Concurso de santos

14. diciembre 2023 | Por | Categoria: Oración

¿Hay alguna diferencia entre una vida haragana, sin ideal, egoísta, y otra vida entregada a los demás y resplandeciente con una conducta inmaculada?… ¡Vaya pregunta!, me dirán ustedes. La primera es una vida que ni se debe nombrar; la segunda es la vida de una persona santa… Pues, a esto voy yo. Para acabar después con otra pregunta: -¿Sirve la piedad para formarse en una vida bella, provechosa y buena?… San Pablo dice que la piedad es buena para todo (1Tim.4,8)

Estas preguntas me las han suscitado las declaraciones de una señorita que por lo visto era toda una belleza —por algo había sido elegida en su país como digna representante para el concurso de Miss Universo—, pero que en su manera de ser y actuar se presentaba como una auténtica calamidad. Aunque sus declaraciones aparecían en los periódicos, y por lo mismo no hay secretos, aquí omitimos en absoluto cualquier nombre, y vamos a lo que ella misma dijo, copiadas y resumidas sus palabras en un solo párrafo:

¿Lo que más me gusta de mí misma? Todo. Me pongo delante del espejo, ¡y me miro!… Siempre hay algo que mejorar… Tengo sólo tres ideales: Ser presentadora de televisión, modelo y actriz de la pantalla… En el hogar, cero absoluto. Alguna vez he tenido que ayudar a mi mamá lavando un plato, pero sin gusto alguno… Planchar, sólo alguna pieza que necesitaba de inmediato. Ni sé ni me gusta hacerlo… Como la cocina: no me gusta y ya está dicho todo… ¿Limpiar el piso? Lo odio… Para casarme después, se alquila una empleada y hay bastante…  (Anna Valle, Miss Italia 1995. Tomado de Sette, del Corriere della Sera, 9-XI-1995)

¿Se pueden decir más disparates en menos palabras?… ¿Se puede soñar en una vida más inútil?… ¿Y se puede pensar en un novio más indefinible, que aparecía al lado de la Miss durante sus declaraciones dándole un beso encantador?…
No me digan que no está bien traer un hecho tan lamentable —no se le puede calificar de otra manera—, porque nos sirve de fondo negro para lo que verdaderamente nos interesa: hacer resaltar más la luz de otros cuadros resplandecientes, en los que la piedad cristiana, vivida con seriedad a la vez que con una alegría grande, ha dado a la Iglesia y a la sociedad modelos verdaderamente esplendorosos.

Traigo ahora un caso curioso. San Medardo era francés y llegaría a ser obispo. Cuando era sacerdote, instituye en su parroquia una fiesta simpatiquísima por demás y que se hizo muy popular en aquella región de Francia.
Por elección popular, en verdadera competición con otras chicas que aspirantes al título y propuestas por el pueblo, se escogía a la señorita más buena, más ejemplar, más intachable —y todos la querían también muy bonita— que era coronada en la iglesia con guirnalda de rosas. La elegida, desde luego, tenía que ser muy cuidadosa en su conducta para no perder fácilmente el reinado…

Sin que nadie lo diga, todos ahora estamos pensando en los concursos de belleza modernos. Aquella guirnalda valía más que todos los puñados de dólares que se embolsa hoy la Miss más flamante…  Sería curioso que hoy se instituyera un reinado así. Nos haría reír, pero también nos daría qué pensar…
 Las almas más bellas son las que mejor se han formado en la piedad cristiana, que podría ser definida con estas palabras de San Pablo: -Piedad es la verdad que se actúa con el amor (Efesios 4,15)
Todo lo que sabemos de Dios por nuestra fe;
todo lo que los Evangelios nos dicen de Jesucristo;
todo lo que la Iglesia nos enseña como Palabra de Dios;
todo lo que la misma Iglesia vive y practica con su Liturgia;
     todo lo que nos ofrecen y dan los Sacramentos…,
     todo eso lo vivimos en el amor, lo practicamos, lo traducimos al quehacer de cada día, y todo eso es lo que constituye la piedad que forma a los santos más grandes de la Iglesia.

Puestos a elegir hoy candidatas y candidatos a un reinado universal de Santos, ¿qué les parece si traemos aquí ahora a una pareja bien querida?… Hay muchas Margaritas en el mundo —y no nos referimos precisamente a las margaritas que esmaltan de nieve y oro los campos— sino a tantas mujeres cristianas que lucen el bonito nombre de “Margarita”, debido a una “margarita” preciosa de verdad. Margarita era una mujer que tenía un marido tan formidable como ella, y de los cuales están los ingleses tan orgullosos…

Muchacha preciosa, se casa con Malcom, Rey de Escocia, y vienen ocho hijos al hogar, entre ellos Edith, la hija mayor, casada con Enrique I de Inglaterra y conocida por nosotros como Santa Matilde. Las iglesias se veían llenas como nunca, porque Margarita era la más ferviente en el culto.
El Rey era acertadísimo en sus decisiones, pero detrás estaba Margarita como musa inspiradora… Y el reino llegaba en aquellos tiempos a su mayor esplendor, porque Margarita mejoró todas las costumbres, las civiles como las religiosas…
Los encarcelados arrepentidos veían sueltas sus cadenas merced a la intervención dulce de la Reina… Los pobres, felices como jamás habían soñado, porque Margarita, la madre de todos, llevaba a comer a palacio hasta más de trescientos, ante los cuales se arrodillaba la Reina como ante Jesucristo en persona antes de servirles por sí misma las mesas… ¡Qué Reina esta Margarita! ¡Qué rey este Malcom!…

El cuadro de estos reyes es algo diferente al de la Miss de las declaraciones con el novio al lado… Esta pareja de ingleses tan sensatos traducían en su vida aquello de Pablo el apóstol: lo que creemos, lo actuamos. Porque Dios ilumina la mente; Dios anida en el corazón; y las manos no hacen sino lo que la cabeza les dicta y el corazón les manda…

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