Hacia la fuente…
24. agosto 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónEl Papa Pío XII, con las palabras del profeta Isaías: “Beberán con gozo las aguas de la salvación”, señalaba un día al Corazón de Cristo, como si le dijera a toda la Iglesia: -¡Ahí, ahí está la fuente! ¿Por qué tiene que haber todavía en el mundo almas sedientas? Beban todos hasta apagar su sed completamente…
Esto, y no otra cosa, ha venido a ser y sigue siendo en el pueblo cristiano la que llamamos “devoción” al Corazón de Jesús.
Es un ir a la fuente misma de donde brota la gracia de la salvación, que se bebe a torrentes en el Corazón de Cristo.
Es ir a comprobar lo que nos ama un Dios, que ya no sabe cómo decirnos lo que nos quiere, ni sabe qué más hacer por nosotros.
Es un entregarse con verdadera pasión a ese amor que nos ama, para fundirnos, Dios y nosotros, en la dicha de un amor que no tendrá fin.
Cuando así se ama al Corazón de Cristo, viene el repetirse la escena del Evangelio en la orilla del Lago: -Pedro, ¿me amas?… -Señor, tú sabes que yo te quiero… Y se produce un intercambio de corazones entre Jesucristo y nosotros.
De una manera gráfica lo realizó Jesús con una de esas almas místicas que Él se escoge para recordarnos en la Iglesia aquellos mismos gestos del Evangelio. Gertrudis nos cuenta lo que le ocurrió a ella, cuando se pregunta estupefacta:
– ¿Qué sol es éste, tan radiante, que deja pálido al sol del firmamento?
– Si, Gertrudis, le responde el Señor, es mi Corazón. Y vengo para pedirte a ti el tuyo: ¿me lo quieres dar?…
Gertrudis queda extasiada: -¿Cómo no, Señor? Aquí lo tienes. Tuyo es.
Hace el gesto de sacárselo del pecho, y se lo ofrece a Jesús: -Tómalo, Señor.
Se lo entrega, y al tomarlo en sus manos Jesús y meterlo en su Corazón divino, el corazón de Gertrudis se vuelve como polvo de oro, derretido por el fuego de Cristo. Pero Jesús se lo saca, se lo devuelve todo transformado, y le dice estas palabras: -Toma tu corazón, y lo metes de nuevo dentro de ti. Pero ese tu corazón ya no es tuyo. Está todo prendido en el fuego de mi amor. Así te irá consumiendo hasta el último momento de tu vida.
Un hecho semejante nos enseña verdades muy profundas reveladas por Dios. Eso no está reservado solamente a unas almas privilegiadas. Es la realidad que llevamos dentro todos los bautizados.
Eso no es más que decirnos Dios, con lección que la puede captar hasta un niño, lo que Pablo decía de sí mismo y que lo puede y debe repetir cada bautizado: “MI vivir es Cristo” (Filipenses 1,21).
Por el amor, Jesucristo viene y hace de nosotros su morada, como nos dice en el Evangelio: -Y cuando uno me ame, el Padre y yo vendremos a su corazón y viviremos en él como en casa nuestra (Juan 14,23). Es algo que nos recordará también Pablo: -Cristo habita por la fe en vuestros corazones, que viven arraigados y fundamentados en el amor (Ef. 3,17)
Estas verdades que constituyen la mística cristiana —el amor de Cristo que se nos da, el amor nuestro que Cristo nos reclama—―han tenido modernamente una expresión que ha penetrado profundamente en la vida de la Iglesia: la imagen del Corazón de Jesús, como signo del amor de nuestro Redentor.
Su manifestación a Santa Margarita María ha llegado a conmover todos los niveles de la Iglesia. Se le mostró Jesucristo con el Corazón en el pecho, y, mientras lo sostenía con su mano izquierda y lo señalaba con los dedos de su derecha, le dijo aquellas palabras que hemos escuchado tantas veces: -¡He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres… y que no se ha ahorrado nada para manifestarles este amor!…
La Iglesia entera reconoció la validez de esta expresión tan tierna. Y, desde entonces, el Corazón de Cristo se ha llevado tantas miradas, ha recibido tantos besos, ha arrancado tantos heroísmos.
Como Jesús pedía sobre todo la correspondencia a su amor por medio de la Eucaristía, y la piedad cristiana le dedicó desde el principio los Primeros Viernes de mes, por recibir la Comunión se han dado casos bellísimos. Las personas de cierta edad nos podrán contar lo que era el no poder comer ni beber absolutamente nada desde las doce de la noche anterior hasta después de haber comulgado, según la norma de entonces en la Iglesia.
Pues bien —y narro el caso tomado de un libro de esos años—, un joven empleado de correos se presenta al Párroco a las seis de la tarde:
– Padre, vengo a que me dé la Comunión. ¿Puedo recibirla?…
– ¿La Comunión a estas horas? Pero, ¿no sabes que no se puede sino en ayunas desde mitad de la noche?
– Padre, en ayunas estoy.
El Párroco casi no lo cree, y le dice:
– Sin comer nada, pase. Pero, ¿sin beber ni una gota de agua desde mitad de la noche, con este calor que hace, y caminando todo el día de casa en casa?…
Y el cartero: -Así es, Padre. No he podido venir en todo el día por el trabajo. Pero yo no puedo dejar la Comunión que me pide el Corazón de Jesús en el Primer Viernes de mes.
Esto es el Corazón de Cristo, que manifiesta amor y pide amor.
Esto es adivinar y conocer dónde está la fuente de la Gracia y de la salvación.
Esto es saber apagar la sed de Dios que nos devora en la vida.
Y esto es, naturalmente, asegurarse un puesto allí donde Cristo nos espera, porque a buen pagador no le gana nadie…