San Pablo de la Cruz

12. junio 2025 | Por | Categoria: Santos

Lo primero que se le ocurre a cualquiera que lee la vida de San Pablo de la Cruz, el Santo que hoy viene a nuestro escrito, es preguntarse: Pero, ¿cómo pudo llegar a los ochenta y un años un hombre que hacía semejantes penitencias?… Parece no haya existido verdugo que haya atormentado a una víctima como Pablo de la Cruz se atormentaba a sí mismo… Porque Pablo de la Cruz quiere ser una imagen viviente de Jesús en el Calvario, y lo va a ser de verdad toda su vida.

Es el hijo mayor de una familia numerosa. Igual que su padre, se dedica primero al comercio. Después, con la ilusión juvenil de luchar por la Patria y la Religión, se alista voluntario en el ejército. Pero pronto se da cuenta de que los soldados no son ángeles caídos del cielo, ve los peligros que corre su alma, y regresa a la casa paterna. Aquí se le propone el mejor de los partidos:
– ¡Qué bien, Pablo! Mira, esta familia rica sueña en ti como el esposo de su hija.
– ¿De veras?…
Se entabla una lucha interna en el corazón de este joven magnífico. Pero, se dice:
– ¡Ni soldado por la religión, ni comerciante por mi familia, ni casado para mi bienestar! Yo me doy sólo a Dios.
En el mismo pueblo comienza una vida de oración continua y de penitencias pasmosas. Ni su padre, ni el párroco, ni nadie entiende aquella conducta. Un día está en adoración ante el Santísimo y le cae una banca de la iglesia sobre la pierna, que le queda destrozada. Sigue rezando como si nada pasase. Le van a curar, y responde: ¿Esto? ¡Pero si esto son rosas comparado con lo que Jesucristo ha sufrido por mí!
Desde ahora, centra todo en Jesús Crucificado. Como su patrón el apóstol San Pablo, se dice: No quiero conocer más que a Jesucristo, y Jesucristo Crucificado. Y hace suyas las palabras del apóstol San Pedro: Cristo sufrió por nosotros para que sigamos sus pisadas. Y así, del ideal va a pasar a la acción.

Se marcha de su casa. Baja por toda Italia hasta Roma. Sube de nuevo hacia el norte, y se detiene en la soledad inmensa de un monte que hará famoso. Allí, en medio de una belleza natural sorprendente, se da a la oración continua y a una penitencia increíble. Pero no acaba de ver su vocación definitiva: ¿solitario como ahora o misionero para salvar a los hombres?

Alterna las dos cosas. Se lanza por los pueblos a predicar. Recorre las calles cargando una cruz muy pesada. La gente ve cómo se azota despiadadamente imitando la flagelación del Señor. Todos se conmueven, todos lloran sus pecados, todos van a recibir los Sacramentos…

Pero Pablo, que aún no es sacerdote, se retira de nuevo a la montaña y allí forma un grupo con los compañeros que le quieren imitar en su oración, su penitencia y su apostolado. Empieza la Congregación religiosa de los Sacerdotes de la Cruz, a los que todo el mundo conocerá como los Padres Pasionistas. Pablo se ordena también de sacerdote. Ahora, a predicar por todas partes el mensaje de la salvación centrado en la Pasión del Señor.

Y empieza por crucificarse a sí mismo. Recorre todas las provincias de Italia descalzo, con una soga al cuello, y llevando muchas veces la cruz a cuestas. Lleva siempre instrumentos de penitencia que pasman a los pueblos: látigos con bolas de hierro, cadenillas con garfios acerados, cruces con clavitos salientes para arrodillarse sobre ellas. Sube a predicar, y antes ven todos cómo el misionero se azota sin compasión con aquellos látigos horribles y se ciñe la cabeza con una corona de espinas… Todos se conmueven, todos lloran, nadie resiste a la gracia de Dios: ¡Vengan, vengan todos a ver a Jesucristo en el Calvario!… Esto parece Pablo de la Cruz en el púlpito…

Dios mismo, para que Pablo sea un crucificado de verdad, le hace experimentar la soledad de Cristo en el Calvario, y le permite unas tinieblas muy densas en su alma, que le hacen decir también: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?… Se cree desamparado de Dios, y exclama: Hasta en el sueño me persigue esta tortura del abandono de Dios. Soy como un miserable condenado a la horca. Mi corazón palpita y se estremece bajo el peso de tantas angustias. Y le dice a Dios: Haces muy bien en huir de mí, pero yo te seguiré y perseguiré mientras me quede un hilito de vida. Así, igual que Jesús en la cruz.

Pablo enseña a todos la oración de la manera más simple y eficaz: Empiecen por pensar en la Pasión del Señor. ¡Piensen mucho en ella! ¡Hablen con el Señor Crucificado! Y después, vívanla llevando con Él la cruz de cada día.
Esta vida de tanta oración y de penitencias tan espantosas, Dios se la recompensa a Pablo con unos arrebatos de amor indescriptibles. Se han hecho famosas muchas expresiones suyas:
– ¡Necesito un océano; quiero sumergirme en un mar de fuego y amor. Quiero convertirme en ascua de amor. Quiero poder cantar en la hoguera del amor increado, precipitarme en sus llamas, perderme en su silencio, abismarme en el todo divino.
– ¡Mi corazón! Si merece que lo despedacen y lo echen a los buitres, que lo quemen y lo vuelvan cenizas y las arrojen al viento. ¡Miserable corazón el mío, que no ha aprendido todavía a amar a Dios!…

Así la vida entera. Tan larga. Tan llena de oración y penitencia. Tan entregada a los hermanos en el ministerio sacerdotal y misionero. Al fin le llegará la recompensa definitiva. Dios le había dicho una vez:
– El bienaventurado en el Cielo no estará unido a mí como un amigo con su amigo, sino como el hierro penetrado por el fuego.
Le ha llegado la hora de experimentarlo. El que ha sido en la tierra un nuevo crucificado, ahora es un serafín ardiente en el Cielo…

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