Entregados a la lectura
29. junio 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Oración¿Queremos recordar la historia de dos conversiones famosas? Son muy interesantes y muy aleccionadoras las dos; la una, de un hombre; la otra, de una mujer.
Ignacio, un soldado valiente, a sus treinta años es alcanzado por una granada en el sitio de Pamplona, y le queda destrozada una pierna. No tiene más remedio que someterse a dos operaciones criminales —¡en aquel tiempo, sin anestesia alguna!— y después, a un reposo forzado en su casa solariega de Loyola. Las horas de convalecencia se le hacen aburridas por demás, pero caen en sus manos dos libros providenciales. Uno, la Vida de Jesucristo escrita por un monje; el otro, las Vidas de los Santos.
Jesucristo empieza a conquistarle el alma. Y los Santos le abren un camino, pues se dice: – Esto que hizo Francisco lo tengo que hacer yo también. Y yo he de hacer esto que hizo Domingo…
Y así, debido a la lectura de esos libros espirituales, aquel caballero y militar —antes tan soñador en aventuras, amores y gloria—, se convierte en la figura imponente de San Ignacio de Loyola.
Y aquella mujer judía alemana, listísima, incrédula, atea —aunque muy sana moralmente—, dada a la filosofía, se hospeda en una casa amiga, y aquella tarde no sabe tampoco qué hacer. Mata su aburrimiento tomando un libro que allí encuentra, y lo empieza a leer. Era la Vida de Santa Teresa de Ávila, escrita por ella misma. La curiosa lectora, y filósofa profunda, se lo acaba de un tirón en varias horas, y al final se dice impresionada: – ¡Aquí está la verdad!…
Con prisas incontenibles se instruye en la doctrina cristiana, recibe el Bautismo, ingresa monja carmelita, muere mártir en el campo nazi de exterminio, y hoy es nuestra querida Santa Edith Stein, la primera judía canonizada, una gloria grande de la Iglesia en nuestros días.
¿De qué se ha servido Dios para ganarse dos almas tan selectas como las de Edith e Ignacio?… Se quiso Dios servir de unos libros escritos por hijos de la Iglesia. No eran precisamente libros de la Biblia, aunque estaban impregnados, desde la primera línea hasta la última, del espíritu del Evangelio.
¿Qué es entonces la Lectura espiritual en la tradición de la Iglesia?
No se trata de la lectura de la Biblia en especial. Eso se da por supuesto. La Biblia no se nos debe caer de las manos, ya que la lectura de las Sagrada Escrituras —que la damos siempre por supuesta—, no tiene par, y forma de por sí un mundo aparte.
Ahora nos referimos a esa otra lectura que, en la costumbre y práctica de la Iglesia, se le llama la Lectura espiritual. ¿Y qué entendemos por “lectura espiritual”? ¿Qué libros comprende? ¿Quiénes los han escrito? ¿Qué hace esa lectura en nuestra alma?
La Lectura espiritual se hace con esos libros que han salido de la pluma de hijos de la Iglesia y que interpretan, explican, divulgan la misma Palabra de Dios contenida en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia. Esos libros los han escrito hombres y mujeres llenos de sabiduría, amantes de Dios, enamorados de Jesucristo, celosos por la salvación de los hermanos. En la Iglesia tenemos multitud de estos libros, grandes y pequeños, llamados vulgarmente: libros espirituales.
Pueden ser, por ejemplo, las Vidas de los Santos, o tratados de formación cristiana y de fomento de la piedad. Hay algunos que han alcanzado categoría de libros universales y están escritos en todas las lenguas, como la Imitación de Cristo, la Introducción a la Vida Devota o Las Glorias de María…
No siempre podremos estar escuchando sermones ni nos será posible asistir a conferencias de especialistas, pero siempre podemos tener a mano un libro bueno que nos enseña muchas cosas. Un Santo que fue apóstol incansable de la buena prensa (San Antonio María Claret), se expresa con estas palabras:
“No todos pueden oír la divina palabra, pero todos pueden leer un buen libro. No todos pueden ir a la iglesia para escuchar la palabra, pero el libro irá a su casa. El predicador no podrá estar predicando siempre, pero el libro siempre está diciendo lo mismo, nunca se cansa, siempre está dispuesto a repetir lo mismo; que lean en él poco o mucho, que lo lean o que lo dejen una y mil veces, no se ofende por esto; siempre se acomoda a la voluntad del lector”.
Ese libro tan paciente era el resorte de un Doctor, católico de convicciones profundas, al que se le preguntó por el secreto de su mucha clientela: -¿Mi secreto? Ninguno. Como Médico, igual que todos mis colegas. Pero, observo al paciente, y, si lo veo angustiado, preocupado, desasosegado, viene mi consejo certero: -“¿No tiene usted algún libro bueno que le entretenga? Un libro sobre la fe, sobre la religión, sobre Dios. Lea cada día un rato, y ya me dirá cuando regrese cómo le ha ido”… Paciente que me hace caso, paciente que se cura o mejora notablemente.
Tomar un libro de vida cristiana, y leer cada día un rato, es el medio mejor para tonificar el espíritu, llenarse ideas elevadas, estimularse a la oración, conocer el pensamiento de los Santos, mantenerse en el ideal de perfección, aspirar siempre a mayor altura…
Este ejercicio de la Lectura espiritual no es un estudio propiamente dicho, sino más bien un descanso provechoso. Es abrir la mente a nuevas luces y el corazón a sentimientos nobles, y hecho todo sin esfuerzo especial, sino hasta con deleite del alma.
No hay institución que haya producido una cantidad tan exorbitante de libros como la Iglesia Católica. ¡Y qué libros! En ellos palpita el Espíritu de Dios. Con ellos, como bastón en qué apoyarse, se asciende con mucho placer hacia las alturas de la perfección cristiana…