Una oración sentida
14. marzo 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónNo nos es posible en nuestro Programa atender todas las peticiones que se nos hacen, aunque lo haríamos con mucho gusto. Hoy, sin embargo, vamos a hacer una excepción. Uno de nuestros radioyentes asiduos nos envía una oración bella, muy sentida. Dice que se la inspiró la llamada de Mateo, convertido en Apóstol y Evangelista después de haber sido un publicano. Jesús es acusado por los eternos fariseos porque se digna sentarse a mesa con gente pecadora, y sale en defensa suya y de los comensales. ¿Pecadores? Pues, por eso estoy con ellos, porque los quiero salvar. ¿Enfermos? Pues por eso estoy con ellos, porque los quiero curar… La oración está en masculino. Pero las mujeres, saben ponerla en femenino para hacerla totalmente suya. Dios bendiga al remitente. Y pasamos a ese coloquio directo con el Señor.
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¡Jesús! No sé si habrá muchas palabras en tu Evangelio que den tanta paz al alma como éstas que acabo de leer: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
Lo dijiste en casa de Mateo, cuando murmuraban de ti porque te vieron banquetear con pecadores reconocidos.
Los fariseos y los letrados no se salvaron porque te rechazaron a ti, Jesús, el Salvador.
Ellos, por creerse santos y amigos de Dios, no necesitaban la salvación.
Aquellos santos dirigentes de Israel se perdían para siempre guiados por su orgullo.
Taponaban sus oídos a tus palabras, y no oían, ni escuchaban, ni entendían.
No se salvaban, y se cumplía en ellos tu triste y severa palabra: Moriréis en vuestro pecado.
Mientras tanto, los publicanos, las prostitutas y todos los pecadores públicos, acudían a ti y alcanzaban la misericordia y el perdón.
¡Señor Jesús! Tú nos dices ahora cuál es tu misión: salvar. Por eso te llamas JESUS, que quiere decir: Yavé Dios que salva.
Jesús, ¿soy yo un pecador? Luego Tú has venido por mí, para salvarme a mí.
Jesús, ¿vivo yo alejado de Dios? Entonces, soy un pecador. Tú has venido por mí. Y me llamas: Ven, que yo te llevaré a mi Padre.
Jesús, ¿reniego yo de todo, llego hasta la blasfemia? Soy, por lo mismo, un pecador.
Por eso, Tú has venido por mí. Y por eso confío.
Y me salvas cuando me haces amarte, ya que te amo mucho porque me perdonas mucho.
Y me convences de lo que me ama el Padre, al decirme: Mi Padre te ama, porque me amas a mí.
Jesús, ¿me domina la lujuria? ¿Me destroza el alcohol? ¿La droga me aniquila?… ¿Me rechaza por eso la sociedad y me avergüenzo de mí mismo?… Es todo cierto.
Pero Tú has venido por mí.
Por so Tú no me condenas, Señor.
Y me defiendes cuando dices a los otros, a todos: el que sea inocente, que le tire la primera piedra,
Mientras que a mí me dices amoroso y animándome sin cansarte: Tranquilo. Yo no te condeno. Vete en paz. Lucha para no pecar más en adelante.
Jesús, ¿soy esclavo de cualquier otro vicio…, del orgullo, de los enojos incesantes, de la pereza, de las envidias, de todo lo que ofende a Dios?…
Entonces, soy un pecador.
Por eso precisamente vengo a ti, porque Tú eres el Salvador.
Y tienes que cumplir tu oficio en mí. Tienes que salvarme, para no desacreditar tu nombre.
Y si yo soy más pecador que nadie, mejor para ti. Un médico cirujano alcanza tanta mayor fama y gloria cuanto más grave es la enfermedad y más difícil la operación con que ha salvado a un paciente…
Jesús, yo soy un pecador, y yo sólo no puedo salvarme. Pero Tú puedes, Jesús, y lo quieres hacer.
Tú, Jesús, dejas de salvar únicamente al soberbio y al que quiere permanecer endurecido en su pecado. A los demás, a los que nos reconocemos pecadores y queremos salir de la culpa, nos salvas a todos.
Tu Sangre limpia nuestras manchas asquerosas y, a la vez, paga al Padre la deuda que tenemos contraída con Él.
Tú te diriges a mí ahora, y me invitas y me animas, cuando me dices:
Soy Jesús, el Salvador, digo ahora como entonces. ¡Ven!, que te lo digo a ti, a ti, con tu propio nombre…
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Bueno, hoy nos quedamos con la oración en los labios. Una oración dictada por un hecho del Evangelio. Y el amigo que nos la ha enviado nos está diciendo, sin él pretenderlo, que la mejor escuela de oración la tenemos en la lectura del Evangelio del Señor. Jesús nos habla en su Evangelio. Jesús pone las palabras en nuestros labios. Y nosotros, al dialogar con Aquel que sabemos que nos ama, aprendemos la ciencia suprema de la oración. Quién sabe si con esta oración del amigo habremos pasado el mejor momento del día…