares, sino potenciarlo todo con una proclamación más completa del mensaje del Evangelio para conocer más a Jesús y vivirlo con más intensidad en la realidad de nuestras vidas.

Está, por ejemplo, la lectura y la escucha de la Biblia, sobre todo de los Evangelios y los escritos de los Apóstoles.
Con más conocimiento de la Palabra de Dios, daríamos pleno sentido a todas esas prácticas de procesiones, posadas, peregrinaciones y rezos por los difuntos de nuestra religiosidad popular.
Se hace imprescindible por lo mismo el meter más y más amor a la Biblia, a hacer del libro sagrado el alimento cotidiano e imprescindible de nuestra fe.

Ese conocimiento de la Palabra de Dios se adquiere de modo extraordinario en la Misa dominical. Desde el momento que hoy nuestros Sacerdotes se esmeran en exponernos bien la Palabra, ésta va cambiando mucho la condición cristiana de nuestras comunidades.
Intensificar la fidelidad a la Misa de cada domingo sería lo mejor y lo más eficaz para conocer el misterio de Cristo.

Y, aunque ya está muy metida en nuestros pueblos la devoción al Señor Sacramentado, no encontraremos nada que supere en eficacia como el llevar las almas a la Eucaristía: a la Comunión y al Sagrario, por ejemplo, con la Hora Santa de los Jueves.
Entonces Jesucristo es vivido con toda intensidad y la devoción al Señor no se va por las ramas, sino que va a lo más profundo, a su divina Persona, presente en su Iglesia, y al que se le ama cada vez con más pasión.

Finalmente, hay que intensificar los grupos de oración y de apostolado. Quienes se enrollan en ellos, experimentan un crecimiento continuo en su vida espiritual y en la práctica de la caridad, haciendo que la fe sea cada vez más viva y coherente.

La devoción a la Virgen María juega un papel muy importante en nuestras tierras. Si las visitas a sus santuarios, las oraciones y las prácticas piadosas en su honor, no las separamos de la Palabra y de la recepción de los Sacramentos, la devoción a la Virgen es garantía segura de conocimiento de Jesucristo, de firmeza en la fe, coronada siempre con la salvación, bien segura para todo devoto de la Virgen Santísima.

Así vive nuestra América el Misterio de Cristo. Nuestros pueblos son tierra muy bien labrada para acoger la Palabra y hacerla fructificar. No dudamos de que nuestra América, esperanza grande del mundo, lo es en especial de la Iglesia. ¿Sabremos aprovechar este tiempo de gracia?

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