¡A rezar, que se puede mucho!
10. agosto 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Oración¿De cuántas maneras se trabaja por el mundo?… Si hacemos esta pregunta a tantas personas que se han empeñado en hacer algo por el Reino de Jesucristo, por la Iglesia, por el mundo que Dios nos confía, no nos extrañará escuchar una respuesta como ésta: -Se trabaja, ante todo, rezando. Si lo oyéramos así, ¿qué diríamos, que están acertadas o que se equivocan?… Por dicha, todos les daríamos la razón, porque estamos plenamente convencidos de ello. La oración es la gran fuerza que vence al mundo.
Por los pasillos de la Asamblea Francesa uno de los diputados, incrédulo obstinado, se encuentra con otro diputado, ferviente católico, que llevaba discretamente el rosario en la mano. -¿Cómo? ¿Usted con el rosario en la mano?, dice burlón el descreído, y añade: -Seguro que reza por mí. Le replica serio el del rosario: -Pues, sí; rezo y seguiré rezando por usted, con la esperanza de que un día también usted rezará.
El caso es que el incrédulo se convirtió antes de morir, y pudo despedirse de la vida rezando y con la esperanza de la salvación (Littré, convertido)
Este caso, uno de tantos, nos demuestra palpablemente que la oración es la gran fuerza que vence al mundo. Porque, ¿cómo se mira el mundo cuando se tiene fe? Ese mundo que un industrial o un negociante mira como un campo inmenso de enormes posibilidades para hacerse rico, a nuestros ojos cristianos se presenta de manera muy diferente.
Miramos con cariño todos los valores que contiene el mundo como regalos de Dios para la humanidad. Nos entusiasman los avances de la ciencia. Nos gozamos con el progreso del bienestar. Hacemos nuestra la alegría del campesino con la buena cosecha. Celebramos la felicidad de los novios que se casan. Nos arrebata la simpatía de los jóvenes igual que la inocencia de los niños.
¿No es cierto que quisiéramos mantener todos esos bienes, que son la felicidad de todos, sin que desaparezcan jamás?… No nos cuesta entonces mucho decirle a Dios: -¡Señor, consérvanos todos esos regalos recibidos de tu mano bondadosa! ¿Y creemos que Dios no va a escuchar una plegaria tan bella y tan desinteresada, que se hace a favor de los que así gozan de la vida?…
Pero con esa mirada complaciente se mezcla nuestra preocupación por todos los padecimientos del mundo. Nos punza el dolor de los que sufren por la guerra o por el terrorismo despiadado; nos llegan al alma las víctimas de la pobreza y de la injusticia; nos conmueven las lágrimas de todos los que lloran…
¿Nada vale la oración para aliviar tanto dolor del mundo?… Estamos convencidos de que las plegarias de nuestros labios llegan a lo más hondo del corazón de Dios, le mueven a compasión, y hacen que sus manos derramen consuelo y paz sobre tantos corazones destrozados.
Con todo, la oración del cristiano ha tenido siempre otra dimensión muy peculiar, como es la salvación eterna de los hombres. El Evangelio es la fuerza de Dios para la salvación del mundo, y todo cristiano, al sentir la urgencia de la salvación de las almas y viviendo la ilusión de ser apóstol, con su plegaria se pone en los pies de cada evangelizador y en la lengua de los predicadores.
San Maximiliano Kolbe, el mártir más clamoroso del siglo veinte, era todavía un simple estudiante en Roma, y tiene un día la ocurrencia de querer convertir nada menos al Gran Maestre de las logias masónicas de Italia. -Padre Rector, ¿me da permiso para ir a hablarle? El Rector ha de hacer un esfuerzo para mantener a yaya los ideales apostólicos de aquel joven ardiente: -Tenga un poco de paciencia. Es lo mejor que podría hacer. Pero, por ahora es imposible. ¿Por qué en vez de ir a convencerle de que se vuelva a Dios, no reza por él? El joven polaco, algo triste, comenta: -Bueno, comenzaré cuanto antes a rezar.
La gracia de la conversión está ligada más que nada a la oración de todo el pueblo de Dios. Es cierto que la gracia de la salvación nos la mereció Jesucristo, pero el reblandecer los corazones que se resisten es una tarea ardua que nos toca a todos, y lo conseguimos solamente con el ardor de nuestras plegarias.
Hoy tenemos un ejemplo que se ha hecho clásico. Teresa del Niño Jesús sabe lo del criminal Pranzini, que se ha convertido en asunto internacional. Condenado a muerte, se negaba a recibir cualquier auxilio religioso: -¡No, y no! Yo no quiero saber nada de Dios ni de Cielo ni de Infierno… Así hasta el final. La niña Teresa se empeña en salvar aquella alma. -¡Jesús, lo tienes que convertir! ¡Te lo pido, no me lo niegues y dame alguna señal de que se ha salvado!… Sube el condenado al cadalso con la misma obstinación. Pero, en el último instante, y antes de que le corten la cabeza en París ante los treinta mil espectadores, se vuelve al Capellán, le agarra el Crucifijo, y le da un beso… que le ganó el Cielo.
Era la primera conquista de aquella chiquilla que aprendió bien la lección. Ingresa monja carmelita de clausura para pasar su vida rezando por la salvación de las almas… Misionera por la oración, moría a sus veinticuatro años y el Papa la declaraba después, junto a Javier, Patrona de las Misiones, ¡por haber rezado tanto, aunque no fue nunca a un país de misión!…
Esto lo entendió aquel grande y santo General de la Compañía de Jesús al conocer la fundación y organización del Apostolado de la Oración por un Padre jesuita: -¡Le felicito! Y todos los miembros del Apostolado quedan inscritos en los méritos de la Compañía. Los misioneros sienten la necesidad se verse sostenidos por la oraciones de esos cristianos fervientes (P. Rootthaan a P. Gautrelet)
Volvemos a lo del principio: ¿Qué hacemos por el mundo? ¿Trabajar? Sí, porque el mundo lo necesita. Pero empezamos por lo primero: Rezar, que es lo más importante, lo más seguro, lo más eficaz.