Tú has venido a la orilla
7. marzo 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónMe he hecho mil veces esta observación: ¿por qué cantamos tanto en nuestras celebraciones el Tú, has venido a la orilla?… Esta canción se nos ha hecho casi imprescindible. Cualquiera diría que este canto es propio de seminaristas, los cuales, como los apóstoles, han reproducido aquella escena incomparable del lago, cuando Jesús llamó a Juan y Santiago, a Pedro y Andrés. Pero, no; somos nosotros, los seglares que llenamos las iglesias, los que más vamos repitiendo al Señor:
– Has venido…, me has mirado…, junto a ti buscaré otro mar.
¿A qué obedecerá la repetición tan continua de este cantar?…
Puestos a discurrir, podemos decirnos que todos los cristianos hemos sido protagonistas de un encuentro semejante con el Señor, que se nos adelantó, que nos llamó, que nos invitó a seguirle, que nos animó a la generosidad, y al que le dijimos también, como aquellos cuatro afortunados pescadores del lago, que nos íbamos detrás de Él, pasara lo que pasara…
Aún ahora, le seguimos diciendo que cuente con nosotros, porque nos contentamos sólo con Él, con ese Jesucristo de nuestros amores… Esta canción la repetimos tanto porque nos ha ayudado a descubrir nuestra propia vocación, el llamado que el Señor un día nos dirigiera.
Ya conté en otro mensaje lo de la amiga que me decía sin más en una carta:
– Sigo trabajando en mi tienda. Aquí es donde me gano yo el Cielo.
De momento me produjo algo de desconcierto semejante expresión, y me dije para mis adentros:
– ¡Sí, vaya! Lo que se gana son los frijoles y las tortillas, y una buena vacación de cuando en cuando…
Aquella mi manera de discurrir era una equivocación, desde luego. La amiga tenía toda la razón. Como la tenía también la otra, que nos decía a todos los del grupo en un retiro:
– Yo me voy a casar, pero les aseguro que en mi hogar estará Jesús.
Ante las palabras de esta otra amiga aprendí a tener más generosidad en mis juicios, y me dije para mis adentros: ¡Esto sí que es tener vocación de casada!…
Casos tan sencillos como éstos nos revelan una verdad importante y consoladora: que cada uno de nosotros, en su estado de vida, en su trabajo, en sus quehaceres, está siguiendo la estrella de una vocación, de una llamada de Jesucristo, el cual ha colocado a cada uno, por su Espíritu Santo, allá donde más le conviene, allá donde más bien podrá hacer, allá donde más podrá contribuir al bien del Reino de Dios.
Esta idea y esta realidad significan mucho en nuestra vida. Nos damos cuenta de que cada uno de nosotros es alguien, que es importante ante Dios, desde que Jesucristo en persona se nos ha hecho encontradizo y nos ha llamado. ¿Y a quiénes ha llamado? A todos. A pobres como a ricos, a ignorantes como a sabios, a quienes son grandes en la sociedad como a quienes no pintan nada… Aunque el apóstol San Pablo nos asegura que en nuestra vocación cristiana se da un fenómeno singular: Dios se fija especialmente en el pobre y el ignorante, pero es para hacerlo sabio con todo el conocimiento de Dios y rico con todos los bienes del Cielo (1Corintios 1,26)
Seguir a Jesucristo entraña una doble opción. Es una opción, ante todo, del mismo Jesucristo, que escoge al que Él quiere, sin mérito nuestro alguno. La iniciativa la tiene siempre Jesucristo. No somos nosotros quienes lo elegimos a Él, sino que Él nos elige a nosotros. El apóstol San Pablo tiene esta idea muy metida dentro de su doctrina, y nos da la razón: para que nadie se gloríe. La vocación cristiana se la debemos a Jesucristo, no a nuestra decisión personal. Sin embargo, es también una opción nuestra, porque preferimos a Jesucristo antes que a cualquier otra cosa del mundo. Jesucristo nos llamó, y nosotros le respondimos que sí, que nos íbamos con Él…
Nos encontramos ahora con el hecho de nuestra vocación cristiana, sobre la cual nadie nos ha hablado con la claridad y la comprensión del apóstol San Pablo. En la Iglesia de Corinto se dio el fenómeno —hermoso por cierto—, de los muchos que se abrazaban con la virginidad y celibato aconsejados por Jesús. San Pablo les alaba y lo aprueba.
Pero les tranquiliza a todos: Cada uno permanezca en el estado que tenía. Y escoja con libertad. ¿Se casa? Hace bien. ¿Permanece virgen o soltero por el Señor? Hace bien… El caso es servir al Señor Jesucristo allí donde Él le ha colocado por su Espíritu Santo.
Viendo la decisión que un gran sacerdote —santo, sabio y apóstol— ponía en todas sus empresas, le hicieron una pregunta muy curiosa y muy natural:
– ¿Donde está el secreto de usted?
Y el otro, con la mayor naturalidad del mundo, respondió decidido:
– ¿Mi secreto? Es muy sencillo. Seguir al Jefe que nos ha dicho: ¡ven y sígueme! (P. Passage S.J)
Jesucristo nos pide únicamente una decisión semejante:
– Tan sólo quieres que yo te siga.
Entonces, ¡a lanzarnos detrás de Él! Pero como Él no fuerza a nadie, sino que sólo quiere voluntarios, nosotros le decimos con generosidad:
¿Adónde me mandas, Señor? ¿Allí? Pues, allí voy…
Señor, ¿dónde me quieres? ¿aquí? Pues, aquí me quedo…