El Evangelio y la vida

18. mayo 2023 | Por | Categoria: Oración

Al querer hablar hoy sobre los Evangelios, me encuentro entre mis notas con las declaraciones de un torero famoso, allá por los sesenta-setenta, en la clásica tierra de las corridas de los toros. Como siempre, los periodistas, detrás. Y el torero, austero, seco, serio, y cristiano ferviente, iba respondiendo con frialdad para el periódico.
No hace falta copiar toda la entrevista. Nos bastan ahora para nosotros las respuestas del diestro.
– ¿Que si tengo fe?… Yo siempre viajo con los Evangelios. Yo siempre veo la mano de Dios en la vida, en el toro y fuera del toro.
– ¿Que si estoy sano mentalmente?… Para eso tengo los Evangelios. Para eso reflexiono. Para eso aprendo.
– ¿En qué escuela estudio?… La religión es una clase de vida. Y los Evangelios marcan el camino.
– ¿Que si me estanco en mi fe, y no la acreciento?… Mi fe va en aumento porque creo con sencillez. Porque reflexiono. Porque no hago mal a nadie. La fe te deja solo frente a un toro peor que los de verdad: frente al toro de la responsabilidad.
Esto iba escuchando el periodista, pasmado de lo que oía, pero se le fue su sorpresa al ver que el torero no mentía, pues a su lado, casi sin notarse, estaba el libro de los Evangelios (El Viti, La Gazeta del Norte, 1973)

Al escuchar estas palabras nos vienen ganas de tributar a aquel valiente, como cristianos, una ovación más fuerte que todas las que oyó durante su vida en las plazas más famosas.
Este torero, sin pretenderlo, nos da a nosotros la lección más valiosa para nuestra piedad cristiana. En la Iglesia se ha fomentado la piedad con muchos medios, pero el método clásico por excelencia ha sido la lectura de libros escogidos. Y, entre todos los libros, la Sagrada Escritura. Y entre los libros de la Sagrada Escritura, los Evangelios se llevan la primacía indiscutible.

Porque el Evangelio de Jesucristo, la Buena Nueva que el mismo Jesucristo nos trajo, es la fuente de toda inspiración en nuestras relaciones con Dios.
– Jesucristo trajo el Evangelio porque Jesucristo es el mismo Evangelio: su Persona es la gran noticia de Dios para el mundo.
– Jesucristo es el Evangelio, porque Él mismo fue el Evangelizador. Lo escrito en esos cuatro libritos no es más que la relación escrita de lo que su Persona fue, hizo y enseñó.
– Jesucristo es el Evangelizado, porque los Evangelios, desde su primera letra hasta la última, no hablan sino de Jesucristo; enseñan Jesucristo; guían hacia Jesucristo; llevan a amar a Jesucristo; llenan de Jesucristo el ánimo del lector; configuran al lector con Jesucristo…

Ésta ha sido la tradición más pura de la Iglesia. Entre los mártires del Evangelio escrito en la antigüedad cristiana se cita siempre el caso de Espectato. Los perseguidores del cristianismo, sabedores de la importancia que los creyentes daban a sus libros sagrados, los tenían prohibidos bajo pena de muerte. Cuando Espectato es descubierto como cristiano y llevado al tribunal, le pregunta el procónsul:
– ¿Qué libros son los que lees tú?  
– ¿Qué leo yo? Los cuatro Evangelios de Nuestro Señor Jesucristo y las cartas del apóstol San Pablo.
El valiente confesor de la fe paró en la muerte. Los Evangelios le dieron fuerzas para resistir todos los tormentos a que fue sometido.

¿Cómo nos formamos con la lectura del Evangelio?
Es una pregunta muy interesante, y la respuesta es muy sencilla de dar: El Evangelio nos da la Persona de Jesucristo. Y por lo mismo, al leer el Evangelio hay que tener presente en todo momento a Jesucristo. Esto es lo esencial: estoy mirando a Jesucristo, le estoy escuchando, me estoy comunicando con Él, que no está lejano, sino delante de mí, a mi lado, conmigo…

Con esta su presencia, escucho lo que me dice, porque todo me lo dirige personalmente a mí. Si leo: “toma tu cruz de cada día, y sígueme”, es Jesús que me está diciendo ahora a mí: ¡Por favor, no te quejes de tu trabajo, que yo también trabajé, y bien duro! ¡Por favor, aguanta esa enfermedad, que el Calvario no fue para mí una clínica en que estuviera demasiado bien atendido!…

Con esta su presencia, veo todo lo que Él hacía, y aprendo: Señor Jesús, ¿así amabas Tú? ¿Así perdonabas Tú? ¿Así te fatigabas Tú para hacer el bien a los demás?… Y, naturalmente, oiré a Jesús que me repite mis palabras: Sí, así lo hacía yo; y así quiero que lo hagas Tú.

Con el Evangelio leído así —con esta fe en la Persona presente de Jesucristo—, el Evangelio no es un estudio técnico, sino existencial y vivencial, como decimos hoy, porque se hace carne de mi carne y hueso de mis huesos. El Evangelio se hace vida mía, luz de mi mente, fuego de mi corazón, palabra de mis labios, camino de mis pasos, tarea de mis manos… El Jesús del Evangelio llena toda mi existencia.

Impresiona cuando en las celebraciones de la Iglesia vemos cómo se lleva el libro de los Evangelios procesionalmente, sostenido en alto, colocado con honor, incensado profusamente, y al final besado con toda reverencia… ¿Cómo no lo vamos a hacer así, si el Evangelio, el Evangelizador y el Evangelizado es Jesucristo?…

El libro de los Evangelios lo guardamos con amor en casa y lo llevamos encima. Lo leemos, y no nos cansa. Por imponente que sea el animal que quiera atacar nuestra fe, con el Evangelio en la mano lo sabemos torear mejor que el diestro a las reses bravas…

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