San Vicente de Paúl

29. mayo 2025 | Por | Categoria: Santos

¡Este héroe de la caridad!… Así calificaba ponderativamente una expresión de la antigua Liturgia a San Vicente de Paúl, el Santo que hoy viene a nuestro programa, y que llenó el siglo más brillante de Francia. Inspirador y Fundador de grandes obras de caridad, ha sido muy grande su influencia en la edad moderna de la Iglesia.
¿Cómo era Vicente de Paúl? El Obispo y orador francés más célebre, que lo trató largamente, dijo de él la frase famosa: ¡Cómo tiene que ser bueno Dios, cuando ha hecho tan bueno a Vicente de Paúl!…
De origen humilde —pues sus padres habían sido emigrantes españoles de Aragón—, Vicente pasó su niñez como pastor de ovejas. Fue después un alumno muy aprovechado en la escuela, correspondiendo a los desvelos de su padre, que le decía: ¡Estudia fuerte, hijo mío, que soy pobre y me cuestas cada año la barbaridad de sesenta francos! Llega hasta la universidad, primero la francesa de Tolosa y más tarde la española de Zaragoza, y es ordenado sacerdote a la temprana edad de diecinueve años.
Una visita a Roma le hace derramar lágrimas de emoción, al verse en el centro del Cristianismo. Esta visita le deja huella en el alma, y es un signo de su fidelidad a la Iglesia.

Antes de que Vicente se convierta en el oráculo espiritual y apostólico de París, Dios permite una prueba muy dura, que se ha hecho también famosa. El barco en que viaja de Marsella a Narbona cae en manos de piratas turcos, que lo asaltan, lo capturan y llevan a todos los pasajeros a Túnez en el norte de Africa. Pasean a todos los presos por las calles de la ciudad atados con cadenas, mientras van pregonando: a voz en grito: ¡Mañana venta de esclavos a muy buen precio! ¡Aprovechen la ocasión!…
Y así fue. Los exponen en el mercado y dejan que los compradores les examinen la dentadura como a caballos de carga… Lo cuenta el mismo Vicente: Nos abrían la boca para mirar nuestros dientes, palpaban nuestras costillas, restregaban nuestras llagas y nos obligaban a andar, trotar y correr, levantar cargas y luchar, con el fin de medir las fuerzas de cada uno, y así otras brutalidades. A Vicente lo compra un alquimista que tiene la manía de hacer experimentos para lograr que todo lo que trabaje se convierta en oro… Inventos inútiles, desde luego, aunque Vicente se aprovechará después de aquellas tontas artes mágicas.

Libre al cabo de tres años, Vicente regresa a Francia y se establece en París. Comienza su fama de hombre de Dios, y acuden a él los personajes de más renombre. Hasta que un día vende todo lo que tiene: muebles, ropa, todo… Con astucia, y para sacar más dinero, pone a venta su sombrero viejo, que se lo disputan los ricos en alta subasta. ¡Así tendrá para dar más a los pobres!… Todo aquello no es una broma. Vicente se escapa de París y marcha a un pueblo del campo.  ¿Dónde está Vicente, dónde está Vicente?…, se preguntan todos.
Su escondite voluntario en aquel pueblo humilde va a ser muy providencial. Allí palpa las necesidades de la gente humilde. La ignorancia del catecismo le hará ver la necesidad de la instrucción religiosa… La dejadez de un sacerdote le comprometerá a la reforma y formación del clero… La esclavitud de los campesinos que no tienen nada de tierras para vivir, pues todo es de los dueños poderosos que las tienen en arriendo, le hará trabajar hasta lo indecible para mejorar su suerte, hasta reclamar y conseguir la libertad de los ocho mil colonos… Allí reorganiza las sociedades y cofradías. Y de allí viene la primera idea de las Hijas de la Caridad, su obra más grande.

Tiene que regresar a París, porque Dios lo quiere aquí para la grande obra a que le tiene destinado. Antes se ha postrado ante el Crucifijo, y le ha dicho: Hago voto se servir a los pobres. ¿Por qué? Su convicción es muy profunda. Tiene una frase que centra toda su espiritualidad y apostolado: Los pobres son nuestros amos y maestros.

Inicia la Compañía de las Hijas de María. Aquellas señoras de las Asociaciones han hecho una gran labor. Pero ahora viene lo definitivo: Mujeres que se den del todo a los pobres, ellas mismas, no su dinero ni  ratos de su tiempo, ¡sino enteramente y del todo! Los dos pilares son dos mujeres totalmente distintas. La primera, Margarita Nasau, una campesina que no sabía leer, pero que ha hecho esfuerzos inimaginables para aprender, y que dice: Soy pobre como los pobres. Y, de sirvienta a sirvienta, prefiero serlo de los pobres antes que de los ricos. Vicente aprende la lección de esta aldeana, y dice: Ahora comprendo que sólo con los pobres salvaré a los pobres.
La segunda es una mujer distinguida. Viuda de cuarenta y dos años, se convierte en el alma de la fundación. Vicente no las quiere monjas de convento. Son seglares, y nada más que seglares, con sus votos privados. Reciben una norma que después se ha hecho famosa por demás: Las Hijas de la Caridad tendrán por convento las casas de los enfermos, por capilla la iglesia de la parroquia, por clausura la obediencia, por rejas el temor de Dios y por velo la modestia.  

Funda también los Sacerdotes de la Misión, a los que manda por toda Francia y después se esparcen por todo el mundo, predicadores del Evangelio y formadores de futuros sacerdotes en los seminarios.
Vicente es el apóstol de la Eucaristía cuando más se necesitaba. Impulsa a comulgar con toda la frecuencia entonces posible, asestando un golpe de muerte al fatal movimiento y herejía de los jansenistas, que apartaban a las almas de la Sagrada Comunión por un temor excesivo y criminal a Dios.

No acabaríamos hablando de la figura enorme de San Vicente de Paúl, grande entre los grandes. Su vida activísima estaba animada de una oración continua, sobre la cual solía decir: Dadme una persona de oración, y de todo será capaz. Como lo fue él. Humilde, y llenó de gloria a la Iglesia. Pobre, y enriqueció a todo el mundo…

Comentarios cerrados