Lecciones del Crucifijo
7. diciembre 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Oración¿Por qué en la Iglesia Católica hablamos tantas veces de la Cruz?… Muy sencillo: porque en la Cruz de Cristo está la esperanza única de salvación.
Además, porque, queramos que no, cada uno en la vida tiene que llevar su propio peso de dolor: y si no tiene a qué ni a quién mirar para encontrar un alivio seguro, eficaz, ¿cómo se las arregla para no desesperar? ¿de dónde sacará fuerza para resistir?…
Le ocurrió a un soldado en el frente de batalla. Era un joven abogado y caía herido mortalmente. No se le podía llevar de momento al hospital, mientras durase el fuego enemigo, y el médico de la compañía le dice con cordialidad:
– Amigo, ¿quiere que le inyecte algo de morfina para que se le calmen los dolores?
El joven Abogado dio muestra de que había aprendido muy bien la ley suprema de Cristo clavado en la cruz, y responde:
– Gracias, Doctor. Pero, no hace falta. Jesús en la cruz no tuvo alivio alguno y quiso ser digno de tal sacrificio. ¿Por qué voy a ser yo menos?… (ECG, 1936)
Las lecciones de Jesucristo en la cruz son la ciencia más alta que Dios ha comunicado al mundo.
La cruz nos dice ante todo lo que es la justicia de Dios. ¿Quién puede satisfacer a un Dios ofendido? ¿Con qué se le paga el pecado que le despreció y se burló de Él?… Sólo un Dios podía pagar a Dios, y Dios halló la fórmula en su Hijo hecho Hombre: -¡Padre, aquí estoy! Toma, y cóbrate todo lo que te deben mis hermanos los hombres. Eres Dios, y un Dios te pide perdón… ¿Qué haces? ¿Aceptas o no aceptas?… Y Dios Padre aceptaba, ¡vaya que si aceptaba!
El apóstol San Pablo lo dirá de manera inolvidable y enormemente consoladora para nosotros: -Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia (Romanos 5,20)
Pero, más que la justicia de Dios, la cruz revela el amor de Dios. Porque Dios pudo decir, como lo dijo ciertamente con los ángeles rebeldes: -¿El hombre ha pecado?… ¡Pues, allá se las arregle!… Con actitud semejante de Dios, nosotros estábamos perdidos sin remedio, sin salvación posible.
Jesús lo sabía mejor que nadie, y por eso le dice a Nicodemo: -¡Así amó Dios al mundo, que le entregó su propio Hijo! (Juan 316).
Y completará Pablo estas palabras, hablando ya de Jesús, que para salvarnos se ofrece como precio de nuestro rescate: -¡Que me amó, y se entregó a la muerte por mí! (Gálatas 2,20)
Esta es la ciencia suprema e insondable de Dios, compendiada toda en el Crucifijo que nosotros veneramos.
Agonizaba San Felipe Benicio. Y en su lecho de muerte pedía el libro:
-¡Tráiganme el libro!… Piensan los presentes: -¡Pobrecito, ya delira! ¿Para qué quiere un libro en estos momentos?…
Pero el enfermo insiste: -¡Tráiganme el libro, mi libro!…
Viendo que nadie le entendía, clava la mirada en el Crucifijo que pendía de la pared, y todos adivinan. Descuelgan la bendita imagen, se la ponen en las manos, la besa el moribundo, y exclama:
– ¡Éste es el libro en el que he estudiado durante toda mi vida!…
Esta lección del Crucificado es ciertamente difícil, y no se aprende en un día solo. Cuando Jesús se la dictaba a los apóstoles, no había manera de que les entrara en la cabeza. Hubo de morir Jesús en la cruz, hubo de venir el Espíritu Santo a enseñarles toda la verdad, y entonces sí, entonces fueron maestros insigne en el arte de aprender y de enseñar la ciencia de la cruz… hasta gloriarse y brincar de gozo como chiquillos después que les azotaron en la asamblea judía por el nombre de Jesús… (Hechos 5,41)
Otro Santo que nos dice lo mismo que el anterior. Tomás de Aquino, el teólogo máximo que ha tenido la Iglesia, estaba asombrado de la ciencia divina de San Buenaventura. Los dos se querían y admiraban mutuamente.
Tomás le pregunta una vez a Buenaventura: -Pero, ¿de dónde sacas tú esa sabiduría tan profunda? Y el amigo franciscano al amigo dominico —a cuál más sabio en la ciencia de Dios—, le señala el Crucifijo, y le contesta:
– Aquí está la fuente de mis conocimientos, y no busques otra.
Jesucristo pagó por nosotros, y sólo por sus merecimientos estamos salvados. Esto es cierto. Pero, ¿no nos toca a nosotros nada en el misterio de la Cruz?… Nadie niega que la vida está hecha de sacrificios, en medio de las dichas con que Dios ha sembrado el camino de nuestra existencia.
Como decimos, las rosas y las espinas están de tal manera unidas en el rosal, que no se gozan las unas sin que puncen las otras… En su benignidad, Dios ha unido nuestros dolores a los de Jesucristo. Digamos mejor: para honor de Dios y para bien nuestro, Jesucristo ha asumido nuestros dolores y los he hecho suyos, uniéndolos en un mismo sacrificio con el suyo del Calvario. ¡Y hay que ver cómo cambia la vida cuando se piensa en esto y se acepta el plan de Dios!…
Fue famosa la conversión del judío María Alfonso Ratisbona. Al recibir el Bautismo en la iglesia del Gesù en Roma atestada de gente, le dice el célebre predicador que tiene la exhortación:
– ¿Has comprendido el misterio de la cruz? No hablo sólo de la cruz bendita que adoras con amor y reverencia, la imagen de Jesús Crucificado que murió en ella para expiar tus pecados. Te hablo de “esas cruces que no hay que adorar, sino que hay que llevar”: se trata de nuestra cruz, que abrazamos, que amamos.
Es una lección que en la Iglesia la sabemos muy bien. Cuando en nuestro sufrir de cada día ―con sacrificios grandes o pequeños, lo mismo da― contamos con Jesús Crucificado, con su ejemplo, su estímulo y su ayuda, es cuando decimos hasta con naturalidad: -Señor, contigo y por ti. ¿Y no es verdad que entonces la cruz ha perdido casi todo su peso?…