Principios
13. julio 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónResulta una cosa muy curiosa el ver y examinar el lema, o eslogan, que muchos Santos se han formulado para sí mismos y que ha sido, para cada uno, norma invariable de su propia vida. Su piedad, su relación con Dios, se movía al compás de ese principio que, para ellos, era incuestionable.
Comenzamos, como un ejemplo, con Ignacio de Loyola. Muchas veces hemos visto, en tantos escritos, estas cuatro letras: A. M. D. G., “Ad maiorem Dei gloriam”, en latín, y que nosotros hemos traducido en nuestra lengua: ¡A mayor gloria de Dios!
Militar, caballero, en aquellos tiempos de la realeza, Ignacio había luchado y trabajado por la causa del rey, y no había soñado sino en cubrirse de gloria a sí mismo y a su soberano con el manejo de las armas.
Ignacio se convierte, y no cambia de idea. Sólo que en adelante su ambición de gloria se encauzará por otros derroteros. Lucha contra sí mismo, para vencerse a sí mismo, a fin de ganar las batallas más brillantes para la gloria de Dios.
Su lema, ¡A mayor gloria de Dios!, Ignacio lo vive y lo hace vivir en su naciente Compañía de Jesús. No debe buscar nadie sino la gloria de Dios, y esto en todas las acciones, en las de mayor relumbrón como en las más ordinarias y vulgares. De aquí nació aquella anécdota que se ha hecho famosa.
Uno de los Hermanos hacía la limpieza de la casa, pero el trabajo estaba resultando bastante defectuoso, realizado con descuido. Ignacio lo advierte, y quiere dar una lección:
– Oiga, Hermano, ¿por quién está haciendo usted esto?
– Padre mío, por Dios, para su gloria.
Aquí le esperaba Ignacio:
– ¿Cómo? Para gloria de Dios, y realizando el trabajo tan mal? Si me dijera que lo hacía por el Padre Ignacio, se lo perdonaría; pero si es para la mayor gloria de Dios, y lo hace tan descuidado, le voy a poner una buena penitencia para que aprenda.
Después de semejante reprensión, la limpieza de la casa resultó aquel día inmaculada; pero lo que resultó más formidable aun fue la lección de Ignacio, nunca ya más olvidada, de que nuestras obras, hechas siempre ¡a mayor gloria de Dios!, se deben hacer también con la mayor perfección.
En el ejemplo de Ignacio tenemos ya expresado implícitamente lo que es y lo que valen los principios o los eslogans en la vida cristiana. Son unos principios prácticos, luminosos, de eficacia indiscutible.
Esculpidos en la mente, fijos siempre en la memoria, repetidos sin cesar por los labios, adquieren una fuerza imponderable en el actuar de cada día. Porque no hay acción que escape de su influencia. Con cada cosa que se hace, se busca el cumplimiento del ideal, cifrado en ese eslogan personal.
Habríamos de traer una lista interminable, si quisiéramos citar los que se acumulan en la mente. Traemos alguno que otro solamente, de los más conocidos.
* Benito de Nursia, muy semejante al de Ignacio: “Que en todas las cosas sea Dios glorificado”. San Benito lo decía del rezo de los monjes en el coro. Y así es. Cuando se quiere pasar un rato de cielo, basta asistir a una celebración litúrgica en un monasterio benedictino.
- Francisco de Asís, tuvo como lema: “¡Mi Dios y mi todo!”… Naturalmente, si Dios, y solo Dios, era todo su bien, podía San Francisco abrazarse con una pobreza total, porque le sobraba todo lo demás.
- Luis Gonzaga se había formulado esta pregunta: ¿De qué me sirve esto para la eternidad? Se la aplicaba a cualquier cosa que hacía: lo mismo cuando iba a rezar, que a comer, que a divertirse. Se negaba cualquier acción o capricho que no tuviera valor eterno. Y lo que era deber, lo cumplía el valiente joven con decisión heroica. Estudiante, jugaba en recreo como el que más. Y un día se le pregunta: -Luis, ¿y qué haría si supiera que dentro de una hora iba a morir? La respuesta que se ha hecho célebre, repetida y predicada mil veces: -Pues, seguiría jugando. Jugar, para aquel joven estudiante, era tan grave deber como rezar o estudiar, y ante Dios el juego tenía el mismo valor que el estudio o el rezo…
- Teresa de Jesús se propone como ilusión suya algo inconcebible: “O padecer o morir”. Sin más ideal que Jesucristo Crucificado, ¿qué iba a desear aquella mujer formidable? Naturalmente, como no tenía ningún miedo al sufrimiento, sino que hasta lo deseaba, la Santa de Ávila realizó una vida inimaginable.
- Estanislao de Kotska, aquel muchacho polaco tan querido, se propone como ideal la perfección suma de Jesucristo, con este lema: “He nacido para cosas mayores”. A Estanislao le venía pequeño todo lo que no fuera lo más grande. Y lo hacía todo tan bien, que a los diecisiete años se había convertido en un Santo.
- Juan Bosco, con su lema “¡Dame almas!”, ha popularizado el ideal del apostolado. Trabajar por salvar a los hermanos, es lo único que vale la pena hacer en este mundo. Lo demás, sobra todo.
Ante estos hechos, los sicólogos podrán darnos las explicaciones oportunas. Nosotros sabemos sólo esto: que los Santos, todos ellos héroes de altura excepcional, no hicieron otra cosa que aplicar su lema a su propio método, y, de una manera tan simple, alcanzaron las mayores alturas de perfección, se realizaron a sí mismos, e hicieron un bien inmenso a los demás.
Cada uno puede tener su ideal, su método para conseguirlo, y el lema o eslogan en que cifrarlo. Su eficacia está comprobada por los sicólogos y los maestros del espíritu. Lo único que hace falta, dicen todos ellos, es carácter, es constancia. Es hacer lo de Jesús, que tenía su lema: “Yo hago siempre lo que agrada a mi Padre” (Juan 8,29). Como siempre, Jesucristo vivía muy avanzado, y así era también su perfección…