San Pedro Julián Eymard

21. abril 2017 | Por | Categoria: Santos

Un joven estudiante, por su desesperada salud, ha de abandonar el seminario donde se prepara para el sacerdocio. Agonizante en la casa paterna, exclama angustiado: -¡Dios mío, concédeme la dicha de celebrar al menos una Misa, una sola Misa! Le contestan los que rodean su lecho: Pero, si tocan las campanas de la iglesia porque te traen los Últimos Sacramentos. Y el enfermo —como la gente se reunía en la iglesia mientras se llevaba el Viático al moribundo—, exclama con enorme fe: -¡Tanto mejor! Están muchos rezando por mí. Jesús me bendice. Ya verán cómo me pongo bueno. Curó de aquella enfermedad, y, ya sacerdote, fue un gran apóstol de la Eucaristía. Es San Pedro Julián Eymard.

Este Santo francés fue prevenido por Dios, desde su infancia, por un instinto divino hacia el Santísimo Sacramento. Su hermana Mariana, excelente muchacha, regresaba a casa después de comulgar, y Pedro Julián, niño muy pequeño, se le acercaba, se le ponía al lado, se apretaba junto a ella, mientras le decía:
– ¡Tú tienes a Jesús! Yo siento a Jesús, que está dentro de ti.
Y un día, cuando Pedro Julián no tenía más que cinco años, se escapa a la iglesia, da su hermana al fin con él, que estaba escondido detrás del altar, subido en una escalera, y con el pecho casi apegado al Sagrario.
– ¿Qué haces aquí? ¿Por qué te pones así en este lugar?
Y el niño, con gran convicción: -Porque aquí lo escucho mejor. Eymard, santito precoz, empezaba a entendérselas muy bien con Jesús…

Para llegar a ser sacerdote, su máxima ilusión, Pedro Julián ha de vencer la feroz resistencia de su padre, que le tiene preparada la muchacha para un enlace tentador. Pero no se doblega, y al fin logra ascender la gradas del Altar: -¡Ya soy Sacerdote! Ahora, a trabajar por las almas…
Cinco años se pasa como cura de pueblo. Pero un día desaparece de la parroquia. Lo encuentra su hermana Mariana, y le pregunta angustiada: -¿A dónde vas? ¿No te puedes quedar conmigo un día solo, sólo un día? Y Pedro Julián: -¡No! Dios me llama hoy, ¡hoy! Mañana a lo mejor será tarde.
Los feligreses dan con el paradero del fugitivo entre los Maristas de Marsella, y se presentan amenazantes ante el Obispo:
– ¡Sáquelo de ese convento en que se ha metido! ¡Queremos que regrese con nosotros! Cura como éste no hemos tenido nunca!…

Pedro Julián no cede. Ha tenido la suerte de conocer y tratar como amigos a grandes figuras de la Iglesia: el Cura de Ars, San Juan Bautista Vianney; el Obispo y misionero soñador San Eugenio Mazenod; el Padre Colin, Fundador de los Padres Maristas; la Señorita Jaricot, fundadora de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe… Y se dice: -Yo, ¡como ellos!… Ingresa en los Padres Maristas, y durante diecisiete años es director de colegio, superior de la comunidad, encargado de la Tercera Orden de María. Todo un santo y un apóstol.

En los hechos revolucionarios de 1848, se mete en un grupo de facinerosos para calmarlos. Pero ellos encienden a la gente, que empieza a gritar, mientras arrastran al sacerdote hacia el río: -¡Este cura al Ródano, este cura al Ródano! Sin embargo, un revolucionario se planta frente todos: -¡Este cura, no! Este cura no va al río. Éste es de los nuestros, y ha hecho mucho bien a la ciudad. Cambian todos de parecer, y se forma una manifestación triunfal, mientras llevan al cura a su convento: -¡Viva el Padre Eymard!…

Pero el apostolado en Francia no era lo que él quería: -¿Y las misiones de Oceanía?… Soñaba en ellas, aunque Dios tenía otros designios. Sube al santuario de la Virgen, y oye la voz misteriosa: -Pedro Julián, todos los misterios de mi Hijo tienen una Congregación Religiosa que los honre; tan sólo la Eucaristía, el principal de todos, no la tiene. Ante la voz tan clara de la Virgen María, saca la única conclusión valedera y que va a cambiar su vida:
-¡Pues, la tiene que tener!
Aconsejado y debidamente autorizado, deja a los Maristas, y sale para dedicarse de lleno a la propagación de la devoción a la Eucaristía, por medio de dos congregaciones religiosas, de hombres y de mujeres.

Su ideal es claro, repetido de mil maneras, mientras señala el Sagrario a todos: -¡Jesús está ahí! Luego, ¡todos con Él! Y hace suyas las palabras de Pablo, pero algo modificadas y completadas: -No predicar sino a Jesucristo, y Jesucristo Sacramentado. ¿Por qué? Porque la Eucaristía es el “memorial”, el recuerdo vivo de la pasión y muerte de Jesucristo, un memorial que contiene en persona al mismo Jesucristo del Calvario, ahora glorificado en el Cielo y presente en la Tierra.

Así de claro en su mente, Eymard despliega su bandera: -¡Es preciso que el Santísimo Sacramento cubra el mundo! Y da como consigna a los Padres Sacramentinos, a las Religiosas y a todos sus colaboradores: -Nuestra labor consiste en hacer conocer, amar, adorar y servir a Jesucristo en su augusto Sacramento.
La primera casa con que cuenta es horrible. Le desaconsejan que se meta en ella: -¡Se van a enfermar todos! Y Pedro Julián, ardiendo en amor al Señor: -¿Hay un Sagrario? Pues, tengo bastante.

Dios le hace encontrarse también providencialmente con otro gran apóstol de la Eucaristía: la Señorita Tamisier, iniciadora de los Congresos Eucarísticos Internacionales. Con ellos, más que con otro medio alguno, se cumpliría la ilusión de Eymard, que podríamos cifrar en estas palabras:
– Los hombres —los obreros en especial— se alejan de la Iglesia porque no conocen a Cristo. Por lo mismo, ¡a sacar del Sagrario a Jesús! A exhibirlo, mostrarlo y presentarlo como el único capaz de resolver todos los problemas personales y sociales.
Así piensa hasta su muerte, ocurrida el 1 de Agosto de 1868.
Este fue San Pedro Julián Eymard. El de un mensaje tan actual para la Iglesia. Un mensaje que no pasa, que no pasará nunca de moda…

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