Audiencias divinas

1. mayo 2024 | Por | Categoria: Gracia

Hablamos muchas veces de la oración como de la tarea más importante del día. No exageramos nada al hablar así. Porque en la oración es donde más y mejor cumplimos con ese fin para el que Dios nos ha creado, como es adorarlo y servirlo, poniendo en ejercicio estas tres virtudes que Dios nos infundió en el Bautismo. La oración es un acto de fe: si no creyéramos en Dios no se nos ocurriría ponernos a hablar con Él. La oración es un acto de esperanza: le hablamos porque sabemos que nos quiere dar la vida eterna. Y la oración es un acto de amor: si no quisiéramos a Dios, ¿qué interés tendríamos en Él?…
Decir, por lo mismo, que la oración es la tarea más importante de la jornada no es una exageración. Es la gran realidad nuestra, y en la Iglesia estamos plenamente convencidos de ello.

Esta era la convicción, por ejemplo, de un gran monarca que en su tiempo tenía que atender al gobierno de medio mundo. El rey y emperador Carlos V recibe el aviso urgente:
– Majestad, tiene una visita apremiante. ¿Puede pasar el Señor Embajador? Dice que corre mucha prisa.
Y Carlos V, con calma:
– Dígale al Señor Embajador que me acaba de recibir a mí en audiencia el Rey de reyes y estoy con Él tratando asuntos muy importantes. Lo recibiré apenas termine.
El Rey acabó tranquilo su oración, sin inmutarse por las prisas que le diesen los otros negocios.

¡La oración! Otra vez que nos encontramos con un tema que resulta siempre nuevo. Con una gracia que Dios reparte a manos llenas. Porque partimos de este presupuesto: la oración es un don de Dios, es un regalo repartido con tanta profusión que, de tan común, ni lo consideramos regalo especial.    

La oración es un hablar con Dios en audiencia privada, pero con la singularidad de que no somos nosotros los que acudimos a la puerta del palacio pidiendo entrada, sino que es Dios quien desde su morada nos está llamando a gritos casi:
– ¡Ven, que te espero!
Y ya en su presencia, y en charla amigable con Él, de tal manera dejamos todos los demás asuntos que no admitimos nada que nos pueda privar del trato con Dios, puesto que la oración es lo más importante que realizamos en la vida.

Al decir que la oración es un regalo de Dios queremos significar esto: que es una llamada gratuita de Dios. Es Él quien llama, y nosotros respondemos. La oración es el aparato emisor y receptor de la radio. Es Dios quien llama lanzando las ondas en toda dirección; nosotros conectamos, escuchamos y respondemos.

La oración es el principal ejercicio de la fe. Sólo se emplea en orar el que cree en un Dios presente y que lleva dentro. El que no tiene fe no se molesta nunca en ponerse en actitud de oración. Mientras que la persona de fe ha de hablar con Dios de una manera o de otra.
¿Está contenta? Ora porque se siente feliz, y alaba y bendice y da gracias a Dios.
¿Está triste? Ora porque tiene que desahogar con Dios su pena.
¿Está con una preocupación? Ora porque tiene que buscar remedio a su situación angustiosa.
¿Está con la conciencia atormentada? Ora porque siente la urgencia del perdón.
¿Está con una necesidad apremiante? Ora pidiendo a Dios lo que le hace falta.
¿Está con temores de su salvación? Ora pidiendo a Dios que no le abandone.
¿Está apenada por un difunto querido? Ora rogando por el alma que espera nuestros sufragios.
¿Está desganada y distraída? Ora para decirle a Dios: ¡Enséñame a orar, pues no sé qué decirte!
¿Está llena de amor? Ora porque tiene que decirle a Dios mil veces: ¡Te quiero!

Todo esto nace de la fe. La oración es la fe puesta en ejercicio continuo. Es una moción del Espíritu Santo, que llevamos dentro, y que no nos deja parar cuando se trata de hablar con Dios. Nos impulsa siempre a hacerlo, y el tener ganas de orar, el orar muchas veces, es la señal más inequívoca y más cierta de que estamos en la gracia de Dios.

¿Y cuando la persona que ora tiene conciencia de que está alejada de Dios por la culpa cometida?… No hay que apurarse. Si se dedica a la oración, está dando una señal también clarísima de que Dios no la deja, que la llama, que la atrae, que le ofrece la gracia del arrepentimiento y del perdón, que la quiere salvar a toda costa.
Lo único que da miedo es la desgana total para orar y el haber abandonado por completo la oración. ¡Esto sí que es de preocupar!

Total, que tanto los que tenemos ganas de orar como los que no tienen gana ninguna, podemos hacer nuestra la petición de los discípulos a Jesús: -¡Señor, enséñanos a orar! Jesús atendió inmediatamente esta petición, y arrancó de sus labios la oración más bella y nunca antes soñada, como es el Padre nuestro (Lucas 11,1). Desde entonces, no hay nadie que haya hecho suya esta plegaria, salida del Corazón de Cristo, y que se haya perdido. Ese líbranos del mal, líbranos del Maligno, arranca a cualquiera de las garras de Satanás para meterlo en el camino de la salvación.

¡La Oración! Audiencia divina. Audiencia con el Rey de reyes. Audiencia con Dios, que nunca nos hace esperar en ninguna antecámara. ¿Aprenderemos a ser almas de oración?…

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