In hoc signo…
21. septiembre 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Oración¿Tiene nuestros pueblos de hoy alguna esperanza en el signo de la Cruz? Nuestra América, concretamente, ¿ha de confiar en la Cruz de Jesucristo?
Nos remontamos en la Historia del Imperio Romano a primeros del siglo cuarto. Ha cesado la persecución más terrible desencadenada contra la Iglesia bajo el emperador Diocleciano, que acuña una moneda con esta inscripción: “Borrado el nombre cristiano”, pasada la que se llamó “la era de los mártires”.
Pero ahora iba a ocurrir un hecho singular, conservado por escritores muy antiguos, aunque con matices legendarios.
Constantino aspiraba a hacerse con el Imperio y cuando estaba con su ejército a punto de atravesar los Alpes en dirección a Roma, ya al caer el día, sobre el sol que agonizaba en el horizonte aparece una cruz luminosa que contemplan todos con estupor: -¿Qué significa esto?… Encima aparecía esta inscripción latina: “In hoc signo vinces”. Es decir: Con esta señal vencerás.
Aquella misma noche, Constantino, que era pagano, contempla en sueños o en una visión a Jesucristo, que le dice: -Graba el signo y la leyenda en tus banderas. La victoria será tuya.
El guerrero hace caso, manda bordar los estandartes conforme a la visión, y el caso es que a las puertas de Roma, junto al puente Milvio sobre el Tíber, derrota a su rival Majencio, se hace con la victoria, da libertad a la Iglesia, cesan para siempre las persecuciones del Imperio Romano, y el Cristianismo empieza su andadura normal a través de los siglos.
Vamos a dar ahora un salto, y nos vamos a ir al final del mundo. El Señor, con un lenguaje que llamamos “apocalíptico”, nos dice en el Evangelio que cuando vuelva se habrá apagado el sol, la luna no brillará y habrán desaparecido las estrellas del cielo. En medio de esa oscuridad imponente, resucitados todos los hombres y congregados en un solo punto, veremos cómo se rasga aquella negrura y aparece en el cielo la señal del Hijo del Hombre, la Cruz, y con ella Jesucristo rodeado de todos sus ángeles, que viene con gran poder y majestad a juzgar al mundo y cerrar la Historia de la Humanidad (Mateo 24,29-31)
¿Qué habrá significado hasta entonces la Cruz en la vida de la Iglesia?
En la Cruz estuvo pendiente la salvación, y la Cruz ha sido desde el Calvario la esperanza única del mundo. De la Cruz brota la vida, que se difunde sobre las almas, y por eso la Iglesia bendice con la Cruz.
Y con la señal de la Cruz se bendice el cristiano a sí mismo, como nos lo atestigua un escrito antiquísimo y precioso del siglo segundo: -Siempre que andamos y nos movemos, que entramos o salimos, al vestirnos y calzarnos, en la mesa y en el baño, al sentarnos y acostarnos, marcamos nuestra frente con la señal de la cruz (Tertuliano).
Porque la Cruz es el sello que Cristo deja impreso en todas las cosas que toca. Y por ser el sello indicador de que una cosa pertenece a Cristo, la Cruz marca el principio y el fin de nuestra vida cristiana.
Empieza la vida del cristiano en el Bautismo con la señal de la Cruz. Con esta señal bendita se marca al moribundo en la última Unción, y con la Cruz sobre la tumba se proclama que el muerto resucitará, porque la Cruz tiene derrotado al enemigo último que es la muerte.
Hacer la señal de la Cruz es una costumbre muy cristiana, y que vale la pena conservar en las familias, como garantía de las bendiciones de Dios.
Era muy niño aquel príncipe austriaco, y cada noche, antes de irse a dormir, su padre el rey y emperador le hacía la señal de la cruz. Un día, cuando el papá le ha hecho la cruz para que se retire, uno de los visitantes lo despide también tocándole cariñosamente la cabeza. Pero el pequeño le responde con energía ante todos los comensales: -¡No eche a perder la señal de la Cruz!…
No había miedo de que una caricia bondadosa destruyera la obra de la Cruz.
Hay otras cosas de la sociedad que nos dan más miedo. La secularización que se extiende tanto es la que puede echar a perder la obra de la Cruz en las almas.. Antes, eran las revoluciones contra la Iglesia las que hacían desaparecer las cruces. Hoy ocurre algo peor. A todo trance se quiere suprimir el Crucifijo, y los enemigos de la Iglesia saben lo que hacen.
Nosotros en nuestra América nos defenderemos contra esas costumbres paganizantes. Nosotros amaremos cada vez más al que nuestro pueblo llama “El Santo Cristo”.
Nuestra América ha padecido y aún sigue padeciendo un gran calvario, sobre todo por la pobreza injusta a que nos tienen sometidos. Pero hemos de saber leer los signos de los tiempos. Esa cruz que llevan tantos hermanos nuestros está sobrevigilada por la Cruz de Cristo.
Hace ya más de cincuenta años que en El Salvador, y precisamente en la ciudad de Monseñor Romero, se dio un caso extraordinario. Cuando la “Cruz de la Paz” entraba en la Plaza de San Miguel en medio de la muchedumbre, en el cielo se dibujaba una cruz luminosa, que se mantenía sobre la gente asombrada. El fenómeno se repetía en la vecina Guatemala unos días después, y por tercera vez unas semanas más tarde (Octubre-Diciembre 1951. Docete, VIII,8)
Era la Cruz de Cristo que abrazaba a todos los que sufrían e iban a sufrir persecución muy poco después.
Acostumbrarse a trazar sobre la frente la señal de la Cruz es ir preparándose el fin más dichoso y más bendito.
Como el de aquel alto jefe militar francés, herido en el cráneo durante la terrible batalla en un ataque alemán. Aún tiene tiempo de llevarse la mano a la frente para santiguarse, pero muere con la mano apegada a la cabeza. Recogido el cadáver, no le quieren corregir el brazo. Lo entierran así, con la mano en actitud de persignarse, como supremo acto de fe y de amor al Crucificado.
¡Qué precioso el acabar la vida haciendo la señal de la Cruz! Todo está en irse acostumbrando…