El Beato Pier Giorgio Frassati

19. mayo 2017 | Por | Categoria: Santos

Un compañero mío vio la estampa de un joven que el Papa Juan Pablo II acababa de beatificar, y dijo espontáneamente y extrañado: -¿Este es un santo?… El muchacho de la estampa aparecía con los esquís sobre la nieve de los Alpes, la pipa en la boca, y más parecía un campeón del deporte que una figura de los altares. Sin embargo, el Beato Pedro Jorge Frassati —“Pier Giorgio”— era un santo de verdad. Un niño, un colegial, un universitario, capaz de arrastrar como nadie a la juventud adormecida de nuestro tiempo.

Nacía Frassati con el mismo siglo veinte, en 1901, y moriría a los veinticinco años en la misma ciudad de Turín donde había visto la luz primera. Su padre, senador de Italia y embajador en Alemania, era un político destacado, fundador, dueño y director del periódico liberal La Stampa, uno de los diarios más prestigiosos de la nación.

Niño nacido en el seno de una familia seriamente cristiana, Frassati aprendió de su padre, hombre muy severo, una sola lección: “Amarse todos siempre”. Y, por un instinto innato, tuvo un sentimiento muy fuerte de lealtad para con todos y una repugnancia invencible a decir la más pequeña mentira.
Algo también muy notable, que tendrá una enorme influencia en su vida y será la causa de su prematura muerte, fue la compasión con los pobres y con todos los que sufren. Como quería tanto a sus papás, de los que estaba tan orgulloso, no podía oír la palabra “huérfano” sin romper a llorar. Un día ve cómo se le acerca a su padre un pobre hombre pidiendo limosna, y es rechazado. -Papá, ¿por qué no le das nada para que coma? Y el papá, pensando que le daba al hijito una lección: -Porque ése es un borracho y no se le debe dar. El pequeñito reacciona: -Papá, ¿y si se lo hubiese mandado Jesús? El papá se quedó mudo…

Así era el niño. El joven seguirá siempre la misma línea. La mama, muy cariñosa con él, pero también muy severa, no se explica lo tarde que el muchacho llega de las clases para la comida. Su hermana, con la que tenía una intimidad muy grande, sabía el secreto: llegaba tarde porque venía siempre a pie. Ahorraba el billete de los buses, y así tenía algo más para dar a los pobres…

El universitario hará lo mismo, pero de manera muy diferente. -¿Qué carrera escojo?… Los obreros que más sufren son los que trabajan en las minas. Para estar con ellos, para ayudarlos, yo me hago Ingeniero de Minas… Ingresa en las Conferencias de San Vicente de Paúl, y su ayuda a los pobres alcanza algo de visibilidad. Y es tan terco en sus decisiones cuando se trata de hacer el bien a los pobres, que en pleno verano renuncia a varias semanas de vacaciones.
-¡Testarudo!, le dicen los suyos. Pero él comenta: -Todos se van de vacaciones en verano, y ninguno se cuida de dar algún socorro a los pobres. Frassati renuncia a ellas, y tiene algo más para dar… Un día de viaje por Alemania, se pasa la noche en Berlín con un frío espantoso de doce grados bajo cero, sin abrigo casi en la habitación, porque ha dado la ropa a un pobre…

Alguien se preguntará: -Entonces, ¿era Frassati un joven huraño, triste, retraído?… ¡No! Todo lo contrario. Un compañero suyo comenta:
– La alegría sana iba pareja con su sencillez y nobleza. Era un muchachote sano, robusto, color de bronce, de ojos limpios como el agua pura. Gozaba como nadie de la Naturaleza. Las altas montañas de los Alpes constituían su diversión más grande. Subir las montañas con los amigos era para él una fuente de gozo, de alegría, de esfuerzo, de coraje.

Y así iba también su piedad para con Dios. -Lo he visto muchas veces —confiesa un amigo— como transformado en la Misa, hambriento de Jesús. Metido en la Adoración Nocturna, él, tan expansivo, permanecía horas y horas absorto en silenciosa oración. Inscrito en varias las Asociaciones de la Iglesia, el congregante mariano entra también en la Cofradía del Rosario, que no deja nunca de rezar. Un día sale de la iglesia con el rosario en la mano, y otro estudiante desaprensivo le suelta con desprecio: -¿Qué? ¿También tú te has vuelto un beatón? Frassati le deja sin palabra: -¡No! Simplemente, he permanecido cristiano.
Siente la ilusión del sacerdocio y dice: -Mi sueño sería ir de misionero a América. Pero no cuaja ese ideal, y madura su vocación de permanecer laico, con un apostolado entregado a los pobres.

Los papás son cristianos sinceros, pero el papá, de carácter muy fuerte, hace imposible la vida a todos, y flota en el ambiente una atmósfera irrespirable. Por causa de esta tensión, Frassati renuncia a la muchacha que le seguía con cariño, porque se dice: -Si me voy, ¿qué pasa en casa? Podría casarme. Pero sería sacrificar una familia para crearme yo una nueva. Entonces, ya seré yo quien se sacrifique. Y el valiente joven fue un héroe en la lucha con su propio corazón.

Y otro héroe con el trabajo. Ingeniero de Minas, acepta algo que no le dice nada, como era llevar el periódico La Stampa, con su papá el fundador, que, a pesar de un orgullo por el que no se doblega ante nadie, una vez confiesa con sinceridad: -Nunca he aceptado el mando de nadie. Sólo una persona ha tenido autoridad sobre mí, y ésta es mi hijo. Lo ama, y a la vez le teme. La autoridad moral del joven era el único freno que sujetaba la vehemencia tiránica del padre.

Llegan los días del fascismo, y Frassati, enrolado en la política, como católico responsable, no se doblega ante el nuevo régimen, y dice: -Recuerdo con satisfacción que ni un instante de nuestra vida ha sido para el fascismo, sino que siempre hemos combatido este azote de Italia.

Hasta que un día se presenta la enfermedad, contraída probablemente junto al lecho de uno de tantos enfermos que visitaba. Cuatro días más tarde, y Frassati era cadáver. A su entierro acude un gran gentío. -¿De donde han salido tantas personas, si nadie le conoce?… Eran los pobres y los enfermos a los que asistía. Aquel joven escalador de las montañas nevadas, era, a sus veinticinco años, un campeón de la caridad cristiana y un modelo acabado de la juventud católica.

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