Santa Alfonsa

23. junio 2017 | Por | Categoria: Santos

Hacía solamente veinte años que el Papa había canonizado a Teresita de Lisieux, envidiada por todo el mundo, cuando en la India se oyó un auténtico clamor dentro de la Iglesia: -¡Ya tenemos nuestra Santa Teresita! ¡También nosotros tenemos una Santa Teresita!…
Esto lo decían, apenas conocida su muerte en 1946, de la joven Annakutty Muttathupadathu, muerta en Bharananganam —¡santos cielos, qué nombres los de la India!—, a la cual nosotros desde el principio vamos a llamar Alfonsa, con el nombre que ella misma se impuso y con el cual es conocida hoy en toda la Iglesia: Santa Alfonsa…

Alfonsa y Teresita van a tener el mismo ideal, expresado con las palabras de la Santa francesa, asimiladas plenamente por su hermana de la India: -Al darme cuenta de que yo había nacido para cosas grandes…, me convencí de que tenía que llegar a ser una santa. Y, muy acorde con la espiritualidad y el genio de la India —la India del yoga y de la unión trascendental con Dios— será una santa retirada del mundo, dada a la oración, elevada a las mayores alturas místicas, escondida en un monasterio para siempre.

Nace Alfonsa, y al cabo de un mes moría su buena madre. La abuela paterna y una tía se encargan de criarla y de formarla mujer y cristiana. No tiene más que tres años, y les sorprende un día con esta oración jaculatoria: -Virgen María, mi Madre, dirige mi corazón siempre hacia el Corazón de Jesús. Crece algo más, y expresa la llamada que siente dentro: -¡Quiero ser toda de Jesús!

La abuelita le contaba y le leía la vida de Teresa de Lisieux, a la que admiraba y quería como una amiga que viviera aún en este mundo. Un día estaba Alfonsa en el jardín, cuando ve que se le acerca una monja carmelita. Traban conversación las dos, y le dice la monjita visitante:
-Tú llegarás a ser monja como yo.
Y Alfonsa: -Madre, ¡qué más quisiera yo!…
Alfonsa no se daba cuenta de que aquella monja joven que le hablaba era Teresa del Niño Jesús, su amiga del Cielo, que se le aparecía…
Pero los planes de la familia eran muy diversos. La tía, empeñada en que la ahijada se case. Le sale un jovencito enamorado, y empieza la atracción mutua. Sin embargo, Alfonsa no cede en lo que sabe es una llamada de Dios, por más que la tía insiste con terquedad:
– ¿Monja? ¡De ningún modo! Tienes que casarte, y nada más.
El esposo era más comprensivo, y Alfonsa acude suplicante a él:
-Tío, por las cinco llagas de Jesús te pido que no me fuercen a casarme. ¡Yo quiero ser sólo y toda de Jesús!
El tío se conmueve y se pone de parte suya. Pero, sin consentimiento de Alfonsa, las familias arreglan el matrimonio y lo dan por un hecho. Sólo Alfonsa discurre cómo se las va a arreglar para no ceder. Y un día encuentra un remedio radical: -¿Y si me desfiguro de tal manera, que ya no le pueda agradar después a ningún hombre?… Era demasiado atrevimiento, pero… Dejemos que nos lo cuente todo la misma Alfonsa:
– Tenía trece años. Mi vestido de boda estaba listo. ¿Qué hacer? Junto a la casa había un depósito donde arrojaban los desperdicios de la paja. Después de la cosecha habían dado fuego a aquel depósito, y la paja estaba ardiendo todavía bajo las cenizas. Al amanecer, me acerco al depósito, meto el pie, resbalo y caigo dentro. No podía salir, pero al fin lo conseguí. La pierna estaba toda llagada con las quemaduras, y vestidos y pelo del todo socarrados. Subo a casa, me cambio el vestido, y corro hacia mi tía que estaba en cama con fiebre. Ella se levantó horrorizada y se desmayó al verme de aquella manera.
Tres meses hicieron falta para curarse. Pero ya nadie le exigió el que se casara. Nunca contó la intención de su aventura, pues pensaba que lo había hecho todo muy bien. Y a su confesor, cuando le regañó fuerte por semejante acción, le decía con toda inocencia:
-Padre, es que pensé que no había tanto fuego. Yo quería quemarme sólo un poco la pierna… El vestido de novia iba a servir para cuando se desposara definitivamente con Jesús el día de su profesión religiosa, el 12 de Agosto de 1936…

Alfonsa entra en el convento de las Monjas Clarisas. Desde su profesión, le esperan diez años de vida claustral. Su vida, igual que la de su amiga, patrona y modelo Teresa del Niño Jesús, no tendrá otro ideal que sufrir, ser víctima por la salvación de las almas, completar en su cuerpo, como Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo: “Mi único deseo es sufrir y alegrarme de sufrir por amor”.
Una vocación como ésta es solamente para almas muy especiales que Dios se escoge. Y Alfonsa va a saber lo que es la cruz. Enfermedad tras enfermedad, un día se cura para recaer otro día de nuevo. Y así siempre. Unos días llevará adelante los trabajos normales de la casa, y otros días los pasará, en largas temporadas, clavada en el lecho del dolor. Pero siempre con una alegría desconcertante. Su vocación la resumió ella con estas palabras:
– Cuando pienso en lo que Nuestro Señor sufrió en la cruz, deseo permanecer en la cruz de la enfermedad hasta el fin del mundo. Pienso que son días perdidos en mi vida los que paso sin sufrir. Porque mi consuelo es sufrir por Dios, aunque el sufrir resulta a veces demasiado fuerte.

El secreto de esta vida se lo hubo de manifestar un día a su Obispo, que la quería mucho. La visita, y sabiendo el Obispo lo mucho que Alfonsa sufre, le pregunta
-Alfonsa, ¿cómo pasas las noches?
Ella responde con una sola palabra: -Amando. -¿Cómo, que amando? -Sí, amando a Jesús. Entonces el Obispo le encarga: -Alfonsa, toma por cuenta tuya todos los asuntos de la diócesis. Te los encomiendo. -Sí, Monseñor, lo haré.
Sabía el Obispo que una víctima así era el apóstol más formidable con que podía contar.
Solamente una vez se turbó Alfonsa ante la enfermedad. A causa de los vómitos, le quieren restringir la Comunión a una sola vez por semana, y grita:
– ¡Oh, no; esto no! ¿Cómo voy a poder pasar sin la Comunión?…
Llegado el último día, goza de una presencia especial de la Virgen:
– ¡Madre! ¡Mi Madre! ¡Oh, Madre mía!…
Añade los nombres de Jesús, María y José, y moría la primera Santa hija de la India, beatificada después por el Papa Juan Pablo II en su misma tierra, y canonizada en Roma por el Papa Benedicto XVI el 12 de Octubre del año 2008.

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