Llagas y Sangre

4. diciembre 2023 | Por | Categoria: Jesucristo

San Antonio María Claret, el gran Arzobispo y apóstol de Cuba, estaba un día hincado en la banca de la iglesia, mirando fijo al Sagrario, con la cara transformada y ardiendo, y no había manera de sacarlo de allí. -Pero, ¿qué le pasa, Monseñor? Venga, levántese, que hace mucho le están esperando.
Cuando ya estaba a la mesa, le preguntan algo curiosos: -Monseñor, ¿qué le ocurre a veces en la iglesia?
Una sonrisa por respuesta, pero después cuenta confidencialmente:
– Cuando me vean así, ¡déjenme, déjenme! Estoy besando una por una las llagas de Jesucristo, el cual se me hace tan sensible, que no me puedo arrancar de allí sino haciéndome extrema violencia.

Venía a ocurrirle a San Antonio María Claret lo que le pasó una vez a la querida y jovencita Santa Gema Galgani. Se le aparece el Señor, y le invita:
– Ven, Gema. Aquí tienes mis llagas. Bésalas.
 Gema, tan contenta, besa una, besa otra…, pero, al llegar a la del costado, no puede más y cae desmayada. Al volver en sí, dice con gran inocencia: -¡Tanta dulzura! Pero, ¿tanta dulzura por lo poco o nada que he hecho por Jesús?…

Vamos a dejar a esos Santos, que nos enseñan tantas cosas, y nos preguntamos: ¿Qué tienen las Llagas de Cristo para ser lo que más atrae a tantas personas? ¿Y por qué los Santos que han llevado manifiestas en su carne las Llagas del Señor, como Francisco de Asís o el Padre Pío, han de figurar entre los Santos más queridos del pueblo cristiano?…
Esto es ya muy antiguo. El apóstol San Pablo nos dice en una de sus su exclamaciones más sorprendentes: -¡Déjenme en paz! ¡Yo llevo las llagas de Jesucristo marcadas en mi cuerpo! (Gálatas 6,17)

Esas llagas benditas son la prueba más fehaciente del amor que nos tiene el Redentor.
Son el sello perenne de la paz que se estableció en el Calvario entre Dios y los hombres.
Son la representación viviente de la pasión sagrada con que Jesucristo salvó al mundo.
Son la garantía de la intercesión de Jesucristo por nosotros ante el Padre, al cual le dice incesantemente: -Acuérdate, Padre, que por estos agujeros salió a borbotones la sangre que yo derramé para la salvación de esos mis hermanos.
Y esas llagas son para nosotros, como para Tomás en el Cenáculo, una prueba gloriosa de nuestra fe, pues Jesucristo sigue diciendo a cada uno:
– Ven, y mete aquí tus dedos, mete aquí el puño de tu mano.

La piedad cristiana ha recogido este desafío del Señor, y, al mismo tiempo que le responde con apóstol: ¡Dios mío y Señor mío!, le repite mil veces aquella exclamación que tanto placer y seguridad le daba a Ignacio de Loyola: ¡Dentro de tus llagas, escóndeme!…
Las Llagas de Jesucristo, entonces, se convierten en el refugio más cierto de salvación, impenetrable al enemigo, porque a Satanás no le queda ni un resquicio por donde meterse.

Es curioso lo que le sucedió a Santa Gertrudis la Grande. Un alma tan delicada como ella, tuvo un día una ocurrencia muy femenina. Mira al Crucifijo que tiene en su habitación, y le dice cariñosa a Jesús: -¿Qué hacen aquí estos clavos? De las palabras, pasa a la acción. Le quita los clavos a la imagen, y en su lugar le pone tres lozanas flores de geranio. -¡Así, Jesús! Ahora estás bonito.
Delicado y elegante el gesto de Gertrudis. ¿Le guardará alguna respuesta Jesús?… Se va Gertrudis a dormir, y en medio del sueño profundo ve al Señor que le dicta unos sencillos versos latinos, que ella se apresta a escribirlos apenas despierta, y que suenan así en nuestra lengua: Quiero que mi amor te hiera – sin cesar el corazón. – Cuando tú me das tu amor, – ¡ay!, cómo disfruto yo.

Esas Llagas benditas, al dejar salir la Sangre de Jesús, se convirtieron en la fuente abundosa de la Gracia que nos da la salvación. A Jesucristo le costaron dolores indecibles. Pero se cumplió su Palabra, dicha pocos días antes de morir: -Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Juan 12,32)   

Hay que escuchar el relato que aquella joven, llamada Eteria, hace ya en el siglo cuarto sobre la celebración del Viernes Santo en Jerusalén. Había ido desde su nativa España hasta Tierra Santa —¡hay que ver lo que significaba un viaje así para una muchacha en aquellos tiempos!—, y relata lo que vio:
– Pasaban los fieles casi todas las horas del Viernes Santo en los mismos lugares en que se verificaron aquellas escenas de la Pasión. Es tan grande el sentimiento y el llanto del pueblo entero, que pasma de admiración; pues no hay ninguno, ni grande ni pequeño, que, compadecido de los sufrimientos del Señor por nosotros, no llore durante aquellas horas tanto como no se podría ni creer.

Las Llagas de Cristo nos traen a la memoria continuamente lo que Cristo sufrió por nosotros, y cómo por eso arrastran al amor del Señor. Una escritora jovencita, colegiala todavía, lo expresó de manera muy poética y muy sentida:
– Les dije a las hojas de los árboles: “¡No se muevan!” y me respondieron: “No podemos, pues hace viento”. -Le dije al Sol: “¡No te vayas!”. Y me respondió: “No puedo quedarme, pues llega la noche”. -Le dije al Crucificado: “¡Olvídame!”, y me respondió: “No puedo, porque te amo”…

Ahí está el amor de Cristo, para quien lo quiera entender: en esas Llagas que chorrean la Sangre divina con que fue rescatado el hombre a costo tan alto, como dice en la Biblia el apóstol San Pedro: -Habéis sido comprados a gran precio, y no con bienes caducos como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero inmaculado y sin tacha (1Pedro 1,18-19)
Las Llagas de Cristo. La Sangre de Cristo. ¡Cuánto que dicen al corazón cristiano!… 

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