Cuatro notas para la piedad
22. junio 2023 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Oración¿Recordamos una vez más a aquel Santo tan singular, Benito José Labre, que se hizo pordiosero voluntario, y mendigando de puerta en puerta llegó a las mayores alturas de la mística y escaló la gloria de los altares? Lo traigo hoy a la memoria porque he leído los diversos nombres con que era conocido en Roma el mendigo francés. Dicen que le llamaban “El pobre de las Cuarenta Horas”, “El peregrino de la Virgen”, “El penitente del Coliseo”, “El nuevo San Alejo”. Y me he preguntado: ¿No son acaso estos cuatro nombres otras tantas notas de la piedad católica moderna? ¿No responden a unas aspiraciones muy características de nuestros días? ¿Y si nosotros supiéramos reproducir en nuestra vida esos ideales?…
“El pobre de las Cuarenta Horas” es el cristiano que pone la Eucaristía en el principio y en el centro de la vida. Antes que la Eucaristía, nada, porque la Eucaristía se lleva la primacía en absoluto.
– La Eucaristía en la Misa es la misma Víctima del Calvario, ahora glorificada, que se pone en nuestras manos para tributar con ella a Dios todo honor y toda gloria. Una Misa vale más que todo lo que podamos hacer por cuenta nuestra.
– La Eucaristía, es el Pan de la Vida en la Comunión, alimento que nos llena de la Vida de Cristo, según su palabra: “Quien me come, permanece en mí y yo en él”. Alimento tan sustancioso, que “llena de gracia el alma”, porque, según el antiguo escritor, “nuestra carne se come el cuerpo y la sangre de Cristo para que nuestra alma se engorde con toda la sustancia de Dios” (Tertuliano)
– La Eucaristía, en el Sagrario o en la Custodia, es compañía de Jesús, a quien tenemos verdaderamente con nosotros en toda la realidad de su Cuerpo, de su Sangre, de su Alma, de su Divinidad.
Siempre ha pensado la Iglesia lo mismo acerca de la Eucaristía. Pero hoy, sobre todo a partir del Concilio, volvemos a hacer de la Eucaristía la cima y el centro de todas nuestras aspiraciones cristianas.
“El peregrino de la Virgen” es el cristiano que no sabe caminar sin ir agarrado de la mano de la Madre, a la que le pide siempre: “Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven”.
El cristiano de nuestros días es digno del cristiano de los siglos anteriores, que han amado a la Virgen con amor apasionado. Ha sido el Espíritu Santo quien ha guiado la piedad cristiana hacia María, a fin de que María, cumpliendo su misión, siga dando Jesús al mundo, a la vez que el mundo sigue buscando a Jesús en los brazos de María, donde lo encuentra siempre como los Magos en Belén.
La piedad mariana, siendo tan tierna con la Virgen como lo ha sido siempre, es hoy, sin embargo, una piedad mucho más ilustrada, más consciente, mucho más sólida. Acudimos a María porque es nuestra Madre, porque la queremos mucho; pero acudimos a Ella, sobre todo, porque María es la que nos lleva con más seguridad a Jesús. El bendito Papa Juan XXIII lo aseguraba con estas palabras: Quien ama a Jesús, ama a su Madre, y quien es predilecto de tal Madre se distingue siempre por su fidelidad a Jesús.
“El penitente del Coliseo” es el cristiano que sabe abrazarse con valentía a la cruz de Jesús. A José Benito le daban ese nombre porque, no teniendo dónde caer dormido por la noche, se refugiaba en las ruinas del inmenso anfiteatro, renovando voluntariamente en su carne el heroísmo de tanto mártir que allí derramo su sangre por Cristo.
Muchos piensan que hoy ya no se hacen sacrificios y penitencias por amor a Cristo, por reparar los pecados del mundo, y por atraer sobre las almas la gracia de la salvación. Es una equivocación el pensar así. En la Iglesia de nuestros días hay mucha generosidad para abrazarse con una vida austera, en oposición a tanto placer del mundo en la sociedad del bienestar. Sin esos valientes, Cristo se vería sin pies y ni brazos para llevar al mundo su salvación.
“El nuevo San Alejo” es el cristiano de oración. Sabemos quién fue San Alejo, allá en el siglo cuarto. De familia rica, había marchado de Roma y, al cabo de años, regresa a su casa y nadie le reconoce. Se le admite por caridad como un pobre peregrino, y se le asigna como única habitación el hueco de la escalera en aquella su casa paterna. Allí pasa los años que le quedan de vida, en oración continua, a solas con su Dios, retirado de la alta sociedad que le vio nacer.
Otra característica de la vida cristiana moderna. Nuestro mundo se caracteriza por el ruido ensordecedor, la distracción continua, la diversión tumultuosa, el ir y venir sin estar nunca quietos. Sin embargo, son cada vez más los hijos de la Iglesia que buscan el retiro, la soledad, el desierto, para darse por unos días a Dios, para pasar el fin de semana en el reposo de la oración, como lo demuestran las Casas de Retiro o Ejercicios Espirituales, ordinariamente llenas a rebosar.
¿Es cierto o no es cierto que los nombres del pordiosero Benito José Labre son una orientación luminosa para la piedad cristiana moderna?…
Con más Eucaristía, ¡hay que ver lo rolliza que luciría nuestra alma!
Con un amor acendrado a la Virgen, ¡hay que ver la seguridad con que iríamos a Jesús!
Con austeridad de vida, ¡hay que ver cómo nos enfrentaríamos al materialismo que nos atosiga!
Con oración abundante, ¡hay que ver el ambiente celestial que aspiraremos en la Iglesia!
Cada época de la Iglesia se ha caracterizado por algunas notas propias de la piedad, que responden a las necesidades o idiosincrasias del momento.
El Espíritu Santo, inspirador y conductor de la piedad, se avanza siempre y nos lleva por camino seguro. Hoy vamos por nuestros derroteros, cantando el himno del amor y engrosando la fila de los que entran en la Tierra prometida…