Santa Teresa de Jesús Jornet

4. septiembre 2017 | Por | Categoria: Santos

Cuando El Papa Pablo VI declaró Santa a Teresa de Jesús Jornet, aquel periodista no entendía las alabanzas tan extraordinarias que el Papa le había tributado, y preguntaba en la Plaza del Vaticano:
– Pero, si esto es casi imposible. ¿Qué ha hecho esta mujer?
Y se le respondía:
– Nada. Que, a sus treinta años, se le metió en la cabeza entregarse a cuidar ancianos abandonados, y ahí tienen su obra. A los diez años, ya tenía treinta y tres Asilos con miles de viejecitos a su cuidado. Y cuando muere, a sus cincuenta y cuatro de edad, y veinticinco años solamente de trabajo, deja en España y América ciento tres Casas-Asilos, encomendadas a más de mil Hermanas, porque aquellas sus doce compañeras primeras se convirtieron en monjitas calladas, pero tremendamente eficientes.
El periodista se mostraba escéptico, no creía fácilmente lo que oía, e insistió:
– ¿Y siguen todavía?
Se le fueron proporcionando más datos, que cada vez le dejaban más extrañado:
– Ahora, pasan con mucho de doscientos los Asilos y son casi tres mil las Hermanitas esparcidas por todo el mundo. Los Asilos son grandes, espaciosos, alegres, acogedores.
Continuaba la extrañeza del reportero:
– ¿Tres mil mujeres, que de muchachas eligen dedicar su vida a unos ancianos que no son de su familia?… Aunque, me imagino, deben contar con buenos presupuestos de los Estados, con la paga-pensión de los mismos viejecitos, y con dinero a montones…
Aquí venía para el asombrado periodista lo más que se le podía decir:
– Pues, no. Todo lo contrario. Teresa no contaba con nada, absolutamente nada. Las Hermanitas se encargaban de pedirlo de limosna, y nadie sabe cómo han podido hacer y siguen realizando semejante obra, que desbarata todos los presupuestos.

Así, en estos términos, proseguía la conversación de aquel periodista, que después se metió a filosofar en su relación para el periódico.  
– ¿Nos hemos dado cuenta de lo que significan hoy los ancianos? La civilización moderna los ha sacado de sus casas y los lleva a confortables Residencias, donde abunda la comodidad y el máximo de bienestar. Pero donde falta, y es triste decirlo, lo principal de todo, que es el cariño y el amor de los suyos. Esta monja santa empezó por lo primero: dio amor, cariño y solicitud. Sus Asilos no tienen la riqueza de las residencias del Estado, pero tienen algo que vale mucho más: tienen el calor del corazón, que es lo que el anciano necesita.

El Papa, al proclamar Santa a Teresa de Jesús, la llamó: una española universal, porque está respondiendo a una necesidad sentida hoy por todo el mundo, como es el problema de la tercera edad, pues hay que atender a los ancianos como ellos se merecen…
Teresa es una muchacha de gran valer. Graduada de Maestra, ejerce la enseñanza en un pueblo de la Provincia de Barcelona. Cada semana quiere confesarse, y para recibir el Sacramento ha de recorrer a pie veinte kilómetros hasta la ciudad cercana. Se mete monja de clausura, y una enfermedad le obliga a salir del convento. Sus angustias crecen. ¿Casarme? No; porque yo quiero dedicarme del todo a Dios y a los demás. ¿Qué quieres, Señor, que yo haga?…

Se entera de que unos sacerdotes piensan en hacer algo por los ancianos pobres y abandonados, y Teresa capta la idea. ¿Y si yo me ofreciera?… Tantea a su hermana, su mejor amiga y confidente:
– Oye, María, ¿quieres cuidarte conmigo de los ancianos?
– ¿Yo meterme a cuidar viejos? ¡No, ni hablar!…
Pero Teresa conoce bien a su hermana, excelente muchacha también, y al fin la conquista junto con otra amiga para la obra en que sueña. Las tres se dirigen a Barbastro, y allí se forma un grupo de doce muchachas dispuestas a todo. Se organizan bajo la dirección de un sacerdote celoso, y eligen a Teresa como la jefe de todas. Toman el nombre de Hermanitas de los Ancianos Desamparados.

Y como si fuera una respuesta del Cielo, de Barbastro saltan a la bella ciudad de Valencia, que tiene por Patrona a la Virgen de los Desamparados, a la que hacen su primera visita. Y, al abrir aquel día la Casa-Madre, se estrenan con el primer regalo que les llega de Dios: una ancianita paralítica, de noventa y nueve años, que desde hoy ya tiene unas hijas que la van a cuidar como si fuera la mamá de todas… Ningún anciano que se les encomiende quedará ya desamparado en adelante.

Las nuevas religiosas son muy humildes, muy pobres, y ni quieren llamarse Hermanas, sino Hermanitas, como las más pequeñas de todas.
Aunque la fundadora será pequeñita sólo de nombre, porque se va a revelar una mujer gigante como pocas.
Teresa, prematuramente envejecida, enferma, agotada, recorre en viajes continuos toda España fundando Casas-Asilos, de modo que, cuando muera en el año 1897, habrá dejado más de cien fundaciones con muchos miles de ancianos atendidos.

¡Qué mensaje el de Teresa para nuestro mundo moderno!
El anciano es un tesoro. ¿Por qué el mundo lo abandona?… Que en el hogar, al menos, junto con los cuidados imprescindibles, encuentre el calor y el cariño que él supo derrochar en vida…

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