La obra del Espíritu Santo

8. mayo 2024 | Por | Categoria: Gracia

Son muchas las veces que hablamos del Espíritu Santo en nuestros mensajes. Y quizá lo debiéramos hacer más todavía.
Porque estamos en un renacer providencial de la devoción al Espíritu Santo. Son muchos los cristianos que hoy, impulsados por el mismo Espíritu, se confían a Él y ven renovadas sus vidas. Y mientras cantan y aplauden y oran, a ojos vistas se van transformando en imágenes cada vez más perfectas del Señor.
Que lo digan, si no, los hermanos de la Renovación Carismática, los Cursillistas, los del Camino Neocatecumenal, todos ellos testigos autorizados de la acción del Espíritu Santo en sus almas.

Esta gracia del Espíritu es para todos nosotros un aviso y un estímulo, pues nos cuestiona:
– ¿Por qué no tener en nosotros bien activo al Espíritu de Dios? ¿Por qué no tenerlo bien contento? ¿Por qué a veces contristarlo? ¿Por qué no seguir sus directrices? ¿Por qué no dejarle la mano libre, para que realice maravillas en nosotros? ¿Por qué no darle oportunidad para que su gozo nos inunde?…

Un gran dirigente de la Renovación nos decía muy convencido, y lo aseguraba como testigo de lo que sus ojos habían visto y experimentado en muchas convenciones y retiros:
– El Espíritu Santo es muy caballero.  

Expresión muy acertada.
Porque el Espíritu Santo, conocedor profundo de las almas, nunca nos pedirá más de lo que podemos. Nunca sus exigencias sobrepasarán nuestras fuerzas. Al contrario, será Él quien nos llevará de la mano, suavemente, a las más altas cumbres de la santidad cristiana.

Si el Espíritu Santo se ha posesionado de nosotros, y en nosotros lo tenemos por el Bautismo, nos parecemos a la Virgen María cuando en su seno llevaba a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. María fue Virgen porque la llenó en plenitud el Espíritu Santo, que descendió sobre Ella y la cubrió con su sombra. El fruto de su seno tenía que venir al mundo virginalmente, porque era todo obra del Espíritu de Dios.
Así el Bautismo nos ha dado a nosotros la vida de Dios. Jesús ha nacido en nuestros corazones por la fe y el amor. Y, como nos dice Juan al principio de su Evangelio, esta vida divina se nos ha comunicado, al revés de la vida natural, no por deseo de carne ni sangre, sino únicamente por el Espíritu de Dios.

Jesús, entonces, se nos da por su Espíritu, y, dejándonos guiar por Él, somos de verdad hijos de Dios, nos dice San Pablo.  El Espíritu Santo realiza su acción de tal manera que nos vamos transformando, y hacemos brillar cada vez más la gloria del Señor. Su imagen se vuelve en nosotros cada día más bella y lúcida, por obra del Espíritu de Cristo (2Corintios 3,18)

Y es ésta, precisamente, la obra maestra del Espíritu Santo: ser el testimonio de Jesús en nuestras vidas. Llenarnos de la misma vida de Cristo. Hacer que desaparezca nuestro yo tan pequeño, para que se cambie en el YO inmenso de Jesucristo. Porque, como Pablo, podemos decir entonces: – Vivo yo, pero es que ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo vive en mí (Gálatas 2,20)

Cristo ha hecho así de nosotros un doble suyo.
¿Pienso yo? Piensa Cristo en mí.
¿Amo yo? Es Cristo quien ama en mí.
¿Rezo yo? Es Cristo quien por mí pronuncia su oración.
¿Trabajo yo? Es Cristo quien sigue en mí con su trabajo de Nazaret. Es Cristo quien conduce el tractor y recoge de la planta el café o el maíz… Es Cristo quien trajina en la casa… Es Cristo quien revuelve los libros… Es Cristo quien prepara la jeringa… Es Cristo quien despacha en el mostrador… Es Cristo quien maneja el camión… Y es Cristo quien tiene a bien seguir haciendo por medio mío su obra en el mundo…

Todo esto que decimos, ¿es una fantasía y un bello recurso literario? No, gracias a Dios. Es la doctrina más autorizada de la Iglesia. Así nos lo exponía el gran Papa Pío XII cuando, hablando del Cuerpo Místico, afirmaba solemne:
 – Cristo está en nosotros por ese su Espíritu que nos comunica. Y de tal manera actúa en nosotros, que hemos de decir: todas las obras que lleva a cabo el Espíritu Santo en nosotros están realizadas también por Cristo.
Porque el Espíritu Santo nos ha divinizado al hacerse presente en nosotros y nos ha metido dentro la vida del Resucitado, de modo que es Cristo quien en nosotros realiza todas nuestras cosas.

Jesucristo nos dio el Espíritu Santo de una vez para siempre. Pero nos lo sigue dando cada vez con más intensidad y más profundamente.
Sobre todo, nos lo da por la Eucaristía. Tanto es así, que San Ambrosio, uno de los mayores Santos y Doctores de la Iglesia, se atreve a decir:
 – Este sacramento es el Cuerpo de Cristo. Pero no es alimento corporal, sino espiritual. Es el Cuerpo de Cristo empapado todo del Espíritu Divino, del Espíritu vivificante, del Espíritu que nos da cada vez que viene a nosotros.

¡Espíritu Santo, te queremos mucho!
¡Espíritu Santo, quédate siempre en nosotros, y no te vayas nunca!
¡Espíritu Santo, haznos dóciles a Ti!
¡Espíritu Santo, llévanos siempre a Jesús!…

Comentarios cerrados