La Beata María Romero

14. julio 2017 | Por | Categoria: Santos

Muy mal recibió el sacerdote la invitación que se le hizo de ir a visitar el Centro Sor María Romero, la santa de quien hoy vamos a hablar. Malhumorado, contestó a quien lo llamaba. -Déjenme a mí de novenas, de padrenuestros incontables, de frasquitos de agua bendita, de medallas y de cuentos y cuentas… Lo que importa son los Sacramentos y la caridad…

Era el día de María Auxiliadora, y a las cuatro de la mañana —muy prontito, porque en día laboral debía la gente ir al trabajo—, una multitud abigarrada recorría las calles más céntricas de la Capital rezando y cantando el Rosario en fiesta de gala.
De mal humor, pero el sacerdote fue, y, ya pasada la fiesta, cada día mañana y tarde, pero los sábados sobre todo, vio cómo el Centro de Sor María Romero en el corazón de San José, la Capital de Costa Rica, era un hormiguero de gente, que rodeaba los confesonarios y formaba largas filas en el comulgatorio. Los pobres, atendidos siempre con amor. Los enfermos, acumulándose en el Dispensario gratuito o a precios irrisorios. Y Sor María Romero, en un rincón de la gran capilla y delante de la primera columna, sentada y rezando siempre, cuando no atendía a las personas en su despacho.
El sacerdote del mal humor cambió muy pronto de opinión.
Sor María Romero, la religiosa salesiana causante de toda aquella agitación tan pacífica y de aquel ambiente de cielo, era una santa muy de nuestros días, que ganaba innumerables almas para Dios y trabajaba como nadie por los pobres más necesitados…

Santa muy reciente, muerta en Julio de 1977, a los veinticuatro años nada más era beatificada por el Papa Juan Pablo II. Nicaragua, donde naciera y donde murió, y Costa Rica donde desarrolló su hermosa misión, se enorgullecen al ver en los altares a una hija suya y a una ciudadana tan querida.

Sor María Romero, trabaja al principio como educadora en varios Colegios de las Salesianas en Centroamérica.
Después, siguiendo una llamada interna de Dios, y siempre bajo la obediencia humilde a las Superioras, se entrega a la Obra Social en favor de los necesitados en la Ciudad de San José, donde hace funcionar y desarrolla de manera prodigiosa —al lado del Colegio y Escuela de María Auxiliadora—, una gran capilla para vivir intensamente la piedad cristiana; un Dispensario gratuito para los enfermos sin recursos; una asistencia espléndida para los pobres.
Y, desde luego, un despacho suyo donde acoge a toda clase de personas que vienen a pedirle consejo, a suplicar oraciones, a derramar lágrimas y a compartir alegrías.

Sor María Romero, era fiel a su propósito, expresado en una bella oración:
“Concédeme, Dios mío, que mientras voy subiendo la cuesta de mi vida pueda sin interrupción: enjugar todas las lágrimas que encuentre; endulzar todas las amarguras y sinsabores; suavizar todas las asperezas y echar un poco de bálsamo en todas las heridas…
“Haz que pueda sonreír a todos los tristes y angustiados; dar la serenidad a todos los atribulados; unir todos los corazones distanciados, y apaciguar todos los enconos y violencias.
“Haz que pueda dar siquiera un pedazo de pan a todos los hambrientos que me pidan, y un vaso de agua a todos los sedientos; un retazo de lienzo a todos los desnudos y un albergue en mi alma a los peregrinos”.

Y como la bendita Sor María Romero no busca más que a Dios y no a sí misma, acaba su propósito-oración con estas palabras, en las que mete a Jesús y a la Virgen, de los que vive siempre enamorada:
“Sí, Dios mío. Graba en mi alma y en mi corazón tu imagen benditísima de tal manera, que ya no sea a mí a quien vean sino a Ti, dulce amor mío…. ¡Oh Madre mía! Con Jesús, en Jesús, como Jesús, por Jesús y para gloria de Jesús, me entrego y abandono ciegamente en tus brazos maternales”.

Así era el alma de Sor María Romero. Con Jesús en sus manos, y con María, a la que llama “Mi Reina”, lleva adelante aquel Centro Social modelo, en el que se conjugan admirablemente la piedad y la caridad para bien de tantas almas.

¿Y de dónde pudo Sor María sacar tanto dinero para la Obra? ¿Cómo pudo arrastrar a tantos hacia los Sacramentos? ¿Cómo fomentaba la devoción de manera tan profunda?… Sor María Romero tenía sus secretos. Secretos que ella misma tomaba con humor y que le producían efectos tan maravillosos.
Ante todo, la fe en la Providencia. Al Director del Banco, que pide nombres, dirección, y todos los requisitos para el préstamo, le suelta las respuestas más divertidas: -¿Fiadora? ¡La Virgen Santísima!… ¿Que si tengo entradas? ¡Oh, sí, y sobre todo salidas!… ¿Que si tengo también algún pleito con alguien? Todos los días, contra el diablo… El Director del Banco reía a carcajadas. El préstamo no se podía hacer, pero al fin se hizo, y en tres años se saldaba la deuda que tenía un plazo de nueve años preocupantes…

Se ha preguntado también sobre cómo se producían los milagros famosos que corrían de boca en boca… Sor María Romero los supo disimular bien. No era ella, sino el agua misteriosa que consiguió de la Virgen María. Un día le desafía a la Madre del Cielo: -¿Y cómo tienes esa preferencia por el agua de Lourdes? ¿No somos también nosotros tus hijos? ¿Y no son tuyas las aguas que caen del cielo y surgen de los manantiales?… El caso es que se las entendió con la Virgen. El agua misteriosa era la misma del grifo. Como Sor María Romero no era sacerdote, no la bendecía ella. Le aplicaba algunas medallas de la Virgen bendecidas, y el agua del grifo que repartía, ¡a cumplir su oficio de hacer milagros!…

Hija de María Auxiliadora, así de sencilla, humilde, encantadora, piadosa, fervorosísima, fue Sor María Romero —¡la Beata María Romero!—, hija preclara de Nicaragua, ciudadana de Costa Rica, y orgullo santo de toda nuestra Iglesia americana…

 

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso