Jesucristo, fermento del mundo

3. julio 2023 | Por | Categoria: Jesucristo

La pregunta la hizo el mismo Jesús: ¿A qué podemos comparar el Reino de los Cielos? Y Él mismo se  dio la respuesta: Es igual que el puñado de levadura metido por una mujer en medio de la masa, que, fermentada, se convirtió en rico pan (Mateo 13,33). Jesús se llamó a Sí mismo “fermento”, porque Él mismo encarnaba el Reino en su propia persona.

¿Ha transformado Jesús al mundo? ¿Sigue el mundo igual que en los tiempos de Jesucristo? ¿Será el mundo siempre igual que hoy?… Estas preguntas no tienen sentido para los que no creen en Jesucristo, o creen en un Jesucristo falsificado, hecho a medida puramente humana. Para ellos, Jesucristo existió como un hombre cualquiera, tuvo influencia al principio en unos cuantos discípulos que lo engrandecieron con su fe ingenua, pero…, deja de contar.

Somos nosotros los que dejamos de contar con una opinión semejante. A esos que rechazan a Cristo, los compadecemos. Para nosotros, Jesucristo es Alguien muy importante, el único que merece ser tenido en cuenta como transformador del mundo. Uno de los escritores franceses más grandes del siglo recién acabado, lo decía valientemente:
– Una sola cosa merece la pena: amar a Jesucristo y hacer que le amen, darle nuestro pobre corazón, miserable y desgarrado.
Lo decía un convertido, porque lo había experimentado en sí mismo, y sabía lo que significa haber vivido sin Cristo y, después, hallado Cristo, dejarse transformar por Él en un hombre nuevo (Paul Claudel)

¿Cómo encontró Jesucristo al mundo en sus días? Con palabras del profeta Ezequiel, todos los hombres, y no sólo el pueblo judío, eran hijos de dura faz y obstinado corazón, de dura cerviz, y con un alma más dura que la roca pedernal (Ezequiel 2,34). O, con otra imagen del mismo Ezequiel, el mundo era un campo inmenso cubierto de esqueletos y huesos resecos (Ezequiel 17,2)
     Llega Jesús con su doctrina, con la gracia merecida con su muerte, con su Espíritu que derrama sobre el mundo, y la roca dura empieza a reblandecerse como si fuese de cera, y los esqueletos y huesos áridos a tener vida, hasta convertirse en un ejército de hombres robustos y de mujeres preciosas.

Volvemos a la imagen de Jesús: es la levadura que hace fermentar la masa.
Lo que ocurre es que todo esto sobreviene al mundo sin ruido, sin aparato, sin llamar la atención. Nos previno Jesús, aunque nos cuesta hacerle caso: “El reino de Dios no vendrá de forma espectacular” (Lucas 17,21). Al no ver esas apariencias espectaculares negadas por Jesús, muchos creen que Jesús mismo, y la Iglesia, continuadora de su obra, no han hecho ni hacen nada en el mundo.

Uno de los grandes Obispos y Doctores de los primeros siglos, explicaba de esta manera la palabra de Jesús:
– Al modo que la levadura actúa en la harina por una virtud interior que le es propia y no se ve exteriormente, así Cristo actúa por su divinidad escondida. Por eso deseamos que la Iglesia, figurada por la mujer del Evangelio, y que amasa la harina que somos nosotros mismos, esconda en el interior de nuestra alma a Jesús, a fin de que en lo más íntimo de nuestro ser nos empape su santidad celestial (San Ambrosio)
¿Habremos de decir que no son multitud las almas transformadas por la santidad de Jesús?…

Esas almas grandes las tenemos a nuestro lado y no nos damos cuenta. Muchas veces se trata de personas que llaman la atención en el mundo del arte, la política, el deporte y tantas actividades sociales más, aireadas por los medios de comunicación, y que se callan, porque a nadie o a pocos les interesa, su vida cristiana.

Y ya que he citado el deporte. Aquel corredor belga que ganó el Tour de Francia cinco veces, llenó páginas y páginas de los periódicos en sus años de triunfo. ¿Quién hablaba de la vida cristiana que llevaba dentro? Nadie. Y, sin embargo, miremos lo que era y lo que sentía, por estas sus palabras:
– Cristo tiene una presencia continua en mi vida. Creo profundamente en Él, en su historicidad y en su divinidad. Cristo es Hijo de Dios, y es absurdo tratar de buscarle una comparación con nadie. Deseo dar a conocer a Jesucristo a quienes no lo conocen. Si mi amor a Cristo puede servir para cualquier progreso del amor, estoy dispuesto a hacer apostolado en mi bicicleta por toda la tierra (Eddy Merckx)

Ejemplos como éstos nos dicen que sí, que Jesucristo es lo que Él anunció y profetizó de Sí mismo: el que venía a transformar el mundo. Esa transformación empezó muy pronto, como lo confesaba el primer escritor del siglo segundo y mártir San Justino, con estas palabras hermosas, dirigidas a los paganos de su tiempo:
– Después de ser crucificado aquel Justo, Jesús, nosotros hemos florecido como pueblo nuevo; hemos brotado como espigas recientes y fértiles.

Cada cristiano es hoy, si lleva de verdad la vida de Cristo dentro de sí, lo que escribía el mártir más querido de la antigüedad, discípulo de los mismos Apóstoles, y que fue de los primeros en ser echado a los leones en el anfiteatro del Coliseo en Roma:  “Soy trigo de Cristo. Voy a ser molido por los dientes de las fieras, para convertirme en rico pan”. Estas palabras de Ignacio de Antioquía pasan como lo mejor que ha salido de una pluma cristiana.

Los que no creen en Jesucristo, dirán de Él lo que quieran. Nosotros proclamamos que Jesucristo es el fermento que Dios ha metido en la masa del mundo, hasta que la transforme toda en pan digno de la mesa de Dios. ¿Qué faltan siglos y milenios para llegar al final? ¡Ya lo sabemos! Ese pan tarda en hacerse dentro del horno, ¡pero, qué rico que será cuando se haya cocido del todo!…

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