Jesucristo, rocío celestial

17. abril 2023 | Por | Categoria: Jesucristo

Comienzo esta reflexión sobre Jesucristo no con una escena del Evangelio, escrito hace dos mil años, sino con un hecho de nuestros días, evangelio viviente, escrito por una muchacha preciosa.

Se llamaba Carla. Catorce años nada más, y se ofrece a Jesús como esposa. Suspira por la vida religiosa, pero su padre, comunista furibundo, la saca repetidamente del convento por la fuerza. De nada sirven las protestas enérgicas de Carla. Pero, aconsejada debidamente, deja la clausura y va a ser esto: una chica entregada a la vida cristiana y al apostolado en medio de la sociedad. Se presenta siempre con gracia, y responde a los que la critican: Como esposa de Jesús, debo presentarme siempre elegante y bella. Así, como suena.
¡Y hay que verla recorrer, montada siempre en su vespa, todos los rincones en los cuales esparce la bondad de su corazón! Las compañeras la admiran. Los pobres la quieren y la esperan. A todos les prodiga amor, mientras su alma está sumergida en oración profunda, pues sus ilusiones, su actividad, su vida entera, son enteramente de Jesús.
Muere en 1970, y el Papa Juan Pablo II tarda pocos años en declararla Venerable. Toda Italia llama a Carla Ronci La santa de la sonrisa, ¡y hay que ver, en su fotografía sobre la moto vespa, la sonrisa de cielo que lleva en los labios! La sonrisa de Carla era para todos una gota de rocío sobre los pétalos de una flor.

Ser nosotros una gota de rocío para los demás es imitar a Jesucristo en uno de los aspectos más bellos de su misión. Jesucristo fue el rocío esparcido por Dios sobre los campos del mundo. Y sigue siendo rocío en nosotros y por medio nuestro cuando caemos sobre los demás como una bendición.

¿Por qué llamamos a Jesucristo rocío celestial? Si abrimos la Biblia nos encontramos con una novedad sorprendente: Jesucristo es el Rocío de Dios. Porque nace de Dios y de la Virgen como rocío, y como rocío desciende sobre el mundo y sobre las almas.
Isaías es el primero en pedirle a Dios: ¡Cielos, soltad de una vez vuestro rocío! (Isaías 45,8). Porque el Mesías esperado estaba en el seno de Dios, nos dice el salmo, como el rocío, engendrado por Dios, antes de la aurora (Salmo 10,3)
¡Qué imagen tan bella ésta de la Biblia! El rocío, sobre todo en medio de los calores sofocantes del verano, aparece sobre las plantas de una manera misteriosa. Nadie lo ha visto nacer en lo hondo de la noche. Nadie sabe cómo se ha formado. Pero, ahí está, llenando de verdor las hojas resecas y brillando sus gotas al sol como diamantes sobre los pétalos de las flores.

En el Credo confesamos que así ha nacido en el seno de Dios el Hijo eterno del Padre: Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero del Dios verdadero…

Llega la plenitud de los tiempos, y una nube santa, nos dice el Evangelio de Lucas, viene a cubrir el seno de María, sobre el que cae, conforme a un bello himno navideño, igual que el rocío sobre el césped…
Muerto Jesús y sepultado, se cumplirá la palabra de Isaías: Rocío de luz es tu rocío; y los muertos resurgirán de la tierra (Isaías 26,19). El Espíritu, que penetra totalmente a Cristo, le hace salir glorioso del sepulcro, como rocío celestial, en medio de la noche callada. Nadie lo ha visto resucitar. Pero, es Aquél a quien se refiere el salmo mesiánico hablando de la resurrección, y así lo encuentra la Magdalena en el jardín: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado (Hech. 13,33 y R. 8,11)

Esta consideración sobre el rocío resulta preciosa para nosotros. Cuántas veces nos quejamos, y con razón, de la sequedad de muchas almas. Al haber perdido o al haber dejado que se les debilitara la fe, el mundo está clamando al Cielo por que caiga el rocío celestial sobre los campos de Dios.
Ese rocío no es otro que Jesucristo, porque sólo Jesucristo es capaz de mantener frescas las esperanzas del mundo. Y no hablemos del mundo en general. Especifiquemos: las esperanzas de cada uno de los desesperados.

Pongamos el caso del más grande de los músicos, Beethoven. Empieza en él la enfermedad de la sordera, que le sepulta en la desesperación. ¡Yo, yo sordo! ¿Y qué será de mí? ¡Adiós música, adiós composiciones, adiós porvenir brillante, adiós mis sueños todos, pues caeré hasta en la miseria!…
Pero aquí le esperaba Dios. Es entonces cuando se acuerda de la Pasión de Cristo, y nace de allí su Oratorio, que compone para ser presentado en Viena con la mayor fastuosidad. Se había dicho con fe: Con la sordera, me abrazo con la misma cruz con que se abrazó Jesús. La fe, si no perdida antes del todo, ahora reavivada fuertemente, venía a darle la paz del alma (L’Osservatore Romano 13-IV-2001). Jesucristo era el rocío celestial que caía sobre la planta reseca y salvaba al gran compositor. Igual que salva a cuantos lo reciben con amor.

En las alegrías y en las penas ⎯y más en las penas de la noche oscura⎯, Jesucristo es el único que puede hacer reverdecer en nosotros la vida de Dios. En la noche es precisamente cuando se forma el rocío en el cáliz de la flor…

En una realidad bíblica tan hermosa, tan poética, descubrimos también nuestra misión de cristianos: ser rocío para los demás como lo es Jesucristo y serlo en nombre de Jesucristo.
Nos lo ha dicho, al empezar este mensaje, esa muchacha encantadora Carla, que refrescaba a todas las almas con las cuales se ponía en contacto, y lo hacía sólo con su sonrisa, con su amor, con su ayuda, con el consuelo que les llevaba.
No se puede terminar una reflexión como ésta sin recordar la bendición de Isaac a Jacob: “El aroma de mi hijo es como aroma de un campo bendecido por Yavé. Que Dios te empape como rocío del cielo” (Génesis 27,27).  ¿No es ésta la bendición que queremos para todos nosotros?…

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