Los dos actos de un drama

2. noviembre 2023 | Por | Categoria: Oración

El Papa Juan Pablo I —el que en 32 día de pontificado nos dejó como legado una sonrisa—, se había preguntado en un escrito suyo: -¿Quién es el demonio? Y se respondía con unas palabras de Santa Teresa de Jesús: -El demonio es el ser desgraciado que no puede amar.
 Muy bien dicho, desde luego. Y como una contraposición fantástica, esta definición tenebrosa hace pensar en otra definición extremadamente bella y radiante de luz: la que Dios nos da de Sí mismo cuando nos dice por Juan: “Dios es amor” (1Juan 4,8)
En estas dos definiciones, tan opuestas la una y la otra, tenemos dibujado el drama del hombre: o ama a Dios con locura, o le odia con profundidad inexplicable. Lo demuestra, por ejemplo, aquel hecho de la Revolución Francesa.

Se habían echado sobre los pueblos de La Vendée los terribles soldados de la Convención, que aprisionaron a muchos católicos fervientes. El jefe de la “tropa del infierno”, como se llamaban a sí mismos aquellos feroces revolucionarios, le propone a André, que estaba al frente de los prisioneros católicos: -¿Quieres pisotear y destruir este Santo Cristo que te presentamos? Si lo haces, te perdonamos la vida.
André se queda pensativo, y contesta: -Perfecto. Entréguenme el hacha.
Sus compañeros se ponen a temblar: -¿Será tan cobarde que ceda? ¿Le da miedo la muerte? ¿Va a odiar él también a un Cristo, al que ha amado tanto hasta ahora?…
Insiste André: -¡Venga el hacha!
Ya con ella en la mano, se planta delante del Santo Cristo, y desafía a los revolucionarios: -¡A ver quién se atreve a tocarlo! ¡Que se acerque el valiente!… Nadie se mueve. Los compañeros hasta ahora atemorizados, aplauden. Los revolucionarios, se callan por unos momentos, hasta que ordena el jefe la descarga y el confesor de la fe cae gloriosamente cubierto de heridas a los pies de Jesús Crucificado (André Ripoche)

Ya lo vemos: odio visceral a Dios en unos; amor apasionado a Dios en otros. ¿Hay alguien que pueda explicarnos el misterio?…
En los unos parece que morase el demonio y que fuera él quien mueve el corazón de los que se le han rendido.
En los otros, mora ciertamente Dios, cuyo amor se ha derramado en nuestros corazones y que nos hace amar a Dios con el mismo amor con que Dios se ama a Sí mismo y nos ama también a nosotros (Romanos 5,5)

La vida cristiana, entonces, se cifra en el amor. Nació del amor de Dios que nos amó primero y nos eligió. Se desarrolla viviendo en el amor. Y se consuma toda viviendo sólo de amor.
San Juan de la Cruz, el santo místico por excelencia, nos lo enseña con unas expresiones inmortales. ¿Qué hemos de hacer en la vida? Amar. Y para amar, el Santo Doctor nos da una fórmula casi mágica, en medio de su sencillez asombrosa: -Y donde hoy hay amor, pon amor, y sacarás amor.
Dios nos ama como somos, con nuestras limitaciones, y se contenta con lo que sabemos y le podemos dar. Un alma muy escogida, convertida al catolicismo, estaba terriblemente angustiada porque ni hacía nada por Dios ni sabía qué hacer. Acude a su amiga, una famosa mística alemana, que le pregunta:
– ¿Irías a cocinar a la casa de un señor rico?
– ¡No! Porque no sé hacer más que una sopa de caldo con algún trocito de pan dentro.
 – Pues, mira, es lo que te pide Dios: que le des sólo aquello que sabes hacer y puedes hacer por Él. No te preocupes de nada más (Catalina Emmerich a Luisa Hensel)

La joven Doctora de la Iglesia Santa Teresa del Niño Jesús lo dijo de manera muy simple y también muy astuta: -A Dios hay que irle por su lado flaco, que es el amor. Hay que contentarlo con caricias…
Las caricias a Dios, para Teresa, eran esos pequeños sacrificios de la vida. Soportado y sufrido todo por amor de Dios, se le gana el corazón con la facilidad más grande. -¿Por qué hago este trabajo? Por amor a Dios… ¿Por qué sufro esta contradicción? Por amor de Dios…

Y Dios se rinde mejor que aquel atleta de la Grecia antigua. Tenía una fuerza formidable, y hace una apuesta: -Aquí tengo en la mano esta sortija de oro y piedras preciosas. Cierro el puño, y quien me lo abra se hace con ella.
Nadie pudo abrirlo. Pero una hijita suya, niña con la misma astucia que Teresa, se le acerca, empieza a acariciarle la mano, le va soltando un dedo tras otro sin que el papá se dé cuenta, y al cabo de un rato la niña alzaba ante los presentes la sortija que se había ganado con su granujería… (Crotón)

Cuando la vida cristiana avanza, viene a realizarse y a sentirse lo que dice genialmente San Juan de la Cruz: -Que ya sólo en amar es mi ejercicio. La verdad es que muchas veces nos han complicado la vida cristiana. En vez de tanto rigor con los Mandamientos y tantas normas intrincadas, nos podrían haber dicho lo de San Pablo: -Quien ama ha cumplido toda la ley (R. 12,8-10)

Nos decía nuestro Padre Capellán en el grupo: -Cuando quiero disfrutar de veras me voy a confesar a las religiosas y a las viejitas de la Residencia. Después de no confesarse de nada, te vienen al final algunas, casi tartamudeando porque ya ni pueden hablar: “¡Ay, Padrecito! Yo ya no valgo para nada ni puedo hacer nada. Sólo amo a Nuestro Señor y le rezo por todos. Y es que ya no valgo para nada”… Y nos añadía el Padre:
-¡Menuda envidia la que me dan a mí, porque no valen para otra cosa!… ¡No valen más que para amar!…

En el drama del corazón humano existe a veces un odio a Dios que nadie se puede explicar. Pero está la contrapartida de un amor a Dios que es lo más grande, lo más sublime, lo más bello que se puede dar. Y nadie puede decir que no puede ni sabe amar, porque esa facultad la tenemos todos…

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