Hasta la sangre…
23. noviembre 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónEn la Carta a los Hebreos, un escrito formidable del Nuevo Testamento, el autor, que es discípulo aventajado de Pablo, espolea a los primeros cristianos a ser valientes en la confesión de la fe, ante el peligro en que se ven de cometer el temible pecado de la apostasía, y les dice:
– No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado (Hebreos 12,4)
Muchas veces repetimos que el derramar la sangre en defensa de la fe, por conservar la fe, es una gracia de Dios extraordinaria. El martirio es un carisma, un don del Espíritu Santo en la Iglesia de todos los tiempos, pero reservado a muy pocos. Con el martirio de nuestros hermanos, el Espíritu Santo nos anima a todos a sostener el buen combate de la fe.
Éste es el valor del martirio en la Iglesia: un testimonio para los paganos, y un estímulo para los cristianos, que nos preguntamos: -Si a estos hermanos les ha costado tanto, ¿por qué no voy a hacer yo algo para confesar mi fe católica y perseverar en ella?…
Esta idea se me ocurre hoy porque acabo de leer uno de esos martirios estremecedores, que solamente se pueden creer cuando están bien comprobados históricamente y, además, cuando se tiene fe en el Espíritu Santo: sin su gracia, sin su fuerza, eso sería imposible.
Bien. Esto, a propósito de San Andrés Bobola, un Padre jesuita polaco, cuya pasión nos pasma, y cuyo relato va a llenar hoy todo nuestro mensaje
Era mediado el siglo diecisiete. El Padre Bobola con su apostolado ardiente, con el ejemplo de su vida, con su oración incesante, con su amabilidad y mansedumbre, había atraído al seno de la Iglesia a muchos cismáticos y a otros que habían abandonado tristemente la Iglesia Católica.
Los enemigos de la Iglesia, naturalmente, estaban furiosos contra el Padre, y organizaron contra él una persecución en toda la línea.
Empezaron por ensayar a los niños, para que gritaran por las calles siempre que vieran pasar por ellas al Padre: -¡Brujo, brujo!…
Las personas mayores se desataban en injurias peores. Como una jauría de perros le gritaban ante las muchas conversiones que había conseguido:
– ¡Ladrón de almas! Otros te van a robar a ti…
Pero al fin se dejaron de cosillas tan pequeñas y se decidieron a acabar con él, sirviéndose de los cosacos rusos, encargándoles que acabaran con el Padre. Lo apresan, y le preguntan:
– ¿Eres tú Andrés Bobola, el sacerdote católico?
El Padre contesta sin miedos:
– Sí, soy sacerdote. Nací en la fe católica, y en ella quiero morir. Mi fe es la verdadera. Y si ustedes quieren salvarse, conviértanse. Dios los espera, y no tengan miedo.
Furioso el jefe cosaco, le da un sablazo en la mano. Después, le destroza el pie por el tobillo. Mientras, y con esos miembros sangrando, el Padre Bobola sigue su profesión de fe:
– Creo y confieso que así como no existe más que un solo Dios, así no hay más que una sola y verdadera Iglesia, una sola y verdadera fe católica, revelada por Jesucristo y predicada por los Apóstoles. Por ella murieron los mártires, y por ella derramo ahora yo mi sangre.
El furor de los cosacos no tiene ya límite. Llevan al Padre a una carnicería, lo cuelgan del techo por los pies, y le queman todo el cuerpo con teas encendidas.
En medio de tan atroz tormento, el mártir va repitiendo una sola palabra: ¡Jesús… ¡Jesús!…
Es descolgado del techo, con la piel de todo el cuerpo quemada, lo extienden en una mesa, y ahora los tormentos llegan a paroxismo:
– ¿Eres sacerdote romano?… Te vamos a hacer grande la tonsura.
Y por aquella coronilla rasurada que llevaban antes los sacerdotes, le despellejan todo el cuero cabelludo.
– ¿Quieres una casulla para decir Misa? Espera… Y le arrancan en vivo toda la piel de la espalda.
Le cortan la nariz y los labios, y le dicen con la mayor de las burlas: -Ahora estás bien. Ahora pareces un monstruo. Pero te faltan las garras y las uñas. Y le meten astillas entre carne y uña de cada uno de los dedos de manos y pies…
– ¿Predicabas la fe católica? Ahora lo vas a hacer mejor… Y le arrancan la lengua, sacándosela por un orificio que le hacen en la nuca.
Un sablazo brutal ponía fin a tan inimaginables tormentos.
Nos preguntamos de nuevo: -¿Es posible soportar semejante martirio, sin la fuerza del Espíritu Santo? En la antigua Iglesia se decía sobre los confesores de la fe: -Cristo está en el mártir (Tertuliano)
Y viene nuestra consideración personal. Los mártires nos enorgullecen, pero no basta.
Nosotros pensamos e investigamos: -¿Qué pretende el Espíritu Santo cuando nos presenta y ofrece testigos de la fe como éstos? Y nos dan respuesta válida esas palabras de la Carta a los Hebreos con que hemos empezado nuestra reflexión: -¡Hay que resistir en la lucha contra el pecado de la apostasía!…
San Andrés Bobola acogía con amor grande, comprensión y consideración exquisitas a los hermanos separados que un día se habían alejado. Pero no vacilaba en su fe.
No podía poner en tela de juicio su fe cristiana y católica…
Sabía cerrar los oídos a las voces seductoras de sirena que le invitaban a abandonar su fe bautismal…
Confesó sin miedos —¡valiente discípulo de Ignacio de Loyola!—―su condición de hijo de la Iglesia Católica, distinguiéndose como excelente soldado en el servicio del Señor Jesús.
Y nos sigue diciendo a todos con Pablo (Efesios 4,5): ¡Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo!… Completado todo con otra palabra que adivinamos: ¡Y una sola vida eterna para todos!…