El camino que Dios nos traza

1. junio 2023 | Por | Categoria: Oración

Era una niña que se llamaba Alexia. Había nacido en Madrid el año 1971, moría en 1985 en Pamplona, y en el 1993 ya estaba dando quehacer en Roma porque dicen que va para los altares…Todo en nuestros mismos días. Justo se había confesado por primera vez y había hecho la Primera Comunión, cuando al salir un día de la iglesia, acompañada de su mamá, hace la genuflexión ante el Sagrario con toda pausa y con mucha devoción, porque sabe muy bien que allí está Jesús. La mamá, que la formaba exquisitamente, le suelta:
– Haces muy bien la genuflexión. Pero, hasta ahora no te había dicho nunca que, al mismo tiempo, le digas a Jesús alguna palabra bonita de cariño.
Alexia abre unos ojazos grandes, y responde con toda naturalidad:
– Mamá, yo le digo cada vez la misma cosa:  Jesús, que haga siempre lo que Tú quieras
Total, que Alexia, apenas adolescente, dicen que es una santa, porque hizo siempre lo que quería Jesús.

La verdad es que esta chiquilla no hacía más que repetir, actualizar y tomar como lema de su vida lo que otra muchacha había dicho hacía dos mil años en un pueblecito llamado Nazaret: Que se haga en mí según tu palabra. ¡Que se cumpla tu voluntad!
No retractada nunca esta disposición de ánimo, María, la humilde esclava del Señor, mereció ser exaltada hasta lo más encumbrado del Cielo. Y todos los que llamamos “santos” han llegado también a las mayores alturas por haber cumplido siempre la voluntad de Dios.  

Mirando el Evangelio, notamos a la primera que Jesús no tuvo otra obsesión sino el cumplir el querer del Padre, como lo declaró ya desde un  principio: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado” (Juan 04,304). En la horrible agonía de Getsemaní, será ésta su única oración: ¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22,42). Y la lleva a cabo con tal perfección y generosidad, que lo proclamará un momento antes de morir como su mayor timbre de gloria: “¡Todo se ha cumplido!”(Juan 19,30 )

Al pensar en la voluntad de Dios nos puede venir como primera impresión que Dios es un soberano absolutista, dominador, férreo, exigente. Ordena, y hay que obedecer, de lo contrario estamos perdidos… ¿Es justa esta apreciación? Sí, en cierto modo. Porque nadie puede resistir a su voluntad si no es con peligro de perderlo todo y perderse después a sí mismo y para siempre.

Sin embargo, es eso una equivocación si se piensa que Dios lo hace por capricho y por tiranía. Es todo lo contrario. Dios no quiere sino nuestro bien. Y como solo Él conoce lo que nos conviene para el bien nuestro, lo que dispone y manda no es sino un latido de su corazón divino que nos ama, que busca nuestra felicidad, que dispone todas las cosas para conseguir la dicha suma de nuestra salvación.

El Dios olímpico y aterrador sólo ha estado en la fantasía de los paganos y ⎯provisionalmente también, según los planes del mismo Dios⎯ en los espectadores del Sinaí. El Dios verdadero es el que nos reveló en Jesucristo: todo amor, todo bondad, todo cariño, que quiere le llamemos Padre porque lo es de veras.

Entonces, ¿cuál es y cómo ha de ser la voluntad de ese Dios para con nosotros? Por fuerza, amorosa a más no poder.
¿Y cómo ha de ser, en consecuencia, nuestra actitud ante el Dios que nos manda, que nos dispone las cosas, que nos pide el obsequio de nuestra obediencia libre? Por fuerza también, un cumplir su voluntad rindiéndole con amor nuestra voluntad propia.

Es aleccionador lo que le pasó a aquel turista de los Alpes por las alturas del Tirol. Se encuentra a una viejecita que cada día subía del valle a la montaña y bajaba de la montaña al valle con un fardo pesado sobre sus espaldas. Y en medio de la fatiga no mostraba ningún mal humor ni exhalaba una queja.
– Pero, dígame, señora, ¿cómo es posible verla a usted siempre tan contenta con esta vida tan dura?
La ancianita sonríe, al adivinar tan ignorante a un sabio:
– ¡Ay, mi amigo! Todo es cuestión de hacer lo que le digo a mi Dios con una oracioncita que le rezo siempre y con la cual recorro feliz todos los caminos.
Al escalador le pica la curiosidad:
– ¿Y no me la podría decir, para copiarla y rezarla yo también?
La campesina no tiene nada escrito, así que cuenta su secreto:
– Pienso en mi Señor adorable cuando llevaba la cruz hacia el Calvario, y después me digo a mí misma: ¡Como Dios quiera! Si viene enfermedad o el trabajo es duro: ¡Como Dios quiera! Si el tiempo es bueno o si es malo: ¡Como Dios quiera! ¿Ve usted, señor? Esto da mucho sosiego y una está siempre en paz. Lo aprendí en un sermón del párroco y ya no lo he dejado nunca más.

La ley de Dios; los propios deberes; la misión concreta que cada uno tiene que cumplir en el mundo; para nosotros, católicos, los preceptos y orientaciones de la Iglesia; el trabajo de cada día; la enfermedad o el fracaso que sobrevienen…, todo eso podrá ser más o menos costoso. Pero a nadie se le ocurre decir que sea una tiranía. Muy al contrario, el cristiano ve en todo la mano amorosa de Dios y, en medio de la dificultad, agarra esa mano de Dios, la besa con cariño, y se contenta con decir: ¡Gracias, Padre! ¡Te amo!

Un espíritu de fe como éste es el que se requiere especialmente en nuestros días de materialismo y de abandono de Dios. Quienes viven esa fe dan testimonio de que hay un Dios que es amor y que actúa siempre con nosotros por amor. Un Dios que nos arrastra hacia una felicidad sin fin, pero que, muy a pesar suyo, ha de llevarnos a veces por caminos muy pedregosos. Todo está en saber decir, cuando duelen los pies o pesa el fardo: ¡Lo que Tú quieras, Señor!…

Comentarios cerrados